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La foto de las niñas

viernes 25 de septiembre de 2009, 09:24h
España no es el único país del mundo en el que ocurren estas cosas. Más bien, ocurren en todos los países, y ahí tiene usted las tiradas millonarias de los terribles tabloides británicos para demostrarlo. Pero a mí, periodista, no deja todavía de provocarme una cierta curiosidad sociológica el hecho de que la fotografía de las dos hijas del presidente Zapatero provoque una controversia nacional mucho mayor que las características de la subida de impuestos que se nos viene encima este sábado. Por ejemplo.

Quienes nos dedicamos a este sacrificio -sarna con gusto, no pica- de la información conocemos de sobra la enorme diferencia entre lo importante y lo interesante, como nos recuerda, cada semana, el trabajo audiovisual de nuestro compañero Alex Hurtado. Lo importante, en este caso, es la conferencia de nuestro presidente ante la Asamblea de las Naciones Unidas, o lo que el G-20 pudiera decidir en Pittsburg. Lo interesante estriba en esta extraña fotografía de los Zapatero -al completo- y los Obama -sin sus niñas- en el Metropolitan de Nueva York.

A mí, como español, lo que me alegra es que los señores de Zapatero y los señores de Obama se lleven tan bien como parece -menudo cambio desde los tiempos de Bush-. Como periodista, claro que me interesa la imagen inédita, algo timoratamente velada por todos nosotros, de las hijas presidenciales. Como ciudadano, me altera, aunque lo comprenda, el interés de don José Luis Rodríguez Zapatero y de doña Sonsoles Espinosa por evitar a toda costa que el retrato de las ya no tan niñas apareciese en los medios. Vano intento en estos tiempos de Internet, en los que poner puertas al campo se convierte en tarea absurda, y el señor ZP debería saberlo a estas alturas, máxime llevando a sus hijas a la zona donde estos días se ha registrado la mayor concentración de cámaras del mundo.

Pero, volviendo al principio, lo sociológicamente curioso -pero ya se ve que es el destino inevitable- es que los españoles nos apasionemos más en torno al debate, a veces con tintes feroces, de si el presidente español debería o no haber llevado a sus hijas a su periplo por los Estados Unidos -que claro que sí, en mi opinión-, que acerca de cuestiones que nos afectan en mucha mayor medida.

Por ejemplo, el papel, entiendo que bastante bueno, que el jefe de nuestro Gobierno está haciendo en esos foros mundiales. O, por poner otro ejemplo, los planes, entiendo que bastante deficientes, que el presidente de nuestro Ejecutivo va a traerse de vuelta a La Moncloa para exponer en el Consejo de Ministros de este sábado un nuevo abanico impositivo en el que se excluye, de hecho, la que podría ser la mayor fuente de ingresos para el Estado: la lucha contra el fraude fiscal, o contra el dinero negro, que alcanza un 25 por ciento de nuestro PIB, aunque algún ministro, como el titular de Trabajo, diga públicamente que desconoce esta cuantía. No, esa pelea es mucho más dura y arriesgada que meter la mano en los bolsillos del contribuyente que no puede escapar al Fisco, aunque sea por vía de impuestos indirectos pintados de verde.

Dicen que en el motín de Esquilache los ciudadanos encontraron el pretexto de la orden que les obligaba a recortar sus capas y pelar sus lanas para mostrar violentamente en la calle su descontento por cuestiones de Estado mucho más lesivas para ellos. Y que, en el fondo, el éxito de algunos pintores de Corte, comenzando por Goya, estribaba en que el pueblo podía reírse de quienes le gobernaban oprimiéndole, sin que el gobernante se diese, para colmo, cuenta de ello. Lo importante eran las (malas) condiciones de los gobernados; lo interesante, la imagen de la familia de Carlos IV, por ejemplo. Usted, inteligente lector, comprenderá sin duda por qué me viene a la cabeza este ejemplo al contemplar esa fotografía que ahora, merced a la torpeza comunicativa del inquilino monclovita, acapara los principales foros de Internet. Eso sí, con veladuras sobre el pixelazo rostro de las dos niñas, que nada tienen que ver, en el fondo, con la que se ha armado.

¿O será que Carlos IV permitió, y hasta fomentó, el inmisericorde retrato de Goya para que la gente comentase la pintura, en lugar de otras cuestiones que podrían ser más lesivas para el Monarca?

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