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CRÍTICA TEATRAL

Cómeme el coco, negro: Una fiesta teatral

domingo 05 de octubre de 2008, 18:05h
Hace veinte años el espectáculo “Cómeme el coco, negro” sirvió para consagrar al grupo catalán La Cubana como una de las formaciones más populares y divertidas. Cinco años antes había aparecido en Sitges y sus actuaciones vendiendo piedras en los mercados u organizando grupos de turistas ya habían llamado la atención. “Cómeme el coco, negro” se estrenó en 1989 en el Nuevo Apolo de Madrid y se convirtió en un suceso de taquilla. La revisión actual, en el Gran Vía, puede reeditar aquel éxito.
Fui a ver la reposición de “Cómeme el coco, negro” con temor de que la mitificación del original provocara cierta decepción en la nueva puesta en escena. Pero no. El espectáculo conserva intactos todos los valores de hace veinte años porque sigue siendo una idea formidable y cuenta con once actores excepcionales capaces de transformarse en múltiples personajes.

Teatro Cubano de Variedades
A estas alturas casi todo el público sabe que hay que acudir a la sala por lo menos media hora antes de lo que se anuncia. Pero sigue habiendo espectadores no advertidos que se sorprenden cuando, a la media hora de iniciado teóricamente el espectáculo, termina el Teatro Cubano de Variedades. Claro que entonces comienza la verdadera función.

Pero en la hora preliminar el desfile de cutre-artistas de variedades al estilo de Manolita Chen es auténticamente descacharrante, lleno de guiños que provocan las carcajadas y los aplausos. Como el sosias de Antonio Molina que repite incansable “Soy minero”. Los números de conjunto rezuman ironía y nostalgia hacia un género escénico desaparecido. La capacidad de transformación de los miembros de La Cubana es asombrosa.

Fiesta teatral
En el grueso del espectáculo el público es parte importante, imprescindible, para convertir la representación en una fiesta teatral que se prolonga casi dos horas más. Es el momento de desnudar el tinglado y ver a los personajes limpios de maquillaje, al menos teóricamente. Las entradas y salidas permiten unos eficacísimos cambios de los actores hasta el punto de que los once intérpretes se convierten en más de treinta.

Aparecen las rencillas, los celos, las mezquindades... y hasta la hija del artista (echamos en falta a su mamá) en uno de los momentos más brillantes interpretativamente hablando. Cuando parece que el espectáculo empieza a perder fuelle entran a escena las dos viejas sastras y todo se va para arriba de nuevo gracias, fundamentalmente, a las actrices.

En el escenario se produce el caos pero todo va encajando hasta llegar a un final implacable que hace saltar al público de sus butacas como si le pusieran una catapulta. “Cómeme el coco, negro” es el montaje teatral más fresco de la actual temporada aunque tenga ya veinte años.
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