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Pilotos y adivinos

lunes 29 de diciembre de 2008, 13:14h
Existe una propensión a hacer pronósticos para el año entrante en el gremio pintoresco de los auto proclamados adivinos o clarividentes. No se necesita mucha perspicacia para vaticinar alguna catástrofe natural o el divorcio de alguna pareja famosa. Cuando los presuntos profetas se atreven a mayores precisiones no suelen acertar, salvo por casualidad, pero su estrategia consiste en acumular muchos pronósticos y solo recordar en el futuro aquella predicción con suerte para mantener el prestigio de sus facultades adivinatorias.

Lo que no es tan frecuente es que practique este método un jefe de gobierno en sus comparecencias públicas, jalonándolas con numerosos  pronósticos a través de los años de ejercicio del cargo: el fin de Eta, el pleno empleo, la inexistencia de una crisis han sido alguno de sus frustrados vaticinios. Uno tras otro son como una pirámide de Madoff que va captando clientes para utilizar su ingenuidad codiciosa en beneficio de aquellos otros ilusos mas antiguos cuya confianza no se agota del todo mientras siga siendo posible pagarles los prometidos intereses.

La perfección de esta técnica se consagró en nuestros días con lo que habría que llamar el multipronóstico triple sucesivo. La creación de empleo como consecuencia de los planes gubernamentales de reparto de caudales deficitarios a las entidades territoriales para realizar hipotéticas obras aún no programadas con precisión, de costes económicos aún no contabilizados y con plazos de realización indeterminados, permitió al presidente del gobierno pronosticar las fechas en que el paro haría inflexión y se detectaría la creación de nuevos empleos. Estas fechas pasaron, en pocos días, del trimestre al semestre y de este al año. Parece que en algún mes, y ojalá sea pronto, el paro pasará de crecer a decrecer y ese bendito día podrá decirse que el clarividente acertó sin necesidad de cálculos ni datos de referencia y dejando en el olvido otros pronósticos equivocados. Habrá que recordar solo un único acierto para mantener la confianza en lo que llamó “barco sólido que conoce bien su rumbo”. Lo malo es que los barcos, aunque sean sólidos, no tienen la capacidad de conocer su propio rumbo. Los que tienen que conocer el rumbo son unos pilotos capaces de gobernar el timón y no los adivinos que deducen frívolamente sus predicciones con el único instrumento de la fantasía.
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