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Cartas centenarias

Cartas centenarias

viernes 18 de diciembre de 2009, 13:03h

Puka Reyesvilla
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Dejemos de lado, por el momento, el quehacer político, tan -¡ay!- lleno de sinsabores, y compartamos unas cartas, en particular las de referencia, sobre las que nos extenderemos más ampliamente.

El encanto de hacerlo radica en la posibilidad, no exenta de morbo, de internarse en la sicología de sus autores. La correspondencia, en el sentido clásico del término, está presente en muchas obras como vehículo de expresión de sentimientos. Un caso extremo es el que imagina Carlos Fuentes en La silla del águila cuando ante el colapso de los medios electrónicos, las personas vuelven a comunicarse a la vieja usanza, es decir, con cartitas escritas en papel. Entre muchas de las obras literarias que han recurrido a las epístolas como parte central de la trama, una de las mejor logradas es Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand en la que el protagonista, poeta, espadachín y amante frustrado (por un complejo físico) opta por expresar sus sentimiento a través de cartas firmadas por interpósita persona aunque redactadas por él. El impostor consentido, es un muchacho apenas alfabetizado, enamorado de la misma mujer. El chico es lo suficientemente lúcido como para advertir que la dama se ha enamorado... del alma de Cyrano, aún sin saber que las palabras provienen de éste. No digo más para que usted lea esta obra teatral o vea la película.

Pero son las de la vida real las que conmueven más; aquellas que Néstor Paz Zamora escribió a manera de diario de campaña a su esposa Cecilia Ávila Seifert son ejemplares por su valor testimonial: "Mi reina adorada. (...) Quiero decirle ante todo que la extraño como algo esencial, sustancial", le escribe en la primera nota el 24 de julio de 1969. "Te amo y que esto quede bien claro. Eres lo que más amo. Lo que amo a plenitud", fueron las últimas palabras del diario antes de la agonía final.

Son, sin embargo, las cartas que le escribió James Joyce a Nora Barnacle, las que motivan estas líneas. En efecto, entre 1904 y 1909 la pareja mantuvo una fluida comunicación epistolar, pero fue hacia finales del último año -hace cien exactamente- que el tono de las mismas tornó del intimismo al apasionamiento más salvaje en la que el irlandés sometió a prueba a la destinataria de sus misivas, "la prueba consistía -dice Richard Ellmann- en que ella le hiciera saber cuál era su vida interior más recóndita". Las cartas, continúa, estaban llenas de ideas acerca de la "adoración" y la "profanación" de su imagen, en los extravagantes términos que él mismo utilizó. Ellmann exige que las mismas sean respetadas "por su intensidad y sinceridad y porque cumplen la confesada determinación de Joyce: expresar todo lo que pensaba". Para quien no esté familiarizado con éstas debo decir que en ellas se encuentra desde ternura hasta escatología, pasando por fetichismo, la pasión, la locura...

Y bueno, ¿qué tanto dicen tales cartas ya centenarias?. Tomo un fragmento de la más próxima a esta fecha, la del 20 de diciembre de 1909: "Mi dulce y pícara Nora, recibí esta noche tu ardiente carta y he tratado de imaginarte frotándote el coño en el closet... ¿te viniste al momento de zurrar o te frotaste viniéndote primero y luego te cagaste?... Alguna noche, cuando estemos en alguna parte platicando en la oscuridad cosas sucias y sientas tu mierda a punto de salir, rodea tu cuello con tus brazos en tu vergüenza y déjala caer suavemente. El sonido me enloquecerá, y cuando alce tu vestido, ¡de nada sirve continuar!, ¡ya puedes adivinar qué!."


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