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Homenaje y Compromiso

Homenaje y Compromiso

martes 23 de marzo de 2010, 03:29h
El 24 de marzo, un nuevo aniversario triste y doloroso. Cuesta mirar con los ojos de hoy el contexto político y social de aquel entonces. Perón había muerto, el gobierno se había derechizado de la mano de Isabel Perón y López Rega. Aparecieron en cargos estratégicos personajes vinculados al fascismo como Ivanissevich y Ottalagano, uno como Ministro de Educación y otro como Interventor en la Universidad de Buenos Aires. La Triple A, cobijada por el propio Estado, amenazaba, realizaba atentados y asesinaba. Los grupos de guerrilla urbana y rural enfrentaban con métodos violentos a un gobierno que ya no les pertenecía (Montoneros) o en el que nunca habían creído (ERP). “El mejor enemigo es el enemigo muerto”, proclamaba la revista El Caudillo con exclusivo financiamiento del entonces ministerio de Bienestar Social de López Rega. Y los muertos aparecían por las calles… Ortega Peña, Julio Troxler, Silvio Frondizi, Atilio López, Carlos Mujica, Alfredo Curutchet y tantos otros. La economía era un volcán inflacionario que el gobierno pretendía frenar con recetas liberales, con aumentos de tarifas, devaluaciones y caída del salario. El “rodrigazo”, implementado a mediados del año 1975, provocó un gran descontento en la población y fue una clara expresión de los planes económicos aplicados por entonces. Mientras tanto, la deuda externa crecía y la obligada presión sindical mostraba las fisuras de un gobierno enfrentado con sus propias bases.
 
Sobre este contexto la cúpula militar planificó el golpe de estado del 24 de marzo de 1976. Videla había llegado al frente del Ejército por propia decisión de Isabel Perón y rápidamente asumió la organización de la conspiración. Calculaban que muchos sectores de la clase media no verían con malos ojos un golpe y la asunción del poder por parte de los militares, y no se equivocaban. Ricardo Balbín habló por cadena nacional poco días antes del golpe y citó al poeta Almafuerte diciendo “todo incurable tiene cura cinco minutos antes de la muerte” en una suerte de pedido esperanzador para que los militares no dieran el golpe.
 
Pero lo que estaba en juego era demasiado como para que los militares escucharan palabras de poetas. Tenían el claro objetivo de apropiarse de un país, de su economía, de sus empresas y de su gente. Utilizarían a todo el aparato estatal para llevar adelante su guerra y su exterminio. Diputados y senadores concurrieron al Parlamento el 22 y 23 de marzo pero no para sesionar y proclamar la defensa de la democracia o convocar a la sociedad para que gane la calle. Concurrieron a llevar sus papeles y pertenencias ante el inminente golpe de estado.
 
Así se instaló en el gobierno de nuestro país la peor dictadura de la historia, la más sangrienta y devastadora.
 
Uno de los argumentos utilizados públicamente fue la enorme deuda externa argentina por aquel entonces (U$S 8.000 millones). Cuando los militares fueron echados por los votos en 1983, dejaron una deuda externa de alrededor de cincuenta mil millones de dólares, mucho más enorme que la que encontraron.
 
Dijeron que venían a pacificar el país y llevaron adelante un plan de genocidio que incluyó lo peor que pueda imaginar el pensamiento humano. Desde el robo de bebés a sus enemigos políticos hasta las torturas más sofisticadas y terribles con posterior desaparición de la víctima.
 
Arrojar a los muertos desde aviones al mar era uno de los tantos métodos para hacer desaparecer gente. Fosas comunes y centros clandestinos de detención y tortura formaban parte del plan genocida.
 
Se llevaron a Malena Gallardo con sus quince años y la hicieron desaparecer. Estudiaba en el Colegio Nacional de Buenos Aires y era feliz. Sí, tenía tan sólo quince años y la secuestraron y la asesinaron.
 
Se llevaron a mi prima Sara de dieciocho años y la hicieron desaparecer luego de tenerla secuestrada en distintos centros de detención. La torturaron, pero ella se animaba a cantar en voz baja la canción “Libre” de Nino Bravo.
 
La dictadura no tuvo límites. Secuestraron y asesinaron a familias enteras, como la familia Tarnopolsky. Se robaron niños y bebés. Se quedaron con las propiedades y los bienes de muchos desaparecidos. Hicieron desaparecer a miles de personas luego de torturarlas y matarlas. Hacerlas desaparecer, también significaba arrasar despiadadamente con el derecho mas fundamental del ser humano, significaba robarles su identidad, profundizando aún mas el dolor y la angustia de los familiares, sumiéndolos en una cruel y eterna búsqueda sin precedentes en nuestra historia.
 
Los dictadores dijeron después, al ser sometidos a juicio, que estaban en guerra. Pretendieron justificar el secuestro, la tortura y la muerte detrás de una guerra. El Fiscal del juicio a las ex Juntas Militares, Julio César Strassera, los descalificó preguntándose en su alegato: “¿qué clase de guerra es ésta en la que no aparecen documentadas las distintas operaciones? Que carece de partes de batalla, de lista de bajas propias y enemigas; de nóminas de heridos; que no hay prisioneros como consecuencia de ningún combate, y en la que se ignoran las unidades que tomaron parte... ¿Qué clase de guerra es ésta en donde los enfrentamientos resultan simulados, y en la que en todos los combates las bajas sólo hallaron en su camino a los enemigos de las fuerzas legales?…” “¿Se puede considerar acción de guerra el secuestro en horas de la madrugada, por bandas anónimas, de ciudadanos inermes?... ¿es una acción de guerra torturarlos y matarlos cuando no podían oponer resistencia?...¿Son objetivos militares los niños recién nacidos?
 
Pero los dictadores no sólo tuvieron el objetivo de borrar de la faz de la tierra a miles de personas. También tuvieron su proyecto económico y de poder.
 
El entonces Ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, llevó adelante una política devastadora para el aparato productivo de la Argentina y para los salarios de los trabajadores. Su lema inicial fue “achicar el Estado para agrandar la Nación”, filosofía que años más tarde retomarían Menem y Cavallo.
 
Hubo un alto endeudamiento y una gran especulación financiera que favoreció a los grandes grupos económicos. La época de la plata dulce fue una burbuja equiparable a la de la época de la convertibilidad. Mientras tanto se disparaba la inflación y caían el consumo y el PBI.
 
El país del secuestro, la tortura y la muerte fue vaciado económicamente a favor de los grupos económicos privilegiados. Casi no faltaba nada hasta que llegó la guerra de Malvinas. Una decisión tan irracional como improvisada no podía sino terminar en una derrota militar y política que condujo, finalmente, a la caída de la dictadura y sepultó definitivamente los sueños de poder eterno de Massera y cía.
 
Estamos frente a un nuevo aniversario del 24 de marzo de 1976. Desde el restablecimiento de la democracia tuvimos marchas y contramarchas, avances y retrocesos, condenas e impunidad, investigaciones y perdones, memoria y olvido.
 
Tuvimos un histórico juicio a las ex Juntas Militares pero también tuvimos punto final, obediencia debida e indulto. Un Menem que apostó al olvido y un Kirchner que se comprometió con la investigación, los juicios y la memoria.
 
El reclamo de justicia va acompañado del recuerdo y homenaje a cada uno de los desaparecidos. La monstruosa cantidad de víctimas de la dictadura no debe hacernos olvidar que cada uno de ellos era un ser con nombre y apellido, con familia, con alegrías y tristezas, con sueños y esperanzas. El dolor de cada uno de ellos nos compromete tanto como los valores de igualdad y justicia que defendían.
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