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11-M: 18 años del mayor atentado terrorista en Europa

(Foto: EP).
Alejandro Navas (MDO) | Viernes 11 de marzo de 2022

Hace 18 años de las explosiones que rompieron la vida de 193 personas y que hirieron a 2.057. Hace 18 años del mayor atentado terrorista en suelo europeo. Hace 18 años de la tragedia que volcó a una ciudad y que, a la vez, unió y dividió a un país. El 11 de marzo de 2004, Madrid y España sufrieron las consecuencias de la barbarie en forma de 10 explosiones simultáneas en cuatro trenes de Cercanías. Hubo quien falleció al instante, quien quedó herido y quien se libró de la muerte. Sin embargo, nadie quedó exento de cicatrices. La sociedad las conserva y las recuerda.

“Yo creo que tuvimos mucha suerte. En el momento no lo piensas pero con los años... Lo mismo, si hubiéramos llegado 10 minutos antes, no lo contábamos”. Hace 18 años Juan, que no es español ni ese es su nombre, salía de Alcalá de Henares en dirección a San Sebastián de los Reyes para trabajar. Cada mañana solía coger el Cercanías alrededor de las 7:20 pero aquel día se retrasó. “Cogimos el tren, tranquilamente, y se paró en Vicálvaro”. Cuenta que estuvieron retenidos en los vagones durante unas dos horas, sin saber lo que había ocurrido. En aquel momento, el acceso a Internet era más que limitado y la cobertura de los móviles se vio afectada. El tren fue desviado a la estación de Méndez Álvaro y allí se desalojó.

“Fuimos a una cafetería y fue allí, con la televisión, donde nos enteramos de lo que había pasado”, cuenta Juan, que en ese momento llevaba dos años en España y aún se peleaba con el idioma. Ni el personal de Cercanías ni el de la estación informó a los viajeros del motivo del desvío. “Fue como un shock, nunca me lo habría imaginado. De hecho, tampoco en aquel momento de la mañana decían nada claro, solo que había habido unas explosiones”. A pesar de todo, Juan encontró la forma de llegar a su trabajo y no fue hasta la tarde cuando su empresa decidió suspender la actividad. Al llegar a su casa fue cuando realmente conoció la gravedad del atentado y cuando se dio cuenta de lo afortunado que fue su retraso: “Por los pelos”.

Pero no todos sus conocidos tuvieron la misma suerte. “Tenía un compañero de trabajo cuya hermana iba en uno de los trenes que explotaron. Ella sobrevivió pero le destrozó una pierna y sufrió muchas operaciones. No se pudo recuperar”, recuerda. Para Juan, cada vez que el calendario marca este día y piensa en lo que pudo haber ocurrido, le inunda una sensación particular: “Es algo extraño”.

El papel del Samur

Samur Protección Civil es el cuerpo de emergencias de la ciudad de Madrid. Debido a la actividad de la banda terrorista Eta en la capital, Samur ya contaba con sobrada experiencia y protocolos para casos de atentados con explosivos. Sin embargo, las bombas simultáneas esparcidas por diferentes puntos dejaron un escenario para el que no estaban preparados. “No había ninguna teoría sobre cómo actuar ante una emergencia con cuatro focos a una distancia entre sí de seis kilómetros”, explica Ervigio Corral, director de servicios en 2004 y actual subdirector de Samur.

“A las 7:40 me comunicaron los que estaban de guardia que habían estallado unas bombas en Atocha. Me subí a un coche y nos dirigimos a la estación. Al llegar, me comunicaron que había más explosiones”, recuerda Corral con precisión. Desde ese mismo momento, comenzó la toma de decisiones. Por un lado, se dividió el servicio en partes: una para Atocha, otra para Santa Eugenia, otro para El Pozo y el último para Téllez. Además, comenzaron a activar la “cadena de llamadas”, para que acudieran todos los efectivos del servicio al dispositivo que se estaba creando.

“Cuando entramos en Atocha la primera sensación fue de entrar en un lugar del que todo el mundo quería salir. Al llegar a la terminal el silencio era absoluto. La situación era muy complicada, mucha gente fallecida y mucha gente herida entre los trenes”, explica. Una vez evaluada la situación, se decidió establecer un hospital de campaña en cada uno de los focos para atender a los heridos. Concluida la atención y la derivación a centros hospitalarios, comenzó la segunda fase: la identificación de los cadáveres y la comunicación a las familias.

Fue en esta fase donde Ifema jugó un papel crucial al servir de morgue temporal. En un pabellón se dispusieron los cadáveres y en otro se atendió a las familias. “A cada familia le asignábamos un psicólogo para amortiguar el golpe de una posible mala noticia”, relata Corral. Cuando llegaron los forenses y el juez comenzó la identificación de los cuerpos, “nos pasaban a nosotros la información de la persona identificada y, quizás lo más duro, teníamos que ir a las salas y llamar a las familias para comunicarles las malas noticias. En un día fueron unas 120 malas noticias”.

