Bogotá se viste de moda

De la mano de las tres diseñadoras encargadas de abrir la pasarela de la capital colombiana, enmarcada en la Semana de la Moda de Bogotá, las colecciones viajaron desde el luminoso cielo hasta la más oscura profundidad del mar, pasando por el caos de la tierra plasmado en la decadencia recargada de los zares rusos.

Precisamente ese exceso soviético fue la inspiración de la colección de la diseñadora Mónica Holguín para la marca Pepa Pombo, que presentó una contraposición de prendas que rebosaban barroquismo en las texturas pero simplicidad en las líneas y patrones.

Así, bordados estrambóticos, exagerados cuellos trenzados y cuerdas que se arremolinaban en determinadas partes del cuerpo contrastaban con prendas en general lisas y simples, con finos cinturones que envolvían el cuerpo hasta convertirse en tirantes y largas cintas onduladas que recorrían la figura de los maniquíes.

"Busqué un equilibrio entre esas prendas rebuscadas, centrándolas en unos espacios más pequeños, con prendas bien escogidas, algunas lisas pero con cuellos muy grandes y bordados", explicó Holguín.

Con un predominio del punto, marca de la casa de Pombo, dominaron los negros, grises y marrones en la paleta, con pantalones shorts y faldas hasta la rodilla, mientras que los torsos combinaban espaldas y hombros desnudos en unos casos, con cuellos y mangas largas en otros.

Las sobrecargadas notas de la música tradicional rusa que bañaron la pasarela con Pepa Pombo dieron paso a la relajada melodía de la entrada en escena de las musas de Bettina Spitz, que jugó con sonidos e imágenes pausadas para recrear la tranquilidad del fondo marino que inspiró su colección.

La intención de la diseñadora, según detalló, era lograr una puesta en escena que simulara un viaje a las profundidades del mar, "donde predomina el negro, pero encuentras todos esos colores fosforescentes que se producen ahí abajo, donde pasa de todo, desde volcanes a corrientes marinas".

Esa oscuridad de lo desconocido se plasmó en la mayoría de combinaciones, desde largas chaquetas hasta largos pantalones y faldas, que al mismo tiempo se combinaban con verdes, granates, blancos y azules.

Por simular los efectos del agua, Bettina Spitz utilizó largas prendas en seda pura, cuyos lentos y suaves movimientos chocaban con la pesadez de otras prendas que imitan texturas en formas de corales, algas y escamas, creando una mezcla de materiales para que "todo fuera de la mano".

Lanas viscosas, puras sedas, lycras, lentejuelas y plumas fueron los tejidos que la diseñadora exhibió en sus propuestas. Esa amalgama de tejidos hizo que faldas, chaquetas, pantalones, blusas y vestidos aparecieran en ocasiones con formas fluidas, lisas e infladas, mientras que en otras se convertían en rellenos y tiras en pura seda, lanas y lentejuelas, con estampados, colores chillones y pedrería, para evocar la riqueza de la flora y fauna marina.

Y para cerrar esta trilogía de los elementos, la tercera propuesta corrió a cargo de la diseñadora Sandra Cabrales, que vistió a sus "ángeles urbanos" con la pureza de la etérea agua y el aire, con diseños en los que los blancos y los marfiles llevaron la batuta, combinados con negros en transparencias y prendas secundarias.

Conjuntos formados de hasta tres o cuatro capas de prendas cien por ciento algodón, que insinúan una mujer envuelta en el espesor de las nubes y protegida del frío con pantalones largos y entallados, interminables chaquetas, y cuellos y bufandas abarrotados de pliegos.

Una metáfora de la encapotada pureza del cielo y la lluvia, representada en unas alas que surgían de los zapatos de una mujer que Cabrales erige con sus prendas en la diosa Minerva del siglo XXI.