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Sandra Vicente (diseñadora de sonido): "Alguien que acude al teatro, al cine, o lee un libro está siempre abierto a la escucha"

> "El sonido es música y la música es sonido"
> "Todavía hoy cuesta mucho hacer entender el papel del sonido en los montajes teatrales"
> "El uso de la microfonía no devalúa nada el teatro"

lunes 24 de septiembre de 2018, 14:47h

Licenciada en Imagen y Sonido por la Universidad Complutense de Madrid en 1995, Sandra Vicente (Madrid, 1972), lleva vinculada profesionalmente al mundo del sonido más de dos décadas y muy pronto descubrió que vincular su pasión al mundo de las artes escénicas, duplicaría su placer a la hora de trabajar. Hay gente que trata de edulcorar su actividad buscando nombres más ampulosos que, al menos sobre el papel, le otorguen una mayor importancia. Sandra, sin embargo, hace honor a su sencillez, a su seriedad, a su rigor, y no está integrada en esa tribu porque a ella le encanta autodenominarse simple y llanamente diseñadora de sonido. “¿Para qué buscar otro nombre si la palabra sonido es preciosa?”.

Sandra Vicente (diseñadora de sonido): 'Alguien que acude al teatro, al cine, o lee un libro está siempre abierto a la escucha'
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(Foto: Aljosa Rebolj)

En los últimos años, y entre otros diseños, llevan la firma de Sandra Vicente el sonido escuchado en Hamlet, Misántropo, Veraneantes, Juicio a una zorra, Proyecto Youkali, La función por hacer y Pulsión de Kamikaze producciones, dirigidas por Miguel Del Arco; Teatro de la ciudad, dirigido por Miguel del Arco, Alfredo Sanzol y Andrés Lima; El inspector producido por el Centro Dramático Nacional; El príncipe y La monja Alférez dirigidas por Juan Carlos Rubio; Idiota y Sótano dirigidas por Israel Elejalde, y muchos otros títulos como Excítame, Storywalker, Enemic del poble, Tomás Moro, una utopía, Deseo, Babel, De ratones y hombres, La violación de Lucrecia, Limas Morgan, Percuta y minuta, La madre vigila tus sueños

“Estoy muy vinculada al Pavón Teatro Kamikaze y, de verdad, siento que allí está mi segunda casa. Trabajo con más directores y directoras pero, evidentemente, no concibo la vida sin personas como Miguel del Arco o Aitor Tejada. Son maestros en crear equipos, en generar la gran familia Kamikaze. Hay momentos de mayor o menor acercamiento, pero al final mi núcleo está allí. Es mi casa…”.

"El sonido es emoción, es sentimiento, como lo es la luz, el vídeo o la escenografía"

Magnetófonos de cinta abierta, minidisc, grabadoras profesionales analógicas o digitales han pasado ya a mejor vida desde que la informática, los programas y los discos duros (cada vez con mayor capacidad, más asequibles de precio y más al alcance de cualquiera en cualquier parte del mundo), se han impuesto en el campo del sonido. En realidad en todos los ámbitos de nuestra vida porque no sé muy bien si alguno quedará todavía sin verse afectado. A Sandra Vicente este hecho no solo no le importa nada sino que, por el contrario, está encantada de que sea así porque se mueve como pez en el agua en todo lo que tenga que ver con la tecnología. “Hace ya años que solo se utiliza el ordenador”, nos dice, condescendiente con nuestra ignorancia sobre el tema.

Y para entrar en harina con esta madrileña que completó sus estudios universitarios en el Centro de Tecnologías del Espectáculo (CTE), le preguntamos directamente qué es para ella el sonido: “no tengo una definición exacta. Cada uno puede apreciarlo de una forma diferente. En el teatro, el sonido es como la banda sonora de la historia que se cuenta, y cumple la misma función que tiene en el cine. Es emoción, es sentimiento, como lo es la luz, el vídeo o la escenografía. Es una parte más del arte escénico, que contribuye a evocar, a potenciar ciertas emociones y ciertas situaciones”.

