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Corruptos, semicorruptos y tapacorruptos

Corruptos, semicorruptos y tapacorruptos

lunes 02 de noviembre de 2009, 17:47h
En una viñeta de Martínmorales un orador dice en una asamblea política: “no tienen cabida entre nosotros aquellos compañeros que, con su honradez, nos desprestigian a los implicados en la corrupción.” Este sarcasmo es sintomático del clima de desconfianza que la corrupción extiende entre los ciudadanos y sus representantes. No es un tema a solucionar exclusivamente con actuaciones judiciales precedidas de aparato policial. Se trata de una podredumbre que carcome a la democracia y, por tanto, de gravísimas consecuencias que van mas allá de la página de sucesos en que se está convirtiendo la fétida información política.

No es un fenómeno atajable con corta-fuegos o chivos expiatorios que no se sabe si tienen un fin ejemplarizante o son sacrificios rituales cuyo objeto es proteger a responsables más altos. El mundo político aparece demasiado  concurrido de corruptos, semicorruptos y tapacorruptos pero no tanto para que no exista capacidad de regeneración en el fondo de las instituciones y de los partidos, sus fundadores, sus bases y sus futuros sucesores capaces de reaccionar proporcionadamente a la extensión de la mancha.

A la larga, la política es exigente consigo misma. Quizá la actividad humana mas autocrítica,  purga sus propias miserias y marginaliza a culpables y sospechosos. Pero no es lo mismo responder con diligencia que con parsimonia. Nadie parece asumir la responsabilidad directiva de los partidos en la selección de cargos y en la confección de listas con criterios de compadreo mafioso antes que con valoraciones éticas o ideológicas. El desplazamiento, como dice la viñeta citada, de aquellos “que con su honradez nos desprestigian a los implicados en la corrupción” es responsabilidad de unos dirigentes que han renunciado a cualquier valoración de calidad para llenar el escalafón de indocumentados. No parecen conscientes del daño que está haciendo a España y a su sistema democrático el desfile de esos pequeños monstruos promocionados desde la altura por la grotesca pasarela de la improvisación política.
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