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¿Saben los españoles quién era un tal Franco?

¿Saben los españoles quién era un tal Franco?

jueves 19 de noviembre de 2009, 16:30h
Nunca me ha gustado el periodismo de aniversarios, ni el que glosa los ‘días mundiales de…’. Me parece más bien fácil y trillado. No me resisto, sin embargo, a escribir en este nuevo aniversario, que hace el número treinta y cuatro –no es una cifra ni siquiera redonda--, de la muerte de quien durante cuatro décadas fue dictador en España, y posiblemente cosas peores. No me interesa, no obstante, recrearme en los aspectos más negros de una figura que aún no ha sido calificada con la dureza que pienso que merece quien actuó como el llamado generalísimo actuó en los años de la posguerra civil. Mucho más constructivo juzgo detenernos un instante en pensar si aún nos pervive, más allá de los nombres de algunas calles españolas, algo del franquismo, precisamente cuando me parece que nos estamos adentrando en algo semejante a una segunda transición democrática. 

Hace una década y media, y junto con el periodista Manuel Angel Menéndez, escribí un libro titulado ‘Lo que nos queda de Franco’. Internet y la telefonía móvil estaban en ciernes, o casi, y había estatuas ecuestres del dictador en cuatro o cinco puntos de nuestra geografía. Se pagaba con pesetas que aún, algunas, tenían el rostro –rejuvenecido-- del Caudillo esculpido en una de sus caras...

Nada de eso pervive: los niños pasan como de puntillas en las escuelas sobre la figura de quien gobernó omnímoda y despóticamente en España durante cuarenta años y más de la mitad de los españoles han pasado toda su vida consciente en democracia. Con todas las imperfecciones que ustedes quieran, pero en democracia. E incluso hay falsos historiadores, procedentes, para colmo, de la ultraizquierda terrorista, que se empeñan ahora en glorificar las gestas del dictador como las de alguien que ha sido un bien para nuestro país.

Pienso que los españoles, o al menos esos españoles que desconocen lo que es vivir en un régimen de falta de libertades, albergan una ignorancia supina sobre lo que el franquismo representó, tanto para la imagen de un país rodeado de pujantes democracias como para la propia conciencia moral de quienes aquí dentro éramos súbditos y no ciudadanos. La Historia, para no repetirla, hay que conocerla, y ahora me temo que se hurta a nuestros escolares la verdad, como a mí me hurtaron otras tantas verdades históricas, desde el Imperio y el siglo de oro hasta la República y los tristísimos desmanes bilaterales (a mí se me presentaron como unilaterales, porque la Historia la escriben los vencedores, ya se sabe) de la guerra civil. 

Mucho más que el hecho de que en algunas calles y plazas se mantengan los nombres de quienes el Régimen consideró héroes o precursores, me preocupa que puedan subsistir ‘brotes negros’ de aquel espíritu intolerante y cerril. Y, desde luego, nada me interesa el debate –que ya prácticamente no existe-- acerca de quién otorgó la legitimidad al actual jefe del Estado, que ha sido, por cierto, esencial para la consolidación de la democracia de que gozamos: la legitimidad te la acaba dando la propia trayectoria, y no los orígenes.

Pero debo decir que, como ciudadano y como periodista, debo denunciar como anacrónicas algunas leyes que aún subsisten procedentes de aquel pasado. No podemos los informadores seguir sujetos a los dictados –en lo que no ha sido derogada—de la Ley de Prensa elaborada por Manuel Fraga en 1966, cuando no existían ni la democracia ni Internet. Y, ya que estamos, tampoco se entiende muy bien que aún exista toda una legislación obsoleta que no reconoce los avances tecnológicos de la Red, por citar solamente un ejemplo.

Por todo ello me he decidido, en este 34 aniversario que, desde luego, yo celebro porque cada vez estamos más distanciados de ‘aquello’, a poner negro sobre blanco estas reflexiones. Simplemente, porque me parece que ha llegado la hora de la modernización definitiva y de desprendernos de los últimos vestigios de lo que alguien, muy castizamente, ha bautizado como “caspa”.

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