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Sobre el Bicentenario

Sobre el Bicentenario

jueves 04 de junio de 2009, 01:47h

Hannah Arendt juzga importante la narración que cada pueblo tiene sobre su pasado. Hoy vivimos el cruce de dos narraciones, una republicana, a la cual nos acostumbraron desde las primeras letras, y otra que rescata la memoria larga y se remonta a dos hechos capitales: la cosmovisión andina, que precede con mucho a la conquista, y las primeras rebeliones contra el yugo colonial, que se remontan a 1780.

A los doscientos años de la fundación de la República, no deberíamos excluir ambas narraciones, porque ambas son parte vital de nuestra memoria; al contrario, deberíamos verlas en su continuidad histórica, incluso con sus contradicciones, para encarar el futuro debidamente psicoanalizados.

A poco que nos acerquemos a ambas narraciones comprobaremos cuán poco sabemos. En primer lugar, nadie nos ha enseñado la cosmovisión andina, que no es la única de nuestro pasado originario, pero probablemente es la más elaborada, al punto que los estudiosos ven en ella un anticipo de la física cuántica y del desarrollo de la ciencia actual.

Los símbolos de Tiwanaku traman una concepción del mundo cuatripartita, que encontramos en los últimos desarrollos de la ciencia occidental. Nos pasmaríamos si viéramos la exactitud astronómica con que fueron construidos los edificios públicos de entonces y la propia ubicación de ciudades rituales como Cajamarca, Cusco y Tiwanaku. La ciudad de La Paz no es la misma si sólo vemos en ella una ciudad caótica y moderna, pues una retrospectiva hacia su pasado mítico nos mostraría un paisaje elocuente, que nos habla de mitos muy elaborados.

Por otro lado, concebir la fundación de la República como un escamoteo de los criollos antes realistas, patriotas de última hora, es hacer caso a un prejuicio fundado por Gabriel René Moreno. Los fundadores obedecían a un anhelo autonomista de la vieja Audiencia de Charcas, que no quería anexión al Virreinato de Lima ni al de Buenos Aires. Este anhelo independentista se mantuvo durante los 15 años que duró la guerra y afloró vigorosamente en 1825. Es cierto que los criollos y mestizos combatieron junto a los realistas contra las rebeliones indígenas de 1780, pero la Guerra de la Independencia fue una gesta de todas las fuerzas sociales, pues criollos, mestizos e indígenas lucharon contra los realistas.

Por eso Bolívar y Sucre abolieron el tributo indigenal, porque reconocieron la plena ciudadanía de los indios originarios, pero la fragilidad de nuestra economía hizo que el propio Sucre repusiera dicho tributo porque las arcas fiscales estaban vacías. La exclusión de los indígenas se consolidó en los diez años de gobierno de Andrés de Santa Cruz. Entonces comenzó a construirse esa república que Carlos Montenegro la consideró asentada en tres ficciones: la libertad, la ley y el sufragio. La República fue una ficción de democracia hasta la conquista del voto universal, pero sólo se consideró, y trabajosamente, en nuestros días, después de casi tres décadas de ejercicio.

Es inútil y malsano renunciar a ambas herencias. Debemos recogerlas con legítimo orgullo, porque ambas confluyen en nuestra condición de bolivianos.

* Escritor y columnista

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