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Orgullo Gay, o cómo invisibilizamos otras realidades

sábado 10 de junio de 2017, 16:35h

Del 23 de Junio al 2 de Julio, Madrid acogerá uno de sus mayores eventos hasta la fecha, tanto por número de asistentes como por relevancia mediática internacional. Una celebración de la diversidad que, polémicas injustificadas aparte, lleva siendo recogida desde hace meses por periódicos y televisiones con titulares mucho menos diversos de lo que cabría esperar:

“Orgullo Gay 2017: semáforos contra la homofobia” – El País
“La Sexta emitirá el Orgullo Gay mientras que TVE lo descarta por no ser rentable” – El Economista
“Madrid, capital mundial del Orgullo Gay 2017” – Cuatro
“El Orgullo Gay de Madrid tendrá aforo limitado” – La Sexta

Para el ciudadano, digamos, normativo (heterosexual y cisexual, es decir, cuya identidad de género se corresponde con el sexo biológico con el que ha nacido), posiblemente no haya ningún problema con esos titulares. Tampoco para muchos hombres homosexuales. Al fin y al cabo, también a mí me llena de Orgullo (con mayúscula) y satisfacción, como decía aquél, que una celebración que incluye una gigantesca manifestación por los derechos humanos sea noticia durante meses. Me hace recordar lo mucho, muchísimo, que hemos avanzado en España en materia de derechos para personas que sentimos y amamos de manera considerada no normativa. Pero también me entristece (y enfada) ver cómo, incluso en un evento de este tipo, seguimos invisibilizandomuchas realidades. Y es que, en castellano, “gay” hace referencia a un hombre que siente atracción por otros hombres. Punto.

Cuando los medios hablan de “Orgullo Gay” están invisibilizando a lesbianas (mujeres que sienten atracción por mujeres), bisexuales (personas que pueden sentir atracción por individuos de ambos sexos) y otras realidades afectivo-sexuales no menos merecedoras de reconocimiento (pansexuales o asexuales, por ejemplo). También están dejando de lado (con o sin intención) a todas aquellas personas cuya identidad de género se define dentro del término trans* (es decir, cuya identidad de género no se corresponde, parcial o totalmente, con su sexo asignado al nacer). Cuando los medios hablan de “homofobia”, el público evoca únicamente al odio hacia hombres gays, dando a entender implícitamente que no existe odio hacia lesbianas, bisexuales o transexuales. Este último caso particularmente doloroso, teniendo en cuenta el importantísimo papel del colectivo trans* en las revueltas de Stonewall que dieron lugar al Orgullo en 1969.

Los medios de comunicación generalistas son un altavoz espectacular para difundir ideas y, como tal, tienen que ser conscientes de su capacidad de influir en la población y actuar con responsabilidad. Por eso me resulta tan sangrante que, en 2017, usen términos como “Orgullo Gay” en lugar de “Orgullo LGBT”. Que usen “homofobia” en vez de “LGBTfobia”. Que un año en el que Madrid va a ser la capital LGBT mundial se haga alusión únicamente al colectivo gay. No hay que olvidar que lo que estos medios presentan será luego extendido por todo el mundo. En tuits, estados de Facebook, conversaciones de café en las que sólo seguirá existiendoel “Orgullo Gay”.

Y antes de entrar en debates estériles sobre siglas: sí, también nos vale LGBT+, o LGBTIAQ (incluyendo intersexuales, asexuales, y queer), o básicamente cualquier combinación con espíritu inclusivo. Porque lo que no se nombra, no existe. Porque ojalá no necesitáramos etiquetas, pero mientras haya niños y adolescentes sufriendo porque les han descrito una realidad en la que se les excluye por omisión, una etiqueta puede hacer que dejen de sentirse solos. Salvarles la vida, incluso. Comparado con la alternativa, tragarse los chascarrillos y hacer un pequeño esfuerzo con unas cuantas siglas no parece un gran sacrificio.

Es una realidad que los gays somos, dentro del colectivo LGBT, la parte más visible, la que más ruido hace y, posiblemente, la que más ha sido aceptada por la sociedad (sociedad machista que está mucho más preparada para aceptar todo lo que tenga que ver con hombres que con mujeres, pero ese es otro tema). Por cada persona lesbiana o bisexual en el cine o la vida pública (políticas, presentadoras, cantantes) hay una decena de gays. Las comparaciones están aún más desequilibradas entre transexuales y cisexuales. Incluso entre voluntarios activistas y campañas de concienciación se repiten estas proporciones.

Ha costado muchos años que al colectivo LGBT se nos deje de considerar enfermos y criminales en este país, pero aún debemos luchar contra la invisibilidad a la que seguimos sometiendo a buena parte del colectivo. Es hora de que nuestro lenguaje se adapte a una realidad diversa y compleja, en la que la escala de grises que va del blanco al negro es inmensamente rica. Debemos valorar la sociedad plural en la que vivimos y, para eso, es necesario reconocer a las partes que la integran. No esconder a nadie. No hacer invisible a nadie. Para eso es necesario hablar de lesbianas, de transexuales, de bisexuales. Y de pansexuales, intersexuales, asexuales, agénero… Es nuestra labor ampliar nuestro sistema de conocimiento para dar cabida a todas las orientaciones e identidades, no forzar a estas personas a encajarse en nuestra versión simplificada de la realidad.

Es necesario hablar de Orgullo LGBT y LGBTfobia. Y es necesario que los medios se sumen a esta corriente y seanaltavoces que ayuden a dar a conocer todas estas realidades. Porque nunca se sabe quién puede estar recibiendo la noticia. Quizá un adolescente que está sufriendo acosoen un pequeño pueblo, escuchando las noticias de Antena 3, oiga hablar de una cantante pansexual y comprenda que no está solo. O una madre, preocupada porque su hijo de 5 años empieza a pedirle que le llame María, oiga a Nacho Vidal en Sálvame hablar con cariño acerca de su hija trans y descubra que el futuro no es tan hostil.Las palabras son capaces de cambiar el mundo, de mostrar y de invisibilizar, de causar dolor y de curarlo. Está en nuestras manos decidir cómo utilizarlas a partir de ahora.

Por Daniel Romero y Aitor Villafranca

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