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'Pelota' Financial Times

miércoles 01 de octubre de 2008, 11:46h
    Que el periódico financiero mas prestigioso del mundo se acuerde de este país que, para muchos paisanos americanos es una provincia de México, es digno de elogio. Y, sobre todo si el personaje a situar en el Olimpo de los Dioses es un tal Emilio Botín, desconocido para la práctica mayoría de los habitantes de este planeta llamado Tierra.

    Pero es que  las cosas son así. Resulta que, de repente, vienen nuestros colegas, esos que dan lecciones de economía al mismísimo premio Nóbel  Leonid Hurwicz, y se dan cuenta en que la banca suiza ya no es la “number one”. Que otro país, dentro de los límites de la decencia y la ética, olvidándose de trucos como los “secretos de clientes” que dieron lugar a perversiones utilizadas por los delincuentes,  se ha convertido en el líder de la banca, al menos de la banca minorista, la que realmente interesa.

   Esos chicos sabiondos han descubierto que en España, “la provincia mexicana” hay un señor que ha simplificado el negocio del que es propietario. Recoge dinero de los ciudadanos y se los presta a otros. Lo que verdaderamente es el negocio bancario y lo demás sobra. Ya se sabe: chorradas las justas. Un señor cuyo padre no confiaba en él para sucederle pero que  ha demostrado ser capaz de superar todas las expectativas.

    Emilio Botín, presidente del único banco, el Santander, capaz de poner encima de la mesa dinero suficiente como para acudir al rescate de una entidad que, hasta hace poco tiempo, le miraba por encima del hombro. Emilio Botín, capaz de dejar atónitos a los grandes ‘popes’ financieros norteamericanos, los intocables, los que nunca llegaron a pensar que un intruso se les colase en su selectivo club.

   Pero la historia de los negocios ofrece esas paradojas. Un día, un tío feo, raro, con cara de empollón, y de ser incapaz de matar una mosca, se metió en ese selectivo club y se convirtió en el hombre más rico y poderoso del mundo. Me refiero concretamente a Bill Gates. Ahora, no me extrañaría que ese hombre, de rasgos toscos, que ejerce de cántabro, que ya es ejercer, y cuyo padre era capaz de cabrearse si en el cenicero del ascensor de la sede central del banco se encontraba una colilla cuando entraba en él,  se colase en ese selecto club y se convirtiese en “uno de ellos”. Que risa señor Botín. Como lo logre no pararé de reírme.
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