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Inseguridad y víctimas del delito

sábado 24 de febrero de 2007, 19:22h

Empieza a ser habitual ver con naturalidad lo que, sin ninguna duda, es un síntoma claro de anormalidad.Definir la seguridad con unos términos tan abstractos que sea imposible saber cuándo hay inseguridad sólo lleva a configurar un terreno de juego en el que los enfrentamientos de las distintas familias políticas, a la hora de tratar de demostrar que tal sigla limpia mejor y garantiza cotas de inseguridad que nada tienen que ver con lo inseguro que dejaron todo los anteriores de las otras siglas, no dejan espacio para que los que sufren la inseguridad muestren sus jugadas personales.

Evidentemente, las estadísticas sirven para medir y comparar variables concretas y darnos a conocer el número de delitos mayores y menores que se han denunciado en un periodo concreto de tiempo, también la cantidad de detenidos, procesados y condenados; pero esos guarismos son sólo eso, números que, como todo el mundo sabe, igual que las estadísticas, se pueden suavizar o exagerar, a gusto del consumidor, siguiendo los buenos consejos de los que tienen influencias e influyen a los influyentes, no sólo del mundo político.

Cuando muchos que han sido víctimas de alguna situación de inseguridad que violenta su normalidad cuentan a los demás, con pelos, señales y sensaciones, su experiencia personal, se produce un efecto de mimetismo que hace al oyente convertirse en el otro durante la narración.

Si esta red se extiende, y este tipo de conversaciones no son raras excepciones, entonces se empieza a considerar la seguridad como uno de los asuntos a debate entre la clase política, y las soluciones empiezan a formar parte de las promesas electorales de cada cual. Empiezan a cruzarse, entre ellos, datos relativos al porcentaje de incremento/reducción de la inseguridad y las víctimas empiezan a tener rostro, nombre y apellido sólo si hay sangre o si el atraco es gordo.

 Mientras, miles y miles de personas son víctimas de pequeños delitos que sólo son tenidas en cuenta a la hora de rellenar formularios para realizar esas estadísticas. Cuando uno está cenando y recibe el aviso de que los cacos están en su casa, además de que se le corta el buen rollo, empieza una batalla externa e interna para intentar ordenar algo que no tiene orden.

 Nada ha desaparecido, o sí, pero notar que han estado ahí crea un cosquilleo dentro del estomago que antes no estaba y no se sabe cuándo se irá. Arregla la puerta dañada y acude raudo y veloz a las dependencias policiales para formalizar la denuncia correspondiente. Sabe que no servirá para mucho, porque las fuerzas policiales sólo han realizado la pertinente inspección visual de la zona asaltada.

También sabe que la unidad destinada a tomar huellas con el objetivo de intentar localizar al delincuente no tiene los suficientes efectivos y centra sus funciones en casos en los que hay algo gordo. Existe inseguridad por lo que cuentan los que se han visto sorprendidos al comprobar, nada más pisar el suelo de su propia casa, que alguien no deseado ha entrado, y sentir también la escasez de policías y guardias civiles.

Si todo crece, eso dicen, por qué el incremento poblacional no va acompañado de un aumento similar de servidores públicos destinados a garantizar la seguridad y las libertades. Así sucede con los médicos, maestros y demás funcionarios del Estado.

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