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Libertad y tolerancia

martes 10 de agosto de 2010, 05:27h

Hace 17 años Samuel Huntington planteó, en su “Choque de civilizaciones”, que los grandes conflictos del futuro no serían ni ideológicos ni económicos, sino culturales. Su argumento, que respondía a teorías grandilocuentes y/o absurdas acerca de la victoria definitiva de los valores occidentales y el fin de la historia, era preocupante para quienes veían con inquietud cómo terminaba un largo periodo de estabilidad dominado por el choque ideológico, geopolítico y económico entre dos grandes bloques que le habían dado certeza —con una buena dosis de temor, ciertamente— al mundo.

El nuevo milenio nos despertó de golpe: el conflicto no era tanto cultural sino religioso, y el terrorismo descarnado el arma escogida. Los ataques del 11 de septiembre del 2001 no sólo impactaron a tirios y troyanos: nos obligaron a repensar el mundo y los pesos y contrapesos del poder, los límites de las grandes potencias y de la gran superpotencia, que ni estaban preparados ni supieron reaccionar adecuadamente a los nuevos retos, ya se tratara de Nueva York, Londres o Madrid, o de ciudades rusas aterrorizadas por el mortífero paso de los maniacos separatistas chechenos, que lo mismo en una escuela provincial o en un teatro moscovita sembraban el odio y el temor.


Nunca es más engañosa la historia que cuando pretende ser simple y lineal: la oleada de ataques terroristas con motivación religiosa de principios de este siglo vinieron predominantemente de grupos de musulmanes radicales, algunos añejos y otros de reciente hechura, unos más puristas y otros más bien pragmáticos, y me explico: los hay con auténticas y no por ello aceptables convicciones religiosas, que rayan en o rebasan los límites del fanatismo, y los hay que sólo aprovechan el manto del fundamentalismo islámico para avanzar sus propias y mezquinas causas. Pero para efectos prácticos, todos esos actos tenían como común denominador la profesión de fe musulmana, y con ella los extremos de la interpretación de un texto que lo mismo puede ser leído como un llamado a la apertura y la tolerancia o malinterpretado como una guía para la cerrazón y el rencor.


Así, el choque de civilizaciones previsto por Huntington bien rápido se tornó en una gran confrontación religiosa, en la que por un lado estaban las fuerzas del oscurantismo, la violencia y la intolerancia, ejemplificadas por Al-Qaeda, el Talibán y numerosos grupos que pretendían afiliarse a ellos, así como otros preexistentes que reforzaron su discurso islamista para adecuarse a la moda del momento, y por el otro el “mundo occidental”, que reunía en su campo a las voces de la tolerancia, la libertad y la democracia, así como a muchos que si bien no profesaban del todo esos valores se acomodaron en ese campo para ser parte de esa otra moda, la de la llamada Guerra contra el Terror, de la que el entonces presidente estadounidense George W. Bush declaró que “o se está con nosotros (es decir EU) o contra nosotros…”, y en ese con y contra se resumía la gran batalla del siglo XXI: la de las ideas, las libertades, las creencias.


Y ahí sí resultaba relativamente fácil predecir quien saldría avante: no obstante la capacidad casi infinita para la violencia y el terror de los fundamentalistas, al final del día las civilizaciones que han antepuesto la apertura a la opresión y el libre intercambio de ideas al dogma se han impuesto siempre en el largo plazo.


Pero he aquí que en el mundo occidental las buenas conciencias han decidido que no basta con anteponer valores e ideales libertarios cuando es más fácil parecerse al enemigo. Hoy vemos por doquier expresiones de intolerancia y cerrazón antaño inimaginables, como la prohibición del velo en Francia o las protestas airadas en EU contra la construcción de mezquitas, que muestran tristemente cómo han abierto brecha los terroristas y los radicales, pues han logrado lo que jamás imaginaron: que algunas de las sociedades más abiertas y libres duden, que duden acerca de sus propios valores y sus propias convicciones, que crean que la semilla de su destrucción está en las libertades cuando lo cierto es que la mayor amenaza proviene de los ojos y las mentes que se cierran.


Para muchos hoy el enemigo es el islam, pero se equivocan: el verdadero y más peligroso enemigo es la ignorancia de y el menosprecio al que es diferente, en todos los aspectos, en todos los terrenos…

[email protected] www.twitter.com/gabrielguerrac

Internacionalista

Opinión extraída del Periódico El Universal 09/08/10

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