Honduras se encuentra este jueves con tres presidentes —el depuesto, el electo y el golpista— y un futuro incierto al día siguiente del aplastante rechazo del Congreso Nacional a restituir al mandatario depuesto Manuel Zelaya.
“Lo que sucedió ayer era previsible porque el golpe de Estado del 28 de junio fue un golpe institucional“ y deja claro que la “oligarquía tiene un plan a largo plazo para seguir gobernando el país", argumentó el escritor y analista hondureño Eduardo Bahr.
La decisión del Congreso hace que el recién electo Porfirio Lobo vea limitado su margen de maniobra para reconciliar a los hondureños y a Honduras con la comunidad internacional cuando asuma el poder en enero, y que el depuesto Zelaya vea reducidas sus opciones a partir al exilio, hacer frente a la justicia o seguir en la embajada de Brasil, donde lleva dos meses y medio.
Por su parte, el golpista Roberto Micheletti refuerza su posición, tras apartarse temporalmente del poder durante las elecciones.
Con 111 votos en contra de la restitución de Zelaya y 14 a favor, el Congreso dominado por los dos partidos de derecha, Liberal y Nacional, liquidó además cualquier esperanza de que la clase política hondureña mostrara propósito de enmienda ante la comunidad internacional.
Estados Unidos, el promotor del acuerdo que impuso al Congreso decidir sobre Zelaya, expresó su decepción: “estamos decepcionados por esta decisión, porque esperábamos que el Congreso aprobara su restitución“, dijo el subsecretario de Estado para América Latina, Arturo Valenzuela.
A la “vergüenza nacional“ que supuso la votación, como lo definió Zelaya, contribuyó de manera decisiva el Partido Nacional de Lobo, que con 55 diputados tenía la llave para enterrar el golpe.
Ello le hubiera permitido allanar el difícil camino que le aguarda para reinsertar al país en la comunidad internacional, que ha suspendido una parte de sus ayudas, y mejorar la situación del 70% de los hondureños que viven en la pobreza.
En cambio, la decisión del Congreso consagra al gobierno de Micheletti, de la derecha más tramontana del Partido Liberal, que sin duda va a maniobrar para dar al traste con los planes de Lobo de dialogar con todas las fuerzas y formar un gobierno de unidad nacional.
“Hasta que no asuma el 27 de enero es rehén de la situación y de las decisiones que está tomando Micheletti“, dijo a la AFP Francisco Rojas, secretario general de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), con sede en Costa Rica.
Zelaya, por el momento, no ha dicho cuáles son sus planes. “Yo tengo que seguir luchando por mi país, aquí tengo mi gente, mis hijos, mis nietos, mis partidarios“, declaró este jueves Zelaya a una radio local.
Las alternativas son seguir en la legación brasileña, donde cuenta con el apoyo del presidente Luiz Inacio Lula da Silva, hasta que asuma el nuevo gobierno, entregarse a la justicia o exiliarse.
Tras la contundente derrota del miércoles, que dejó de manifiesto las escasas fuerzas con las que cuenta, parece poco probable que pueda ser parte del diálogo nacional, como Lobo sugirió en vísperas de las elecciones.
El nacionalcatolicismo hondureño, con Micheletti a la cabeza, ha dejado claro que le gustaría verle sentado en el banquillo de la justicia, que lo acusa de 18 delitos.
Honduras “pronto dejará de estar en el centro de la atención internacional y quedará en el ostracismo“, advierte Rojas.
Esto incidirá, según Rojas, en la capacidad de uno de los países más pobres de América Latina para lograr los Objetivos del Milenio, invertir en salud y educación, crecer económicamente y crear empleo, con el consiguiente riesgo de que siga expulsando emigrantes a Estados Unidos y Europa, y que con sus remesas sostienen el 24% del PIB.