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Hace un año en Marienbad

Hace un año en Marienbad

domingo 17 de mayo de 2009, 21:30h

¡Oh cuán desdichado / es el pobre hombre que depende del favor de los príncipes!
Shakespeare (Enrique VIII)

 El ser humano es una maravilla. Se lo engaña sistemáticamente y es feliz. No conoce la belleza, el gozo de la amada en el lecho, el vuelo del pájaro o el sonido del mar en la noche y es feliz. Y luego, como buen pastor, habla de esperanza, de un futuro mejor. Cree en las instituciones, en los dioses, en la reencarnación, en la pata de conejo. Además disfruta los cumpleaños de quince, se emociona con las fotografías del vecino, piensa que los bombos de las manifestaciones son una prueba de libertad. Piensa, además, que es libre en su profesión o en su oficio. (Me siento tan emocionado que  tengo deseos de afiliarme a un partido político, de comulgar, de honrar ídolos).

 Sin duda, en muchos aspectos estamos infinitamente mejor que hace cincuenta años, que hace cien años. Hay telefonía celular, existe la gaseosa light, la comida dietética, los estudios de ADN, el promedio de vida es mucho mayor, hay vacunas contra casi todas las enfermedades, la pobreza y el hambre son cosas menores ante la llegada de Nebjeperura Tutanjamón, mas conocido por la plebe como Tutankamón. No sea cínico compañero, sabe a qué me estoy refiriendo. No desea ver el claro testimonio de división entre poder y pueblo, de la voluntad de vivir atrofiado y en el exilio; la representación y el deseo de servidumbre. Los pueblos (que nunca se equivocan) no tienen conciencia de su mal y son felices. El hombre finge creer, eso es lo que pienso. Finge creer, de lo contrario sería imposible tanta imbecilidad. Es decir, es un hipócrita. Prefiere negarse a sí mismo; de allí el absurdo, la insensatez. Una vez más recurrimos al viejo Hipócrates, el padre de la medicina, cuando aconsejaba "no curar las llagas incurables". La desnaturalización no es menor, ignorante y cálido lector.

Hay varios mundos en uno sólo. Hay escenas cotidianas que podemos ver en las favelas de Río de Janeiro, en las barriadas de Medellín, en las colonias de México City,  en la Villa 31 de Retiro o Fuerte Apache de Buenos Aires. La violencia forma parte de la vida cotidiana, se nos hace hábito, costumbre. El ser humano es una maravilla. Y los pueblos nunca se equivocan. (No, no piense eso. No se distraiga, sabe bien a qué me refiero. No sea cómplice).

"Mientras que los hombres no sean completos  y libres, seguros sobre sus piernas y la tierra que las sostiene, soñarán durante la noche", escribió Paul Nizan.  Recuerdo que  en mi juventud  leía a Frantz Fanon, Los condenados de la tierra. Aun conservo una de sus citas en una antigua libreta: "Yo, hombre de color, sólo quiero una cosa: que jamás el instrumento domine al hombre. Que cese para siempre la esclavización del hombre por el hombre...Es decir, de mi por otro".

Sospecho que todo lo que escribimos o pensamos son verdaderas perogrulladas. Hace siglos que venimos reiterando lo mismo, además está a la vista. La historia, la literatura, la pintura, el teatro o el cine nos dan ejemplos de la condición humana. Luego viene el dogmatismo, la indiferencia, el hábito, la negación, la conveniencia. A no discutir, a no señalar, a jugar al Gran Bonete. Se habla, se piensa, se siente según somos educados. Y somos educados para la alienación, para la servidumbre, para la obsecuencia, para el matrimonio, para la guerra, para el egoísmo. El riguroso historiador Cayo Cornelio Tácito destaca las infamias cometidas por casi todos los emperadores y desconfía de la solidez moral de un solo hombre. Cuenta, por ejemplo, que después de la muerte de Nerón -repugnante como había sido su existencia- el pueblo de Roma se llevó tal disgusto, al recordar sus juegos y festines, que estuvo a punto de llevar luto por él. Y qué decir de Ciro, rey de Persia, que montó burdeles, tabernas y juegos públicos para dominar a los lidios. Y lo hizo con satisfacción de un pueblo embrutecido. Hay otros cebos de la servidumbre, otros ejemplos más cercanos, otros campos de concentración, otras infamias electorales, otros decemviros.

 Para alejarme, por un momento al menos, necesito ver una vez más un film fascinante, de placer estético, sublime. Una película desconcertante y bella, entre la realidad y el sueño: Hace un año en Marienbad, de nuestro amado Alain Resnais. (El mismo director de La guerra ha terminado, guión de Jorge Semprún). Se la recomiendo, querido y noble lector. El guión es de Alain Robbe-Grillet.

 Carlos Penelas
Buenos Aires, mayo de 2009

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