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Opinión

Memoria histórica

Memoria histórica

miércoles 05 de mayo de 2010, 16:17h

   Convengamos en primer lugar que de todas las memorias posibles, la realmente decisiva es la individual. Luego,  hay otra memoria, más o menos colectiva, más o menos compartida, histórica si se quiere, aunque este sea un calificativo del que se abusa con frecuencia.

   Con todo, lo peor de este sarpullido de memoria que nos afecta es que siempre acaba en el mismo lugar, la Guerra Civil.  Personalmente, preferiría que todo este ejercicio memorístico  fuera un poco más allá, y se adentrara en el laberinto de nuestro siglo  XIX: la España tradicional y  la afrancesada,  la  liberal y la absolutista, la de las tres guerras carlistas  (con Navarra, País Vasco y Cataluña como los tres grandes focos de insurrección). 

   No es así. No es que nos estamos mirando, de repente,  en la idea de convenir alguna novedosa  conclusión a nuestros muchos fracasos colectivos; el principal de ellos, la demostrada incapacidad para reconocernos en lo que somos: un territorio  complejo y variado, una península plural a la que suele ir mejor, conviene advertirlo,  cuando camina unida.  No, me temo que no andamos en eso, sino más bien en tratar de establecer sobre el actual tablero político,  con toda la furia y el  maniqueísmo posible,  quienes son los buenos, y quienes los malos, tomando como punto de partida la guerra civil.

   La  memoria  de los españoles que combatieron en las trincheras, la de sus familiares ejecutados en la retaguardia, permaneció (no podía ser de otra manera), en sus nietos y bisnietos.  Nosotros, sin ir más lejos.  Sobre este asunto,  cada cual tiene  su propia ración de memoria, acumulada en tantas cenas o compromisos familiares.

   El régimen franquista creyó poder eliminar  lo que llamó la anti España.  El general  Franco se pretendió responsable sólo ante Dios y ante la Historia. Del juicio divino nada sabemos; del humano, sí. Culpable.

   De todo ese magma memorístico, de la comprensión cabal de que esa era una herida infectada que había que cerrar si queríamos tener algún futuro, nació la transición, un ejercicio colectivo de olvido y perdón. Comunistas, socialistas, nacionalistas vascos y catalanes, conservadores, liberales, las diversas derechas del país, por fin de acuerdo en conformar un marco común. Fue un  hombre del régimen, un falangista de padre republicano, un tenaz seductor, un tal Suarez, quien  lideró esa gran operación de ensamblaje  que ahora, al parecer, se intenta cuestionar.

   Y habrá que insistir en  que los principales problemas del país, del insoportable desempleo al fracaso del sistema educativo, de la corrupción a la falta de credibilidad de nuestros líderes políticos,  no van a encontrar solución excavando tumbas o abriendo sumarios extemporáneos.

   Hace 75 años, Europa entera se despeñaba en las orillas del totalitarismo. Y aunque no todas las naciones europeas actuaron de la misma manera,  a medida que los extremos se ensanchaban decrecía el prestigio de la democracia. República burguesa, se decía, y pocos se mostraron dispuestos  a defender o valorar lo que tenían.  La profunda crisis económica, iniciada en 1929, sirvió de mecha final  para la gran catástrofe.  ¡ Cuidado pues ¡  porque en ninguna parte queda escrito que la historia no pueda volver a repetirse. Hay virus que no prescriben. Conviene saberlo.

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