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Los jóvenes iracundos

Los jóvenes iracundos

sábado 14 de abril de 2007, 00:37h
Hay muchos que en Chile se sienten intranquilos ante la irrupción, en las últimas manifestaciones callejeras, de jóvenes iracundos que parecen no respetar límites, instituciones y, sobre todo, las buenas maneras, para expresar sus frustraciones y desalientos.

Para algunos parecería que surgen de la nada. Para otros se trata de vándalos, que ocultan sus rostros con aviesas intenciones. Es la visión apocalíptica de una rebeldía que no comprenden y, claro, rechazan en nombre del orden, la defensa de la democracia o la tranquilidad ciudadana.

Tampoco sirven -no son suficientes- las diversas teorías del complot político extremista del cual nos alertan algunos políticos que parecen nostálgicos de la época de la Guerra Fría, y que hablan del supuesto financiamiento con el "oro de Caracas", como antes hablaban del "oro de Moscú",

Ciertamente, esos jóvenes violentan la tranquilidad del ciudadano, lo interpelan desde la insolencia y no se sienten representados ni identificados con los políticos, las autoridades, el orden existente, el Estado ni sus instituciones.

Incluso, la noche del 29 de marzo, cuando Santiago vivió una de las peores jornadas de violencia callejera en los años de la democracia post Pinochet, los jóvenes anarquistas acusaban de "fascistas" a ex "comandantes" del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que ahora pretendían sólo hacer una marcha.

Más que la violencia, es su actitud política de rechazo lo que pone un factor de interrogantes sobre si las cosas están tan bien como lo establecen las cifras macroeconómicas, los TLC, los consensos políticos, la reconciliación nacional, el diálogo cívico-militar y otros lugares comunes que buscan definir la compleja sociedad chilena post dictatorial.

Hay elementos de frustración social y económica en esos jóvenes, en general provenientes de sectores socioeconomicamente deprimidos, que no pueden acceder a la prosperidad y los beneficios de la rutilante sociedad de consumo, que bombardea sus ofertas por las pantallas de la televisión.

Es cierto que las estadísticas nos hablan de una mejor situación de la población, hay un mayor acceso a la educación secundaria y hasta se completan las matrículas en las universidades; hay becas para jóvenes de familias modestas y, sobre todo, no hay significativos bolsones de hambre ni de miseria.

El problema empieza cuando el joven debe trabajar, cuando se confronta con el clasismo y la ofensiva discriminación por el apellido o la condición social, económica y cultural, hasta por la comuna de donde viene, por el cómo va vestido, cuando se ve expuesto a la explotación propia del modelo o a la subordinación.

Los muchachos que "patean piedras" (según cantaba el rockero, Jorge González, de "Los Prisioneros", en la década de los 80) siguen aburridos, desconcertados, desalentados -en definitiva, enojados- en las poblaciones; y encuentran que es mejor tirar esas piedras contra la policía o las vitrinas, saquear tiendas, robarse una zapatilla de marca, lo que sí está como meta en su imaginario.

Se trata de una segunda generación frustrada tras septiembre de 1973. Esa fue una época de heroísmo colectivo, ideales nobles, utopías movilizadoras, aunque fracasadas dramáticamente a partir del 11 de septiembre de 1973.

Son los nietos de los derrotados de 1973 o hijos de los que combatieron a la dictadura en las barricadas de las protestas populares, o se embarcaron en la, también frustrada, epopeya del la insurgencia armada contra la dictadura, y luego sufrieron el desencanto de una transición “en la medida de lo posible". Algunos permanecen cautivos en antiguas consignas mantenidas a ultranza en un mundo que ha cambiado y, por lo mismo, en el guetto de la política real.

Son jóvenes que no resisten la frustración, quizás porque se les hizo soñar con un mundo de libertad y contaron con que "la alegría ya viene", como se lo prometía el eslogan propagandístico de la Concertación en 1988, cuando más del 50 por ciento de los chilenos derrotó a Pinochet con ese rotundo NO a su intención de perpetuarse en el poder.

Llevados por su entusiasmo maximalista, y junto a sus padres, esos jóvenes no comprenden la frustración de sus esperanzas, y comienzan a ver cómo sus ilusiones de una democracia total y de libertades absolutas -y hasta de justicia plena- son matizadas con el pragmatismo.

Y resulta que la transición política es pactada, el modelo económico implantado a sangre y fuego por la dictadura es simplemente remozado y el escenario político es ocupado en un virtual empate por los antiguos contrarios, imponiéndose el compromiso, el acuerdo, la conciliación, el fair play.

Los políticos  advierten con preocupación que dos millones y medio de jóvenes no están participando en los procesos electorales, restando legitimidad a sus propios mandatos y dando un portazo a la política tradicional.

También es cierto que tanto la dictadura militar como la insurgencia armada antidictatorial dejaron su impronta en la conciencia colectiva, que se ha ido reproduciendo en las nuevas generaciones, sobre todo con las ideas que "el poder nace del fusil", la vida del "enemigo" tiene escaso valor y hay que estar dispuesto a la inmolación de la propia.

En las poblaciones existen armas, demasiadas armas, incluso en las manos de niños de 10 años, como se constató el 29 de marzo recién pasado. Y también hay personas capacitadas para utilizarlas con efectividad y disciplina.

No es casual el nexo que se produce en las poblaciones entre los microtraficantes de droga y su dinero fácil, y los jóvenes cesantes, o las familias con su economía familiar deprimida y sin futuro. Ellos pueden ver una salida en la "ayuda" o en el "negocio" que les ofrecen desde el borde de la legalidad estos “benefactores” que a veces son sus amigos de la infancia.

Se trata de un fenómeno social complejo, y por lo mismo sus profundas raíces y complejas expresiones no resisten un tratamiento policíaco, simple o unilateral, o esquemático.

Para comprenderlo, que es la primera fase de elaboración de una política que vaya en busca de las raíces del fenómeno y elabore propuestas para confrontarlo -no enfrentarlo represivamente- hace falta una visión multidimensional.

Chile, sus autoridades estatales y políticas, deberán encontrar respuestas generosas, creadoras, positivas a estos desafíos para reconquistar a sus jóvenes generaciones e interesarlas en proyectos de futuro.

De lo contrario, lo más probable es que ellas encuentren nuevos o mayores espacios para hacerse escuchar. Aunque sea de malas maneras o instrumentados por malas influencias. Y la sociedad sufrirá nuevas crispaciones. Y temores.

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Marcel Garcés es periodista
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