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Se fue, al fin...

Se fue, al fin...

jueves 02 de julio de 2009, 17:50h

La marcha de Alberto Saiz de la dirección del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) es una buena noticia. No tengo nada que decir sobre las acusaciones que, desde el Centro, han filtrado sobre sus actividades privadas presuntamente financiadas con dinero público: no tenemos manera de demostrarlo y, por tanto, que recaiga sobre otros la carga de la prueba. Yo acudiré siempre a la presunción de inocencia. Pero sí puedo decir que el servicio secreto español, la ‘casa de los espías’, era un auténtico hervidero, que Saiz no la controlaba, que el clima era levantisco y que, en esas condiciones, el director no podía seguir en su puesto. Está bien que lo haya dejado, sea por voluntad propia o por presiones ajenas, que sin duda las ha habido dentro y fuera del Gobierno de Zapatero, ese Gobierno que tan grave error cometió prolongando el mandato de quien ya es un ex.

Hay que reconocer que el equipo de ZP en este terreno no ha dado ni una: nombró a quien no debió hacerlo nunca, concedió poder de nombramiento a quien, como José Bono, no debería haberlo tenido en este campo, hizo la vista gorda al clamor del que hablaban los dossieres y la rumorología mejor fundamentada, mantuvo en el sitio a quien le tocaba cesar y permitió que los ministros se peleasen en torno a la cuestión Saiz sí-Saiz no. Un desgaste innecesario: con no haber renovado su mandato, cumpliendo así con el espíritu de la ley del Centro, hubiese sido más que suficiente. A Saiz se le hubiesen ahorrado sufrimientos, al Gobierno encarnado por la ministra de Defensa también y a los ciudadanos, lo mismo. Y el CNI se hubiese evitado un terrible desgaste,

Siento decirlo, porque no me gusta hacer leña del árbol caído, pero Saiz era un desastre ambulante: sembró la discordia, el mal ambiente, dio un mal ejemplo, fabuló un reino de sospechas. Tenía necesariamente que marcharse. En una empresa privada no hubiese aguantado ni cuatro meses y, sin embargo, en este reino de arrebatacapas ha durado seis años. Una señal más de que las cosas, en esta democracia nuestra, no funcionan como debieran. 

Dirá usted que paso con excesiva facilidad de unas cosas a otras. Pero a mí me queda, llegados a este punto, una personalidad, otra, por dimitir. Sí, alguien de otro partido diferente al que colocó a Saiz, alguien que ocupa otras responsabilidades que poco tienen que ver con inteligencia y mucho con dineros. Hay, no obstante, muchas concomitancias con el ‘affaire Saiz’: ambos son un lastre para sus respectivos partidos, ambos están bajo el fuego mediático. El mes de julio, que es mes balsámico y a cuyo calor se solventan tantas cuestiones a última hora, deberá conocer también la paz interna en el Partido Popular, una paz que nunca llegará hasta que el tesorero de esta formación haya dejado su puesto. Entonces, los dos grandes partidos habrán empatado a uno.

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