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Que uno gobierne y que el otro vaya al futbol

lunes 14 de junio de 2010, 03:18h

Felipe Calderón no viajó a Sudáfrica por ser un aficionado al futbol. Recibió una invitación oficial para estar allí, en la gran inauguración del Mundial, en su condición de presidente de Estados Unidos (Mexicanos). Estas tareas protocolarias son parte de la función habitual de todo jefe de Estado. Pero, era esperable que una opinión pública agraviada por los excesos de la clase gobernante se iba a manifestar de manera burlona y virulenta. Y era también muy evidente que la oposición, cual ave de rapiña dispuesta a acosar incansablemente a su presa, no iba a desaprovechar otra ocasión para denostar ferozmente al primer mandatario. Lo que no se entiende, por el contrario, es que en Los Pinos ignoren que la investidura presidencial supone, en un sistema político como el nuestro, una agobiante dedicación a toda clase de actos ceremoniales. No tenían, entonces, por qué haber recurrido a “encuestas” e inventado excusas. Y es también extraño, en este sentido, que comentaristas de todas las proveniencias no hayan resaltado la naturaleza absolutamente rutinaria —y trivial— del viaje sino que, en el mejor de los casos, hayan exhibido la desprendida postura del perdonavidas (“tiene el derecho de viajar”; “sabemos que es un gran entusiasta del balompié”; “en la casa presidencial se reúnen a jugar cascaritas”) o, en lo que toca a los más despiadados, que se hayan sumado a la ola de condenaciones.

Podía haberse prestado la ocasión para una reflexión sobre la estructura de nuestras instituciones. Miren, para mayores señas, quién más estuvo en la ceremonia: Joe Biden, vicepresidente de Estados Unidos (de América). No sé si el hombre es un seguidor del Chicago Fire o del DC United o del Dynamo de Houston; supongo, más bien, que lo suyo es el basketball o que se entretiene mirando los juegos de la NFL. O sea, que no viajó a Sudáfrica para aplaudir a Landon Donovan sino para cumplir, digamos, con una especie de trámite protocolario. Ése, justamente, es el trabajo que le toca desempeñar al vicepresidente de nuestro vecino país. Y ésa —y no otra— es también la función que ejercen los jefes de Estado en los regímenes parlamentarios o en los sistemas que no son enteramente presidencialistas: el Rey de España recorre el mundo como embajador primerísimo de su pueblo mientras que Zapatero, jefe del Gobierno, se dedica a los asuntos corrientes de la Administración y a las delicadas tareas de la política. Es muy probable que Angela Merkel (por cierto, la mujer más poderosa del mundo) esté en el palco de honor del estadio si Alemania llega a la gran final. Tal es la importancia suprema del futbol. Pero, si los teutones no se juegan el título, entonces la invitada no será la canciller sino que acudirá Jens Böhrnsen, el recién nombrado presidente de la República Federal Alemana. Nuevamente, ésa es su chamba.

Opinión extraída del Periódico Milenio 13/06/10

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