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El cambio se llama Michelle, se llama Arantza...

El cambio se llama Michelle, se llama Arantza...

miércoles 01 de abril de 2009, 08:41h
El cambio tiene nombre (y rostro) de mujer. Dos mujeres en las portadas de los periódicos de estas últimas horas: Michelle Obama, descendiendo las escaleras del ‘Air Force One’ en compañía de su marido a su llegada a Londres. Y aquí, a escala nacional, Arantza Quiroga, una mujer que milita desde hace veinte años en el PP vasco –que se dice pronto—y que presidirá el Parlamento de Vitoria. Quizá no sean las protagonistas principales de sus respectivas historias, pero sí adquieren, y cómo, una especial relevancia, una enorme simbología. La primera dama de los Estados Unidos y la persona que simbolizará el cambio legal en Euskadi. Nada menos.

Son dos emblemas del cambio en estos tiempos de agobios, de corruptelas y corrupciones. Me parece que representan, en primer lugar, la irrupción de la mujer en la escena del mayor protagonismo: nadie imagina que la esposa del presidente de los Estados Unidos pueda estar relegada, como tantas veces ha ocurrido, a un papel secundario, de mera acompañante, de florero. Obama ha llegado donde ha llegado precisamente porque mucho le ha ayudado Michelle, y él lo sabe y lo dice.
 
Por otra parte, nadie puede pensar que la presidenta del legislativo vasco deje de asumir las tareas que le corresponden en un momento en el que una de las pesadillas tradicionales de los españoles, el terrorismo de ETA, puede experimentar un giro esperanzador, entre otras cuestiones también de calado. Y no olvidemos, para completar este capítulo, que otra mujer, Pilar Rojo, estará al frente de la Cámara autonómica gallega.

 
Frente al impulso que representan estas mujeres aún jóvenes, atractivas, situadas a muy distintos planos, con ideologías y en marcos muy diferentes, pero que encarnan lo nuevo, lo que llega, da lástima considerar otras cuestiones que aparecen también en las portadas de los diarios: las acusaciones de corrupción contra el tesorero del PP, Luis Bárcenas –y en la sede de Génova siguen sin responder adecuadamente--; la quiebra, igualmente sin suficientes explicaciones, de alguna caja de ahorros; las pequeñas zancadillas en el politiqueo doméstico; la falta absoluta de ideas de calado...

Cuántas veces se ha dicho ya que si algo bueno tiene esta crisis global que ahora andan analizando en el G-20 es la capacidad de pensar en grande. La ‘era Obama’ representa una ruptura con muchas rutinas, con bastantes convenciones y esquemas obsoletos, y no solamente en los Estados Unidos, desde luego. Aquí, la ‘era Patxi López’ es una bocanada de aire fresco, una esperanza real que puede y debe acabar con muchos años de falta de diálogo entre las dos orillas de la sociedad vasca.

Me precio de militar, y de haberlo hecho casi siempre, entre los optimistas, casi entre los utópicos (“seamos realistas: pidamos lo imposible”, decían aquellos locos revolucionarios del sesenta y ocho, de los que tanto aprendimos para bien y para mal): pienso que habrá ‘contagio vasco’ a escala nacional, como creo que habrá ‘contagio Obama’ a la hora de acabar con ciertas prácticas corruptas entre algunos directivos multinacionales y dirigentes políticos.

De momento, y a la espera de ver qué acaba ocurriendo en la inicial y teóricamente decisiva cumbre del G-20, no queda más remedio que poner una cierta sordina al optimismo, constatando que, por estos pagos, el cambio no acaba de llegar del desfiladero de Pancorbo hacia abajo. Salgo de la sesión de control parlamentario, donde Rajoy y Zapatero cruzan desganadamente sus espadas a cuenta de lo ocurrido en Caja Castilla La Mancha, y constato de nuevo, como cada miércoles, que estamos ante la levedad insoportable, ante la nada de nada.

Pero, en fin, ya digo: contemplo a la señora Obama, a Arantza Quiroga, a Pilar Rojo, y no me queda otro remedio que pensar que, al final, hay esperanza.
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