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Doscientos años de identidad perdida

Doscientos años de identidad perdida

martes 02 de junio de 2009, 00:47h

Hace apenas unos días que el Rey Juan Carlos de España, abrió oficialmente los actos conmemorativos del bicentenario de la independencia de las antiguas colonias americanas, que en buena parte se dio entre 1809 y 1811, al menos sino formalmente, como una manifestación originaria de proclamación o grito libertario.

La circunstancia no deja de ser contradictoria, pues aunque la mayoría de los países  han anunciado actos  celebrativos  internos, ha sido España sin embargo, la que ha venido tratando,  desde hace al menos un par de años atrás, en el despliegue diplomático de los eventos preparatorios, de aglutinar esa diversidad de fechas nacionales en un gran evento continental, o quizás para ser más precisos, hispanoamericano o incluso iberoamericano. Salvo la conformación, en el 2007, del denominado Grupo Bicentenario integrado por Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia, México y Paraguay, y la resolución de la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que tuvo lugar en Santiago de Chile, el mismo año, donde se convino que el Bicentenario tuviese proyección latinoamericana, nada parece indicar que  aquél pueda alcanzar repercusión mundial.

Los diferentes actos conmemorativos, en los países donde los hay, son indicativos de la falta de unidad que aún nos caracteriza y, sobre todo, del desinterés de algunos gobiernos en celebrar dicho aniversario. Muchas comisiones, muchos anuncios genéricos, pero poca concreción de ideas y de actos significativos, sustanciales de la identidad nacional, que no decir de la americana. Y digo americana a secas, porque hispanoamericana, iberoamericana, o latinoamericana, aunque serian calificativos más específicos, no necesariamente nos ponen a todos de acuerdo alrededor de la misma idea.

No obstante los esfuerzos de España para redondear el concepto de una unidad continental hispanoamericana, sobre la base de una población mayoritariamente hispanoparlante, o bien, de una iberoamericana, si tomamos en cuenta a la  gigantesca excolonia portuguesa, pareciera que la idea de una América Latina, que abarcaría también a los francoparlantes, es la que más se ha extendido en el mundo del mercadeo moderno, donde los franceses  son especialistas.

No importa, si este término poco nos ayuda a comprender  como un haitiano puede ser latino y americano en la misma forma en que lo es un hombre del altiplano  boliviano, o uno de sus vecinos cubanos o puertorriqueños. Para una buena parte del revisionismo critico del continente centro suramericano, el uso del término Latinoamérica resulta más neutro en su significado que cualquiera  de los otros dos,  con su fuerte carga de imperialismo y de conquista.

Una manera en el fondo, de tratar de olvidar esas raíces históricas, nuestro pasado ibérico, y de expiar al mismo tiempo, esas frustraciones y pecados tan nuestros, echándole la culpa a la “madre patria” de todo lo malo de esos doscientos años plagados de gobiernos ineficaces, militarismo, corrupción y subdesarrollo. Una excusa que se convierte en “pecado original” cuando surge esa odiosa comparación con el desarrollo  alcanzado por el vecino del norte, colonizado por los ingleses.

Esta pesada herencia que, en general, los pueblos hispanoamericanos, y aquí no podemos utilizar la expresión Latinoamérica, no han sabido asimilar dentro del contexto de su identidad histórica, tampoco les ha permitido asumir su propia identidad nacional. Aún recuerdo con asombro, las palabras de un agregado militar, típicamente caribeño, durante la celebración hace ya años, de un 5 de julio en la Embajada de Venezuela con sede en USA, después de varios vasos de buen escocés y sabrosos “pasapalos”: Hubiera preferido que nos colonizasen los ingleses, estuviésemos igual de bien que los EEUU, y además todos seriamos “catiritos” y de ojos azules. Palabras más, palabras menos, que lo dicen todo o casi todo, sobre los complejos y prejuicios que venimos arrastrando durante estos doscientos años de historia y que no son más que la negación de nosotros mismos.

Por eso, hay quienes piensan que en este Bicentenario no hay mucho que celebrar, porque la independencia, la verdadera independencia de Hispanoamérica, aun no ha llegado.

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