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Frida y Diego, vidas compartidas

Frida y Diego, vidas compartidas

martes 16 de diciembre de 2008, 01:39h
El vasto y moderno espacio del Centro Cultural Palacio La Moneda está dedicado por estos días, por completo, a dos figuras cumbres del arte latinoamericano: Frida Kahlo y Diego Rivera. Trescientas piezas que son pinturas, fotografías, vestidos, documentos, muebles, videos, nos acercan y nos obligan a penetrar en el mundo de dos pintores que encarnan como pocos el alma de México, de la que son insignes representantes.

La exposición se divide en dos grandes secciones: una dedicada a Frida Kahlo y la otra a Diego Rivera. Fueron una pareja a quien unió el trabajo y el amor, y cuyos destinos resultaron paralelos a pesar de sus contradicciones humanas y de sus diferencias estéticas. Frida conoció a Diego cuando era una joven estudiante de bellas artes. Entonces el pintor era el maestro indiscutido de los grandes murales que plasmaban la historia, los grandes sentimientos y tradiciones de su pueblo milenario. Rivera unió a su innumerable pintura de caballete los murales gigantescos cuyo color, fuerza, imaginación y síntesis renovaron las concepciones plásticas conocidas hasta entonces. Para Rivera la pintura fue además un instrumento político revolucionario. Su arte era heredero de la gran revolución agraria mexicana y celebraba a demás la revolución soviética de 1917 y a sus líderes. Todo ello fue incorporado a un gran trabajo solicitado para el Centro Rockefeller de New York. Por cierto el mural de Rivera escandalizó a los financistas del centro quienes decidieron no mostrarlo al público. Fue uno de los tantos tropezones del genio revolucionario de Rivera. Siguió fiel a sí mismo hasta el fin de sus días y su pintura es uno de los mayores legados del arte del continente americano a la humanidad. Casi lo mismo podríamos decir ahora de Frida Kahlo. Se reconoció siempre como discípula de Rivera y declaraba con orgullo ser su compañera en la vida, en el arte y en la lucha revolucionaria.

Frida no fue una muralista. Sus magistrales pinturas las realizó mientras era una inválida que sufría de atroces dolores físicos, luego de un accidente de tránsito que la dejo paralizada físicamente durante largo tiempo. Frida dejó un soberbio testimonio de sí misma en sus autorretratos seguidos de una crónica maravillada de su vida diaria, de los rostros de sus amigos y sobre todo de las múltiples fisonomías del pueblo mexicano. Su genio artístico ha sido apreciado mejor ahora que cuando vivió.

Rivera tenía un gran concepto del arte de su compañera. Sus opiniones eran atribuidas a un amor ciego. Pero sin duda Diego no se equivocaba porque trabajó con una de las figuras mayores del arte latinoamericano. Eso ahora nadie lo discute.

Frida era una mujer apasionada y bella. Reclamaba para sí como un honor ser militante comunista. Salía a la calle en silla de rueda cuando había que solidarizar con las reivindicaciones de la clase obrera. Conquistó el corazón de León Trotsky cuando el fundador del ejército rojo llegó a México desterrado y proscrito. Fue acogido en la casa de Diego y Frida en el barrio Coayacan, en Ciudad de México, donde fue asesinado por un sicario de Stalin.

Visitar la exposición “Frida y Diego, vidas compartidas” resulta una grata y apasionante jornada. Está al alcance de todos en el Centro Cultural Palacio La Moneda, un lugar que resulta indispensable conocer.

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Luis Alberto Mansilla
Periodista
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