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Monumento en memoria de los muertos en Tlatelolco
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Monumento en memoria de los muertos en Tlatelolco (Foto: Nuno Tavares, Licencia CC)

Tlatelolco y nosotros

miércoles 08 de octubre de 2008, 01:31h

Si algo sorprende todavía, a los cuarenta años de la masacre de Tlatelolco en México, es el espíritu de maldad con que fue concebida. Los estudiantes universitarios se reunieron el 2 de octubre en la Plaza de Tlatelolco después de varios meses de enfrentamiento con el régimen encabezado por el presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964 – 1970). Su ministro de gobierno, Luis Echeverría Álvarez, sería su sucesor en el siguiente sexenio, pese a sus responsabilidades u omisiones en Tlatelolco. Mientras los estudiantes estaban reunidos, en los edificios aledaños, miembros del estado mayor presidencial, vestidos de civil, dispararon con metralletas contra la muchedumbre y contra las tropas del ejército que habían sido llamadas a controlar el orden y que desconocían que compañeros suyos estaban disparando a mansalva. La estrategia era perfecta: enfrentar estudiantes y soldados empujando a las fuerzas militares a liquidar, en represalia, a los jóvenes.

Los estudiantes peleaban por reformas democráticas contra un estado omnipotente y corrupto. Estado manejado por tecnócratas y burócratas que se repartían las riquezas de la revolución mexicana sobre todo desde el sexenio de Miguel Alemán Valdés (1946 – 1952) mientras invocaban a los héroes de la misma que terminaron matándose unos a otros en la lucha por el poder hasta que se encontró la fórmula mágica para la conciliación: "sufragio efectivo no reelección". Resulta por ello risible ahora, por decir lo menos, la convicción de quienes sostienen que la solución a los problemas de décadas anteriores estará en manos de tecnócratas y funcionarios del estado a quienes se juzga inmunes a cualquier tipo de corrupción. Ese estado totalitario a quien Octavio Paz bautizó con el nombre de "El ogro filantrópico", manejado por el presidente, decidía la legalidad durante seis años. Sus cenizas convocan hoy el presidente Chávez y sus cofrades.

Los estudiantes de Tlatelolco lucharon sobre todo por terminar con el régimen de excepción representado por el PRI; también reclamaron la derogación de un artículo del Código Penal que tipificaba al "delito de opinión"; la libertad de compañeros presos; la destitución del jefe de la policía. Reformas por tanto dentro de los marcos de la democracia y no de la revolución. Su enemigo era ese poder todopoderoso del estado mexicano que negaba las libertades en nombre de la revolución de décadas atrás y combinaba de forma excepcional la retórica de la insurrección con la represión de los disidentes.

Tímidamente al comienzo y en medio de presiones que están por desgracia a la orden del día, algunos escritores y medios de comunicación comenzaron a filtrar la noticia. Los intelectuales "revolucionarios" a sueldo del régimen atacaron con todos los epítetos posibles al propio Paz, Julio Schérer García, Elena Poniatowska, Daniel Cossío Villegas que querían simplemente informar de lo sucedido.

La masacre se convirtió así en la batalla por la libertad de informar en medio de presiones y amenazas del "estado revolucionario".

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Columna de opinión tomada del diario HOY

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