¿Quiere el Estado que Catalunya siga siendo motor de su economía?

Hace ya algún tiempo que nos hacemos esta pregunta. Tenemos la sensación que algunos sectores de las instituciones del Estado y en ciertos ambientes de la sociedad civil se ha instalado una voluntad del cuanto peor mejor respecto a Cataluña. 

La respuesta a esta pregunta no es baladí, sino que constituye seguramente el tablero de juego de la política española y catalana en el futuro más inmediato. El estrangulamiento que padece la economía catalana, fruto del déficit fiscal que padecemos, el 8,5% de nuestro PIB, hace que nuestra locomotora haya perdido velocidad y, por tanto, la propia economía del Estado se resienta. De hecho si tomamos Alemania como ejemplo de economía sólida en Europa cabe señalar que su Tribunal Constitucional ha establecido un tope en el déficit fiscal de los lands, en el 4% de su PIB. Nada menos que la mitad del déficit que soporta Cataluña. Es evidente que debe existir una cierta solidaridad entre los territorios del Estado pero, como Alemania, dicha solidaridad debe tener un tope. No es tolerable, y así lo entienden ellos, que la compensación a los territorios digamos, menos ricos, ponga en riesgo las economías de los territorios con mayor capacidad de generar riqueza, ya que va en contra de la estabilidad económica de todo el estado.

¿Quiere España que la economía catalana prospere? La concepción jacobina del estado que a nuestro entender se ha instalado en los círculos de poder en Madrid, les lleva a la contradicción que establecíamos al principio de este artículo, cuanto peor, mejor. Ese es el mensaje que se nos hace llegar, a veces nítidamente, otras veces más matizado.

Pues bien, el gobierno que salga de las urnas en Cataluña el próximo 28 de noviembre a parte de hacer frente, como primera prioridad, a la situación económica del país, deberá buscar la respuesta a la pregunta que planteamos en el artículo. ¿Cómo pretendemos obtenerla nosotros? Planteando un nuevo pacto fiscal para Cataluña, cuya raíz sea la misma del sistema que ya disponen vascos y navarros con el apoyo explícito de socialistas y populares.   Tras el tortuoso camino del Estatuto y la Sentencia del Tribunal Constitucional ya no caben medias tintas. El Estado debe abordar con diligencia cómo pretende relacionarse con Cataluña. Si de su respuesta se desprende aquel “cuanto peor, mejor” no nos quedará otra alternativa que buscar nuestro propio futuro, nuestro camino. Es el momento de la política en mayúsculas, de la política de Estado, sin miopía, de aquella que busca el encuentro en lugar de la división. Cataluña siempre ha tendido la mano, es la hora de las respuestas, ¿Quiere el estado el encaje de Cataluña en España?