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La banalización del aborto

La banalización del aborto

domingo 24 de mayo de 2009, 20:14h
Sigue la polémica, afortunadamente y ojalá sirva para cambiar el rumbo, sobre la decisión del Gobierno de ampliar la ley del aborto y, muy especialmente, de permitir abortar a una niña de dieciséis años sin conocimiento de sus padres, lo que es un disparate social y un grave error que puede tener consecuencias sanitarias y jurídicas importantes. Imagínense, por un momento, que los padres de una niña que aborta sin su conocimiento y que no recibe los cuidados necesarios, padece complicaciones postoperatorias y fallece. ¿Qué pasaría si demandan al Estado como responsable civil subsidiario de ese acto? 

Lo mismo se podría decir de la píldora abortiva conocida eufemísticamente como "píldora del día después". Ese cóctel de hormonas tomado sin control médico, cuantas veces lo quiera una adolescente, o una persona adulta, es un riesgo sanitario ante el que los médicos, la mayoría, se muestran absolutamente en contra. Es más, si aplicamos la "doctrina Aído" con todas sus consecuencias, parecería razonable que cualquiera pudiera comprar cualquier medicamento o cualquier droga en la farmacia sin receta o alcohol libremente en las tiendas. ¿Una pastilla para dormir con receta y, a veces, hasta con DNI, y la píldora, sin nada? ¿Decidir abortar sin que lo sepan los padres y no poder comprar una cerveza o una cajetilla de tabaco ni por supuesto votar?       

   La banalización del aborto y del sexo, hacer que todo parezca igual de insignificante y que todos tienen derecho a todo, sin ninguna trascendencia, ni referencia a la formación que se requiere para determinadas acciones, es un disparate moral y ético que los adultos no deberíamos permitirnos. Porque es la permisividad de los adultos y la falta de ejercicio de nuestras obligaciones la que está abriendo ese camino a los adolescentes, tal vez porque queremos limpiar en ellos viejos prejuicios pasados. Ni el sexo es banal, ni el aborto puede ser trivializado, ni los padres pueden renunciar a su derecho de "interferir" en la educación de sus hijos, ni un feto es "un ser vivo pero no un ser humano", tontería que demuestra que para ser ministro o ministra no se exige un certificado de aptitud.

   Dice José Antonio Marina, que no es precisamente Rouco Varela,  que "desde todas las posiciones políticas deberíamos hacer la inequívoca afirmación de que reducir el número de abortos es un objetivo social prioritario" y, por eso, propone "la creación consensuada de un Plan Nacional de Prevención que articule medidas educativas, sociales, económicas, de apoyo a las mujeres, de responsabilización de los hombres, de búsqueda de alternativas. Un plan así nos dignificaría a todos". Eso, tan inteligente y tan claro no se lo he escuchado nunca a un gobernante, y mucho menos a uno de izquierdas. Tal vez por eso, en lugar de a Marina, Zapatero nombró ministra a Bibiana Aído. Y así nos va, cuando alguien se pone a jugar con el amor y con la vida de los otros, especialmente la de esos no nacidos a los que ¿protege? nuestra Constitución.
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