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Poder o no poder, esa es la cuestión

sábado 26 de diciembre de 2015, 10:56h

Los ecos, demasiado difuminados quizá, del mensaje del Rey, sometido a tantas interpretaciones como intérpretes, se han apagado ya del todo: ¿qué queda de sus llamamientos genéricos a la unidad, al diálogo político, a la concertación, al compromiso? Este mismo domingo, cuando todavía transitamos por unas fiestas navideñas con inusitado calor político, vamos a verlo: los ‘barones’ del PSOE celebran un cónclave previo a un presuntamente decisivo comité federal. Eso, por un lado. Y, por otro, la CUP asamblearia decide si apoyo o no, y con qué condiciones, la investidura de Artur Mas como president de la Generalitat y también un pacto de acción con Podemos, la fuerza triunfadora en las elecciones en Cataluña. En ambos casos, curioso, el más citado en los debates va a ser, presumiblemente, el partido creado no hace ni dos años por Pablo Iglesias. Que no es antisistema, como la CUP, ni separatista, aunque predique el referéndum sobre la secesión; pero tampoco es monárquico –como sí lo es, aunque sea de manera coyuntural, el PSOE—ni parece tener necesidad de ocupar, por el momento, moquetas de poder. Tal vez porque sabe que el verdadero poder, en esta Legislatura loca que se abre, va a estar en la oposición.

El partido que fundó Pablo Iglesias vuelve a encontrarse de frente con el ‘otro’ partido que fundó el ‘otro’ Pablo Iglesias, y que hoy constituye la mayor amenaza para la estabilidad del primero. Alianza con Podemos sí o no y en qué condiciones, para poner los cimientos de lo que sería un Gobierno presidido por Pedro Sánchez; he ahí el dilema. No todos en el PSOE ven con tan buenos ojos esta hipótesis que, creen, desnaturalizaría el mensaje con el que los socialistas han venido comportándose durante los años de la ‘primera’ transición. Y que, de paso, quizá daría a medio plazo armas para que la formación morada sobrepasase a su posible ‘socio’, el partido del recuperado puño con la rosa.

Lo mismo, por otra parte, que si el PSOE adoptase la otra solución, apoyar un tripartito ‘de acción’ con el PP y con Ciudadanos: es la que, naturalmente, gusta al Ibex, a la CEOE, a al menos la mitad de la ciudadanía, al Rey y a los mandatarios de la UE. Y, me dicen, a Obama, que jamás lo expresaría, naturalmente, en público. Pero, claro, dicen los cercanos a Sánchez, demostrando una vez más que los argumentos partidistas son de mayor importancia para ellos que las razones de Estado, eso también diluiría al PSOE ante un posible pacto de hierro entre el gobernante PP y el influyente Ciudadanos, que es la fuerza que está demostrando mantener la cabeza más fría en esta coyuntura.

Así que el PSOE tiene un dilema, agravado por la escasa simpatía que algunos de los más influyentes ‘barones’ territoriales del partido parecen sentir por el secretario general, Pedro Sánchez, que hasta se ha atrevido a decirle a Susana Díaz, nada menos que a Susana Díaz, que quien decide es el secretario general desde Ferraz. A lo que no solamente Díaz, sino también algún otro ‘barón’, como el castellano-manchego Emiliano García-Page, han respondido que la política de pactos la ordena el comité federal, máximo órgano decisorio entre congresos y que, precisamente, se reúne este lunes en medio de no poca expectativa y aprensión por lo que pueda salir de ahí. Podemos o no Podemos, he ahí la cuestión. Porque, para colmo, una mera alianza Podemos-PSOE no basta para investir a Sánchez como presidente del Gobierno: necesitan a Esquerra, al PNV o, al menos, la abstención de los nacionalistas y de Ciudadanos, que es más que dudoso que, en estas condiciones, no votase contra Sánchez, por mucho que Albert Rivera y él hayan hablado de concertación y de estrategia común en sus recientes conversaciones subterráneas.

Y ahí, por otro lado, está la CUP, que ya no se sabe si es, como dicen algunos comentaristas, antisistema o mero caos, decidiendo este domingo si se alía con Podemos y si, por otro lado, respalda, con condiciones claro está, a Artur Mas para que siga presidiendo la Generalitat de cara a llegar a una ‘República anticapitalista’. La CUP y Podemos, fuerzas decisorias sobre lo que nos vaya a ocurrir a todos los españoles en el futuro. Ahí queda eso. Ahí, y en el tono despectivo que sus portavoces, y otros nacionalistas y separatistas, utilizaron para descalificar el mensaje del Rey. Nada nuevo por otro lado, pero cada año más grave.

A todo esto, ¿qué hace Mariano Rajoy, que, por si usted lo ha olvidado, resulta que fue el ganador de las elecciones del pasado domingo, hace apenas una semana? Tiende manos y aguarda, sumido en esa calma inalterable y a veces algo desesperante. Este lunes tiene citados en La Moncloa, naturalmente por separado, al tantas veces mentado Pablo Iglesias y a Albert Rivera. Me encantaría formar parte del mobiliario para saber qué le va a decir Iglesias, quien, me da la impresión, se sentirá más cómodo en la oposición que formando parte extraña de un Gobierno que, con PSOE, con ERC, con IU, con el PNV, con… sería no menos raro. Máxime porque Podemos tendrá cuatro portavoces parlamentarios, no necesariamente obligados a expresar siempre lo mismo.

Porque lo que vaya a decir y decirnos el líder de Ciudadanos a la salida de La Moncloa me parece claro: contrariando su difícilmente comprensible postura preelectoral, que me parece que tantos votos le costó, Rivera se declara ahora favorable a facilitar la formación de un Gobierno estable. De la mano, claro, de Rajoy. Y proclamará la conveniencia de ese tripartito del que, en principio, nadie en el PSOE quiere oír. Alguien tendría que explicarles a todos ellos por qué la ciudadanía parece no comprender nada de estos manejos, que retrasan la llegada de inversiones extranjeras, hacen perder enteros a la ‘marca España’ y pueden precipitar, en el peor de los casos, unas nuevas elecciones, que, a este paso, hasta acabarán siendo la mejor de las soluciones, manda narices.

Todos dicen entender lo que los electores han votado, e incluso comentarista hay que, empleando un lenguaje cuasi guerracivilista, asegura que los votantes se han equivocado. ¿Estamos seguros de eso? Porque, siento decirlo, el electorado no se equivoca nunca; los que se equivocan son los que hacen, con los votos, de su capa un sayo. Siempre asegurando, eso sí, que están cumpliendo la voluntad de la ciudadanía que les ha prestado –no es un cheque en blanco- su sufragio.

- El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'

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