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Un grano llamado Gibraltar

Un grano llamado Gibraltar

domingo 20 de mayo de 2012, 17:40h
Es como la gripe, como las alergias primaverales, como un grano que se te suele infectar cada cierto tiempo te pongas lo que te pongas. Desde comienzos del siglo XVIII, España viene sufriendo los dolores de ese callo en el sur de la provincia gaditana que se llama Gibraltar. Cuando no era la anexión paulatina del istmo, era la construcción del aeropuerto, la utilización de sus amarres para la reparación de submarinos nucleares británicos o la apropiación indebida de unas aguas territoriales inventadas donde campan a sus anchas desde traficantes de droga a enormes barcos gasolinera repletos de combustible. Si el  artículo X del Tratado de Utrecht reconocía la limitación del territorio cedido a la Gran Bretaña «a la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortaleza que le pertenecen... sin jurisdicción alguna territorial», la política de hechos consumados y la debilidad de España en los tres últimos siglos han provocado que ese grano en el culo de Andalucía se haya convertido en una pústula que nos amenaza periódicamente con amargarnos la existencia. La frase del tratado que dice "sin jurisdicción alguna territorial" debería confirmar que la administración del Peñón no se extenderá al término municipal anterior, pero la realidad es que, poco a poco, como una perniciosa gangrena, los llanitos han ido ocupando terreno y más terreno español y sus aguas jurisdiccionales con la aquiescencia y el apoyo implícito del imperio británico sabedor de que España, ese país casi tercermundista del norte de África, solo se limitaría a protestas más o menos formales sin mayores consecuencias.

Que conste que, a estas alturas de la película, soy de los que opinan que el contencioso de Gibraltar no vale la pena ni un enfrentamiento bélico ni una bronca con nuestros socios europeos y ni tan siquiera la suspensión del viaje de Doña Sofía a los fastos de la reina Isabel II de Inglaterra y que la "excusa de Gibraltar" fue reiteradamente utilizada por la dictadura franquista como un "macguffin", una falsa y engañosa excusa, un entretenimiento teledirigido para que los españoles no nos preocupáramos de los graves problemas internos que nos afectaban y encauzáramos nuestra rabia y nuestro odio hacia la "Pérfida Albión". Aquellas manifestaciones multitudinarias bajo el grito de "Gibraltar español", aquel cierre de la verja, se contemplan ahora como viejas escenas de una película típica del Berlanga de "Bienvenido Mister Marshall". ¿Se acuerdan del chiste del cojo que pedía el peñón y alguien le dijo, "pero Antonio, pá que quieres el peñón si tú no sabes ni andar por lo liso"? Dejando esta premisa por sentada, va siendo hora de que, al menos, los españoles sepamos defendernos en los foros internacionales donde últimamente nos las están dando todas en la misma mejilla, desde Argentina a Bolivia y desde Alemania al Reino Unido.

Está claro que en escasos años hemos pasado de pertenecer al G-10 a estar a la altura de Grecia o de Azerbaiyán sin que nos echen cuentas como no sea para amenazarnos con el "corralito". La culpa de toda esta caída libre en el panorama internacional sabemos todos quien la tiene, sí, ese líder ultragaláctico que ideó aquello de la Alianza de Civilizaciones y que, afortunadamente, ya está donde debería de haber estado siempre, en su casa y calladito que está más guapo, José Luis Rodríguez Zapatero. Pero me da a mí que tampoco nuestro actual presidente, Mariano Rajoy, "El mudito gallego", sea la persona adecuada para cantarle las cuarenta a los gibraltareños ni a su ministro principal, Fabián Picardo. Así que lo mejor que hacemos en estos momentos es tratar con los ingleses de arreglar cualquier contencioso puntual que afecte a nuestros pescadores o a la Guardia Civil, y esperar tiempos mejores para hacer reivindicaciones territoriales y de soberanía que sabemos de sobra que nunca van a ser tenidas encuenta ni por la ONU ni por los países que parten el bacalao.

Acabo llevando el agua a mi terreno, es decir, preguntándome si el presidente de la Junta de Andalucía, territorio donde se ubica Gibraltar, no tiene nada que decir ante los abusos que periódicamente comete el Gobierno gibraltareño y cuyos principales perjudicados son los pescadores y vecinos de la Bahía de Algeciras. Digo yo que Pepe Griñán, tan amigo de Marruecos y de Portugal, podría pronunciarse y dar su opinión ante contenciosos que afectan a su tierra y sus gentes. Pues, no. Silencio absoluto. Claro que bastante tiene el hombre con capear el temporal de la deuda, lidiar con sus socios de IULV-CA y hacer las veces de líder de la oposición al Gobierno que no hace su secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba. Lo dicho, Pepe, ni Chacón ni Rubalcaba, tú eres quien tiene  que hacerse con las riendas del PSOE antes de que el partido se vaya al carajo. Visto lo visto, si te empeñas lo bastante hasta lo podrías conseguir.
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