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Pero ¿quién es la calle?

Pero ¿quién es la calle?

domingo 15 de septiembre de 2013, 11:30h
Manuel Fraga, el hombre que se empeñaba en destruir al estadista que llevaba dentro, siempre me negó ser el autor de la frase que le atribuíamos todos, "la calle es mía". Ignoro si efectivamente la pronunció, lo que me parece probable y acorde con su carácter. En todo caso, hay muchos que consideran que la calle es suya. Artur Mas, por ejemplo, que se siente el mesías que llevará a sus seguidores a la tierra prometida . O también quienes, desde el Gobierno central, se atribuyen la adhesión incondicional de esa 'mayoría silenciosa' que siempre he sospechado que es silenciosa porque tiene poco que decir y porque, además, se le niegan los cauces para decirlo. Y así estamos: en un inmenso silencio entre esa mayoría que yo más bien llamaría descomprometida, por un lado, y quienes borran todo diálogo razonado a base de gritos encadenados, por otro. Y no será ni con reuniones más o menos secretas ni con cartas más o menos etéreas como llenemos el abismo de desentendimientos que caracteriza la vida nacional.
 
Pienso que una democracia ha de tener un concepto mucho más amplio, flexible y omnicomprensivo de lo que es 'la calle'. No, el president de la Generalitat catalana no posee la calle por el hecho de que unos cientos de miles de personas se enlacen de las manos de norte a sur de Cataluña. Ni tampoco Mariano Rajoy, atribuyéndose esa inmensa mayoría que calla, sufre y seguramente discrepa. O no...que diría el propio presidente galaico. Lo que sí tiene que hacer Rajoy, entiendo, es liderar a sus representados, que somos todos, incluyendo los catalanes de la estelada, que no son ni mucho menos la totalidad de los catalanes.
 
Así las cosas, yo diría que Artur Mas, que es el hombre de los líos y, desde luego, un mal gobernante, está ganando por goleada a Rajoy en lo que toca a la representatividad y al liderazgo de 'los suyos'. Ha acaparado la voz, el grito y los titulares de los periódicos del mundo entero. A este lado del Ebro, en cambio, la callada es la respuesta, y no me digan que esa carta que envió Rajoy a Barcelona supone el comienzo de la conquista de la opinión pública; ni siquiera de la publicada. ¿Dónde está el lobby internacional que debería estar haciendo el elefantiásico Estado español, que parece aquejado de parálisis?¿Dónde los esfuerzos por levantar la decaída 'marca España'? ¿Dónde la reacción de los 'aliados' de la UE, que ya va siendo hora de que canten las verdades del barquero?¿Dónde las voces de los intelectuales, de los empresarios, de los deportistas, de los tenderos, de los abogados, de los taxistas de toda Cataluña que están -muchos lo sabemos, porque se lo hemos oído-hartos de ese globo que es el proceso soberanista, un globo que oculta muchas realidades cotidianas desagradables y que pinchará algún día, pero con gran estrépito?
 
A veces tengo la impresión, que en el pasado sentí en el País Vasco, pero que ya está, a Dios gracias, allí superada, de que en Cataluña hay mucha gente con miedo a expresar el disenso respecto de lo políticamente correcto. La doctrina emanada de la Generalitat parece la única e indiscutible verdad. Y desde el Gobierno central no se ha arbitrado ese 'plan de comunicación' que ponga en valor otras verdades diferentes, que tantos catalanes parecen avergonzados de proclamar en público, quizá porque ese Gobierno central carece del prestigio suficiente como para expresarle adhesión alguna.
 
A lo más que algunos llegan es a arbitrar 'operaciones' u 'operacioncillas' política de nulo calado. No falta quien, ahora que está ocioso y anda lanzando manifiestos, busque en, por ejemplo, Josep Piqué, catalán al fin y al cabo, un rostro alternativo que evite caídas por el precipicio. Ocurre lo mismo con, por ejemplo, Esperanza Aguirre en Madrid. Ignoro si uno u otra quieren de veras ponerse al frente de sus entusiastas. Pero no será con rostros del pasado como construiremos el futuro. Ni con cartas descomprometidas, ni con llamadas secretas desde La Moncloa a Sant Jaume o viceversa.
 
A mí siempre me ha parecido que la solución a la 'cuestión catalana', que renace periódicamente desde hace más de un siglo,  está en aumentar y mejorar la democracia: reformar la Constitución, dar mayor participación a los ciudadanos en la cosa pública -la ley de Transparencia es apenas el comienzo del inicio del principio de un camino que se debería haber transitado hace mucho--, modificar la normativa electoral...y, en mi opinión, permitir la consulta que quieren Mas y Junqueras (o mejor Junqueras y Mas). Pero para que la gane el Estado, cosa que es perfectamente posible  proclamando la verdad, no renunciando a los propios argumentos y dando cauces para que la calle, sea de quien sea -que sospecho que es de todos y de nadie-se exprese. Y no, lo que aquí digo no es una utopía; precisamente porque nuestros gobernantes piensan que sí lo es, y actúan (o no actúan) en consecuencia, estamos como estamos.

>> El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
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