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Eduardo Subieta Arza

El continuo ideológico boliviano

El continuo ideológico boliviano

martes 08 de septiembre de 2009, 23:00h

El continuo ideológico boliviano

 

Eduardo Subieta Arza

 

08-09-2009  Si alguna característica podría llegar a tener el proceso electoral del año en curso, es que nos propondría un nuevo panorama ideológico del país. Para describirlo de alguna manera, huelga decir que en los años desde la reconquista de la formalidad democrática, el continuo de ideas políticas había estado “desordenado y confundido” en una dinámica centrípeta. No obstante, no se puede soslayar que esta tendencia fue desarrollada de manera solapada y consciente por los sujetos políticos vigentes hasta el año 2005, para su propio beneficio. Absteniéndome de emitir juicio sobre su funcionalidad y necesidad histórica, los pactos de gobernabilidad, habían permitido la resignación de los “principios” ideológicos, para dar paso a la ansiada gobernabilidad y el control parlamentario. Los “cruces de ríos de sangre”, las “mega-coaliciones” y la distribución del poder por cuotas, dejaron de escandalizar nuestras apreciaciones éticas y una forma discursiva se apoderó del sistema político en base a privilegios y exclusiones, al punto que en alguna ocasión se escuchó decir que “la política era un tema demasiado serio para que sea definido solo por los ciudadanos”. 

 

La confusión discursiva tendía hacia el centro o hacia “un centro” que habían convenido en propiciar y defender  los sujetos políticos vigentes hasta el derrumbe del sistema de partidos. El propio Hugo Bánzer tuvo la posibilidad de acercarse a un centro a través de Paz Zamora, quien proponía la ecuación entre voluntad de transformación y viabilidad política. Mientras Sánchez de Lozada, se situaba a sí mismo en ese centro sin mayor reparo de aliarse con las formas populistas de Max Fernandez, empresarios del sector financiero convertidos en Superministros  o hasta los intelectuales de izquierda que nutrieron las filas del Gonismo.  La Mega coalición (ADN, UCS, MIR, CONDEPA y otras fuerzas menores) fue el punto extremo de la tolerancia ideológica y el “equilibrio” político basado en un descarnado pragmatismo en función a cuotas de poder. El “Stablishment” político asumió el control del Estado y distribuyó los espacios de participación, potenciando los espacios municipales y rotando en su control a través del ritual del voto. Así se explica que el sistema de partidos no estuvo acostumbrado a desarrollar oposición, sino a una sustitución temporal de los manejos estatales a través de los ritmos electorales.  

 

El año 2005, se patentizó el descalabro del antiguo sistema de partidos y la emergencia de nuevos sujetos políticos a partir de distintas realidades, entre las que destacan las fuerzas cívicas regiones o la acumulación de acciones políticas que no funcionaron solamente en la dinámica electoral, como el proceso de avance de Evo Morales y los denominados movimientos sociales.  El sistema partidario se quebró el 2002, a través de la alianza propuesta por el segundo gobierno de Sánchez de Lozada, pero comenzó a desaparecer con la salida de éste del gobierno en el año 2003. Carlos Mesa prescindió de los sujetos partidarios y el argumento de las “agrupaciones ciudadanas”, selló el destino fatal de las instituciones partidarias como el MIR y ADN. El año 2005, muchos sujetos partidarios, buscaron reciclarse a través del tecnicismo, pero el discurso del “cambio” fue más contundente que el argumento agonizante de los sujetos partidarios situados de manera artificial en ese espacio inventado de centro difuso.

 

Las elecciones de diciembre, puede generar la decantación de las formas ideológicas y proponer la definición del panorama político en Bolivia. El electorado el año 2009, deberá elegir entre una alianza de derecha alineada, desafiante y militante que reivindicará el voto duro contra Morales; frente a otro esquema de voto militante de apoyo a la forma de izquierda populista e indigenista, encarnada en la figura de Evo y su denominado “proceso de cambio”. En ese contexto, se abre también la posibilidad de disputar las verdaderas posiciones de centro,  un espacio aún amorfo, pero que debería garantizar el equilibrio y la coherencia, lejos de la pasión, la revancha o el interés pragmático de acceso al poder.  Se sabe que en un proceso eleccionario, se postulan los principios, los valores y las visiones de mundo a partir de los programas de gobierno que se sustentan en los presupuestos éticos y doctrinales. El espacio de centro, puede garantizar la idea de viabilidad y gobernabilidad, a través de acuerdos programáticos, antes que simples cuotas de poder. El centro, puede ser funcional a cualquiera de los polos si se asume en una idea moderna de acuerdo político y programático, sin que eso signifique resignación o tranza de sus presupuestos éticos.

 

Hoy resulta impensable una alianza pragmática entre Morales y Reyes Villa, pues representan dos polos de una irreconciliable diferencia ética e ideológica. La viabilidad de un gobierno parece ya no depender solamente del acuerdo post electoral, sino de la decisión ciudadana que debería optar por uno u otro camino. Sea como fuere, el rumbo político del país debería enrumbarse a una forma más coherente de administración democrática, con dos polos y un centro. No obstante, el riesgo de posiciones hegemónicas intolerantes y autoritarias, amenazan los valores democráticos, pero, de igual manera,  una eventual vuelta a las formas de transfugio, cuoteo o acuerdo pragmático, son amenaza peor a nuestra débil y poco institucionalizada democracia.          

 

 

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