Sandra está vinculada irremisible y felizmente al teatro desde el mismo momento en que entró en contacto con él. Siempre le había gustado la música y, paralelamente, todo tipo de “cacharritos” (ordenadores, mesas de mezcla, micros…), y aunque inicialmente sus preferencias cuando comenzó a estudiar Comunicación Audiovisual, iban por el cine, a medida que fue complementando sus estudios con cursos y talleres paralelos, se fue inclinando más por el campo del sonido en el teatro. Su paso por el Centro de Tecnología del Espectáculo -un centro oficial vinculado al Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM)-, acabó de decantarla por él: “quienes hemos pasado por el CTE somos una especie de logia técnica, una comunidad por la que ha pasado casi todo el mundo que trabaja en la tecnología del teatro. El amor hacia la educación y hacia las artes escénicas de la gente que trabaja allí es impresionante. En el CTE me enamoré del teatro, y mi primer contacto con una compañía fue precisamente con alumnos de la RESAD dirigidos por Juan Margallo… Aunque no abandono otras disciplinas, desde ese mismo momento me enamoré del teatro para siempre".

Amante de la voz humana, y especialmente la de los actores (“me fascinan sus voces…, tanto como las de los cantantes. Sus timbres, sus texturas, su articulación…, me remiten a miles de colores”), no es nada extraño que –como los invidentes-, Sandra recuerde con más fuerza a las personas a través de su voz que de su cara. Su miopía –unas cuantas dioptrías-, ha colaborado también en ello, y decisivamente, porque cuando se dejaba las gafas en casa, además del timbre y del color de la voz de quien la saluda, tenía que fijarse en otros detalles -...digamos gruesos- del aspecto personal del otro: su mayor o menor peso, su manera de andar, de vestir…

Tecnología y creatividad

Su primer contacto profesional con el mundo del sonido fue a través de los viejos magnetófonos Revox: “los ajustes en las cintas eran divertidísimos… Recuerdo, por ejemplo, que en ¡Bailad, bailad malditos! el sonido lo hicimos con dos Revox (preparando los cortes, los cambios de cinta, y todo eso), aunque ya existían otros soportes como el minidisc. Y, por supuesto, en unas prácticas que hice en mi época de estudiante, en RNE, también utilizábamos Revox, y con gente superprofesional que los manejaba casi con los ojos cerrados, después de ser su herramienta principal de trabajo durante años y años…”.

Nos interesamos también por conocer sus preferencias por el sonido directo, el que surge de la vida cotidiana, o el elaborado, el fabricado en el estudio. Para ella, “no es diferente el uno del otro. De hecho, mis bases sonoras están grabadas directamente de la vida. Yo no puedo separarlo. A lo mejor no tiene ese realismo que pueda tener el cine, pero muchas veces sí que es necesario ese realismo sonoro en una determinada producción y yo no recurro a ninguna base de datos, sino que lo hago directamente con mis propias grabaciones... A partir de ahí ya edito, cambio, filtro, pongo o quito los sonidos de mi coche, mi calle, mi parque o mi pájaro. Recurro a sonidos de ‘librerías’ solo cuando no puedo grabarlo directamente, o encontrar otro que pueda evocar el que busco, aunque no se trate exactamente de él”. En las clases que, de vez en cuando, ahora imparte en el CTE, Vicente habla a sus alumnos con pasión de las diversas herramientas informáticas que ahora están ahí, al alcance de cualquiera y que, aunque tienen un origen claramente técnico, son a la vez creativas por las grandes posibilidades que ofrecen, ya que “nos permiten probar el ensayo y error, y tenemos que dar la bienvenida a todo aquello que nos facilite el trabajo y más aún si es una herramienta sostenible y no contaminante, como es el caso”.

Con todo, la artista no hace de la tecnología su dios porque “a veces, la falta de medios agudiza la creatividad. No porque dispongas de miles de aparatos con la última tecnología, significa que vayas a poder ser mucho más creativo. Aunque también es verdad que los equipos técnicos que manejamos, vistos por alguien ajeno al sector, parezcan que son la mar de sofisticados. Pero, en realidad el ordenador, los sistemas, los grabadores, la microfonía, nos facilitan las cosas y nos abren más posibilidades, aunque eso no son más que instrumentos al servicio de la creatividad, que es una cosa muy distinta”.

