Las imágenes de lo que el ser humano es capaz de hacer contra su igual han circulado por los medios de comunicación del mundo. El reciente ataque de tropas israelíes deja a la vista del mundo entero los cuerpos de hombres, mujeres y niños palestinos presos de la inhumanidad de los enemigos. Al lado de este retrato de nuestra decadencia aparece una fotografía a todo color en la que posan sonrientes el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la ministra israelí de Asuntos Extranjeros, Tzipi Livni. Elegante, segura de sí misma, luce una impecable chaqueta blanca sin mancha alguna de sangre. Reafirma que Israel será el que decida “el momento adecuado” para detener las operaciones militares contra la Franja de Gaza. Añade que la situación humanitaria está “como debe ser”. En territorio francés dijo ante los lentes de la prensa: “La decisión sobre el cumplimiento de los objetivos de la operación se realizará según las evaluaciones diarias que llevamos a cabo”.
Mientras tanto, la desesperación aumenta día que pasa en esta región desde que los bombardeos israelíes destruyeron gran parte de los túneles que comunicaban clandestinamente los dos territorios. Por allí pasaban armas, pero también alimentos, agua, medicamentos y combustible para abastecer a toda la franja. Después de tanto terror, en la ciudad de Gaza apenas queda un puñado de negocios abiertos y los precios se fueron a las nubes. El salario promedio de un palestino que aún tiene el lujo de tener trabajo (el desempleo ya alcanzó el 80 por ciento, según cifras oficiales) es de unos 600 shequels (casi 160 dólares).
En unas páginas de los periódicos Tzipi Livni luce chaqueta blanca celestial y en otras páginas nos enteramos de que aguas servidas bañan las calles de los palestinos. El precio del pan, hasta hace un poco más de una semana, se había triplicado. Suman los muertos porque las tropas de Tel Aviv ya sacaron cientos de tanques para dar paso a combates cuerpo a cuerpo o cuerpo contra cuerpos. Esta realidad es pesadilla. Los médicos ya no se atreven a operar porque nadie sabe si habrá electricidad o anestesia. Así transcurre un inicio de 2009: entre bombardeos cotidianos, invasión terrestre. Se jura venganza.
Mientras unos se preparan mental y físicamente para cobrar con odio el odio, las escuelas llevan semanas cerradas y la población está temblando en sus refugios; está sintiendo hambre en la impotencia de no poder pagar los más de seis dólares que hoy cuesta un pan, si lo hay, o está en los pasillos de hospitales desbordados. Éste es el enero de 1,5 millones de seres humanos que viven hacinados en un territorio de 45 kilómetros de largo y seis a diez de ancho.
En medio de esta sensación de infierno, que es sensación sólo por un tema de distancia, el subcomandante Marcos ha roto el silencio para recordar que Obama, el negrito buenito que sedujo a casi todos, aprueba el uso de la fuerza en Gaza y hoy brilla por su silencio. Viene el Sub de participar en el festival Digna Rabia que recuerda, entre escritores, artistas, periodistas y académicos de distintos países el alzamiento de 1994 en Chiapas. El nombre de la reunión internacional viene al dedo hoy, cuando la muerte de tantos niños e inocentes nos pone frente a un espejo que refleja lo más repugnante de nosotros mismos.
* Doctora en Comunicación
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