La catástrofe sirvió a Samur para redimensionar el servicio, además de tener un efecto internacional. Hasta ese momento, ninguna capital o ciudad importante europea contaba con protocolos para situaciones como aquella. La experiencia del Samur fue compartida en Francia, Reino Unido y Estados Unidos, entre otros países, para que los aciertos se repitieran y para que los errores se evitaran en caso de nuevos atentados con dimensiones y características similares.

Desde un hospital

María Jesús tenía 35 años aquella mañana de marzo. Trabajaba como administrativa en el Hospital 12 de Octubre y cada día tomaba un tren para ir y otro para volver. Pasaba por la estación de Santa Eugenia, en Vallecas. Ese día llegaba tarde porque su hija, que tenía 11 años, se demoró mientras preparaba su mochila para ir al colegio. “Al escuchar los estruendos, mi niña me preguntó si eran petardos”, recuerda esta mujer. Después de solucionar los problemas domésticos y cotidianos llegó a la estación. No la dejaron pasar, las bombas ya habían estallado.

“Cogí un taxi para ir al hospital. Fue el taxista quien me contó lo que había pasado. Me dejó en la puerta y no me cobró nada”, cuenta María Jesús. Aquella jornada de trabajo fue caótica. De pronto, comenzaron a llegar personas con la cara tiznada, en sillas de ruedas. Los celadores, los médicos y las enfermeras iban corriendo de un lado a otro por los pasillos, por las consultas, por los vestíbulos. “Hubo un momento, como a las dos de la tarde, en el que llegaron policías con perros. Empezaron a recorrer el hospital. En aquel momento no tenía ni idea de por qué estaban allí”, rememora. Estas patrullas, como se informó de forma posterior, estaban buscando residuos de explosivos entre los heridos como parte de la investigación.

Más tarde, María Jesús se fue de voluntaria a un centro de salud de Carabanchel para ayudar con los heridos en la catástrofe. Allí, coincidió con dos compañeras suyas que sí iban en uno de los trenes que explotaron. A una no le pasó nada físico, aunque cada vez que llega el aniversario lo pasa mal al recordarlo. A la otra, la explosión la dejó sorda de un oído.

A tres días de las elecciones

José María Aznar estaba agotando su segunda legislatura al frente del Gobierno de España con un holgado apoyo social y político. El PSOE y su candidato, José Luis Rodríguez Zapatero, no tenían visos de acabar en la Moncloa. Las encuestas soplaban de forma clara en favor del Partido Popular y nada parecía que fuera a cambiar esa tendencia. Hasta la mañana del 11 de marzo de 2004.

Desde un comienzo, el Ministerio del Interior y el Gobierno de la Nación mantuvieron una misma postura sobre la autoría del atentado. La banda terrorista Eta era la culpable a ojos del Ejecutivo nacional, una versión que enarbolaron hasta el mismo día de las elecciones. Tanto el presidente como los ministros sostuvieron que las informaciones fruto de la investigación policial y judicial apuntaban a los terroristas vascos. Sin embargo, el trabajo investigativo determinó, poco a poco y en base a las pruebas encontradas, que los responsables debían formar parte de algún comando fundamentalista islámico. En este contexto, se aireó el hallazgo de restos de explosivos de la marca Titadyne, empleada por Eta en muchos de sus atentados, en una furgoneta abandonada en un aparcamiento. Este hallazgo sirvió para reforzar la postura del Gobierno.

Pero los eventos fueron contradiciendo esta versión. Por un lado, se encontró entre los restos de uno de los trenes una de las mochilas usadas por los terroristas y que nunca llegó a detonar. Además del explosivo, se halló un teléfono móvil que debió funcionar como detonador. Este móvil permitió a la Policía seguir el rastro de los responsables de las bombas, un rastro que acabó en un piso de Leganés donde los terroristas se inmolaron llevándose con ellos la vida de un miembro del GEO. Por otro lado, en un medio británico, la banda terrorista islámica Al-Qaeda reivindicó su autoría.

Ante tales contradicciones, la sociedad española salió a la calle en una manifestación lluviosa y llena de silencio con un mensaje: la necesidad de saber la verdad. En aquel momento, la imagen del Gobierno estaba en entredicho. La situación política era la siguiente: si el atentado fue perpetrado por terroristas islámicos, iba a ser relacionado por los ciudadanos como una consecuencia de la participación de España en la guerra de Irak (relación que quedó desmentida años después, cuando se demostró que el atentado estaba planeado antes de 2003), contienda con la que el PSOE estuvo en contra desde un principio; si las bombas fueron colocadas por Eta, el Ejecutivo iba a ser reforzado y apoyado en las urnas. El resultado es de sobra conocido, Rodríguez Zapatero fue elegido presidente.

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