Los equipos de sonido utilizados en cine son infinitamente más sofisticados que los del teatro (“nosotros jugamos en otra liga muy distinta, incluso en otro planeta, en otro sistema solar”, comenta irónica Sandra) e, incluso, en su opinión el hecho sonoro en el cine tiene una relevancia mucho mayor que en éste ya que “en el teatro, hoy en día, cuesta mucho hacer entender el papel del sonido en los montajes, cosa que no ocurre tanto con la luz, la escenografía, el vestuario el maquillaje o la peluquería. Para el público normal, se da relevancia al sonido cuando se trata de un musical, pero en montajes teatrales un buen porcentaje del público no suele apreciar la necesidad de nuestro trabajo. Algunas veces –cada vez menos, afortunadamente-, sucede incluso dentro de nuestra profesión. Algunos compañeros se sorprenden de que estemos presentes en los ensayos desde el primer día, o tenemos que explicar a producción el por qué de estas partidas presupuestarias para la adquisición o alquiler de ciertos equipos… Afortunadamente todo esto va disminuyendo sustancialmente porque, cada vez más, en los cursos del CTE, los estudiantes de otras disciplinas (escenografía, iluminación, producción, etc.) asisten a talleres específicos y tienen asignaturas comunes sobre el área de Sonido. Para mí es muy importante subrayar en esas clases el alcance del hecho sonoro en cualquier producción teatral”.

Lejos ya de aquellos viejos conceptos de los Revox (velocidades, cabezales, motores, pistas, respuestas de frecuencia, etc.), Sandra está enamorada de los actuales sistemas inalámbricos Lectrosonics que, aunque se utilizan mucho más en cine al tratarse de sistemas muy caros, cada vez se están introduciendo más también en teatro. Sus micrófonos, auriculares y petacas son cada día más pequeños y, aunque la utilización de estos sistemas incrementa la posibilidad de fallos, “ cada vez son más fiables -¡cada día más!-, y el hecho de que las petacas sean tan reducidas y livianas, facilitan mucho al actor su trabajo, y eso es estupendo…. Eso en cuanto a sistemas, y luego los micros que me gustan mucho son los Countryman porque no adulteran, “no colorean tecnológicamente el sonido –concreta Vicente-, y, además, son también muy, muy pequeños y eso ayuda mucho a la plástica en escena”.

Microfonía en el teatro: a favor y en contra

El tema de la microfonía es muy controvertido en el ámbito teatral, tanto entre directores de escena o actores como entre los propios espectadores: “Sí. La opinión está muy polarizada. Hay gente que está muy a favor o muy en contra… Y hay también quien cree que solo se utiliza cuando el actor no puede llegar a proyectar suficientemente su propia voz. No es así porque de actrices como Carmen Machi, por ejemplo, nadie puede decir que no pueda llegar hasta la última fila del Teatro de Mérida con su voz. ¡Por supuesto que llega!, pero hay pocas actrices que estén más a favor de su utilización porque ella sabe usarla muy bien. La microfonía te permite, no solo hacer efecto rever o utilizarlo como si fueras Beyonce –la cantante y actriz-, sino porque hay sitios en los que no se podría trabajar sin recurrir a ellos. O estar de espaldas al público y seguir utilizando un tono de voz que, sin la microfonía, no se escucharía; o dar un tono de intimidad o cercanía, en un primer plano con el que no puedes estar a voces con los demás personajes. Cuando necesitas planos sonoros diferentes (cerca, intermedio, lejos…). Esa técnica de uso de la microfonía es muy diferente a la que pueda utilizarse en un musical o en cine. Se trata de una técnica específica para el teatro y quizás ahí sí que falte formación entre directores, actores y el resto del equipo artístico y técnico”.

Este es un campo que entienden muy bien los seguidores de las ficciones sonoras, esas propuestas teatrales que se han hecho desde hace muchos años (las de RNE y la SER, posiblemente, sean ejemplares), en forma de piezas teatrales o de radionovelas. “Estamos todo el rato –comenta Sandra- intentando indagar en nuevas formas de contar historias, de interrelacionar, de comunicar, de expresar… todo eso es también teatro. Luego te puede gustar más o menos… Con el uso de la microfonía sucede otro tanto, es decir, que puede gustar más o menos, pero que se utilice o no, no devalúa nada el teatro. Antes no se utilizaba sencillamente porque no había posibilidad de hacerlo, como tampoco ahora nadie se plantea utilizar velas en el Teatro de Mérida en lugar de focos de luz… La tecnología está ahí para utilizarla, y, como de toda herramienta, puede hacerse de ella un buen o un mal uso”.

