Negociación con ETA

Desde siempre me manifesté partidario de negociar con ETA. No como se hizo en la anterior Legislatura, claro; nada de sacar presos que deben seguir en la cárcel, nada de negociar legalizaciones imposibles, nada de hablar de consultas ilegales, ni del estatus de Navarra. Negociar con firmeza, desde las posiciones de fuerza que le corresponden al Estado, sería la receta. Dicho esto, no creo, la verdad, que estemos en fase de negociación alguna, diga lo que diga Jaime Mayor Oreja, a quien, incluso en su molesta inoportunidad, respeto.

Sí creo que estemos en momentos de contactos, de decirle a quien tenga que oírlo –y uno de ellos se llama Arnaldo Otegi—que es el momento de hacer dejación de planteamientos absurdos, de fanatismos suicidas, y abrazar las posibilidades del sistema rechazando a los criminales. La banda del horror iba a conseguir mucho más de este modo que con las amenazas, los chantajes y los asesinatos, que hasta ahora no hacen sino llevar a los etarras a consumir lo mejor de sus vidas en prisión.

Lo peor para ETA es que ya no nos creemos sus afirmaciones de que desean negociar. Tuvieron la oportunidad –una oportunidad de generosidad incluso excesiva—y la malbarataron. Ahora vienen los mediadores internacionales de siempre insistiendo en que ETA debe proclamar una tregua y el Gobierno conceder otra negociación. Puede que estén preparando el terreno para ‘algo’, porque la impresión es la de que ‘algo’ se cuece en la celda donde reside Otegi, y que este recluso habla mucho con mucha gente que está fuera del recinto carcelario, y que incluso es posible que ocupen lugares destacados en el mundo semioficial.

A mí esta posibilidad, la de ir a una negociación con la banda no me asusta, sino que me alienta: puede que quien tuviera que aprender haya aprendido algo de lo ocurrido en la pasada Legislatura, que al mundo filoetarra apenas le sirvió para perder las posiciones de privilegio que tenía.

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