Lo público

La vida de los pueblos cambió cuando la necesidad obligó a la gente a ordenar la vida comunitaria. Pasados siglos de disciplinar el conjunto social se puede mirar cómo el sistema democrático se convirtió en el mejor modelo para operar las diferencias, respetar los desacuerdos, expandir las culturas, cultivar el conocimiento, relativizar las ambiciones y cimentar la paz.

La democracia es una práctica que necesita reinventarse cada día para que los ciudadanos puedan someter sus demandas y obligaciones al escrutinio de lo colectivo.

Por eso, cuando los diversos grupos que conforman un Estado asumen la democracia como un espacio de libertad absoluta, habría que pensar también sobre los atributos que caracterizan a sus integrantes y el compromiso que tienen con el funcionamiento general de la sociedad.

La participación de la ciudadanía en la esfera pública está determinada no solo por los derechos políticos que adquirió en un largo período de luchas sino por la comprensión del estatuto democrático. Y ese estatuto alude, entre otras cosas, a la libertad de pensar y decir; a la libertad de optar o negar; a la libertad de elegir y arrepentirse. Ergo, cuando uno de los aspectos fundamentales del Estado moderno no logra cuajar en los países subdesarrollados, es obligación de todos instituirlo. Así, lo público es el espacio que este proceso político ha priorizado para darle una vuelta de tuerca a nuestra democracia. Lo público como una conciliación urgente entre la ciudadanía y el Estado. Lo público como ejercicio de participación y rendición de cuentas. Y en ese universo, los medios públicos son esenciales porque amplían la cobertura del Estado, los deberes de la información y la comunicación y la palabra de la ciudadanía.

No se podrán construir medios públicos si no se asume que su autonomía está ligada precisamente a la libertad de pensar y de objetar.