"La clave está en los ensayos"

¿Cuál es la parte más delicada de tu proceso de trabajo (la grabación, la edición, la mezcla…)?, le preguntamos a la diseñadora de sonido, y ella no tiene ninguna duda al respecto: “ninguna de ellas; la clave está en los ensayos. Aunque obviamente siempre hay un trabajo previo, la parte de los ensayos es, para mí, la más fascinante de mi trabajo y la que me mantiene enganchada al cien por cien en este oficio. Es la parte más delicada porque el material con el que se trabaja es muy sensible, el material humano… Luego, una vez estrenado el montaje, es también muy hermoso asistir al proceso de transformación de la pieza porque es un material vivo, y constantemente se está perfeccionando, evolucionando…”.

Como en casi toda actividad humana, lo ideal es haber sido cocinero antes que fraile que, en el caso de diseñador de sonido, quiere decir haber pasado previamente por la faceta de técnico: “lo mismo no sé definir muy bien qué es esto del sonido, espacio sonoro, la creación sonora, términos que no he acabado de entender del todo, pero sí que sé definir muy bien qué es un diseñador de sonido y un técnico de sonido. El diseño de sonido tiene dos partes muy bien diferenciadas y una sin la otra no permitirían entender el trabajo. Hay una parte creativa, artística, y otra parte técnica y, repito, la una sin la otra no tiene ningún sentido…”.

Intentando aproximarnos, no obstante, al concepto base, al del sonido, preguntamos a la artista madrileña si el sonido es a la música lo que el grito, o el susurro, son a la palabra hablada. “Desde el punto de vista de la amplificación –nos responde-, sí. Pero desde otro punto de vista más profundo no estoy tan segura… Para mí la música es sonido y el sonido es música. Si a lo que te refieres es a la transmisión de esa música o de esa banda sonora, sí. Igual que la emisión de la palabra puede ir del susurro hasta el grito”.

La clave, en todo caso, nos parece que está tanto en el emisor como en el receptor. Dicho de otra forma, que este último no puede ser un mero observador, sino que tiene que aportar la voluntad de escucha. “Por eso –nos dice Vicente-, me gusta tanto el teatro –y, en el fondo, todas las Humanidades-, porque este es de los pocos espacios que nos quedan hoy en día para que alguien se siente en una butaca con una predisposición a la escucha y, en consecuencia, a la reflexión”. ¿Somos entonces, lo que contamos?, le preguntamos. Y ella nos da la razón porque “en el fondo, todo el mundo cuenta historias. Esto lo he descubierto cuando he sido madre… Pero, en niveles más públicos, no es algo muy distinto lo que sucede en las redes sociales. A todo el mundo nos encanta contar nuestras cosas”. Pero alguien que acude al cine, al teatro, o lee un libro está siempre abierto a la escucha.

El nombre de Mariano García está vinculado al de Sandra Vicente desde hace muchos años, y cuando le preguntamos qué le sugiere escucharlo, Sandra -sin dudarlo un instante-, nos dice: “…un hermano; un hermano sonoro. Aunque él es músico y esa palabra, la de la música, a mí me parece muy grande. Trabajo habitualmente con él y con Arnau Vilá, otro maestro maravilloso y generosísimo, y tratar de ponerme a la altura de ambos, a mí me viene grande”.

Y para terminar, y ahora que tanto se denuesta la labor de la universidad española, a Sandra Vicente no le duelen prendas en admitir todo lo contrario, en agradecer la labor que la Complutense, la facultad de Ciencias de la Información, supuso en su curriculum: “cuando entré en la facultad aún no había cumplido los 18 años –nací un 26 de diciembre, y siempre he sido de los alumnos más jóvenes-, y cuando accedí a ella simplemente tenía una idea muy vaga de a qué quería dedicarme. Me gustaba la música, el cine, la radio. Como a mí se me daban bien los estudios, acabé en la universidad. Ahora, con la perspectiva que dan los años, me doy cuenta que lo mismo tendría que haber hecho un curso superior de Formación Profesional, porque yo estaba claramente interesada en conocer en profundidad la parte técnica del sonido, más que la formación en Comunicación Audiovisual, una carrera mucho más teórica de lo que yo buscaba. Pero, al mismo tiempo, y contemplado también desde hoy, recibí un bagaje cultural e intelectual y un buen número de amigos de vida que aún sigo manteniendo… En definitiva, que con todas las limitaciones que pudieran haber habido, a mí me vino muy bien el paso por la universidad. Algo parecido me pasó después cuando hice algún que otro concierto de rock and roll. Me sirvió para saber muy bien qué es lo que no quería hacer, aunque aún no supiera muy bien lo que quería de verdad…”.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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