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Ainstitucionalidad Reloaded

Ainstitucionalidad Reloaded

domingo 20 de mayo de 2007, 04:46h

Corría el año 2002 y en mi programa de la mañana de Radio América entrevistaba al entonces gobernador Kirchner. Casi al final del reportaje, y como no podía faltar, le pregunté porqué no repatriaba los fondos de Santa Cruz, depositados en un Banco Suizo.
-¿Quiere que los traiga con Duhalde gobernando?- Fue la rápida e ingeniosa respuesta de Don Néstor.
Sospecho que, si el flamante gobernador Peralta tuviera cierta autonomía, ante la misma pregunta respondería algo parecido. “¿Quiere que los traiga con Kirchner gobernando?. Es más, según confesó, en su momento, el propio Kirchner, se decisión de sacar el país el dinero conseguido por la privatización de YPF y las deudas por regalías petroleras, surgió siguiendo un consejo del propio Cavallo, entonces ministro de Menem. De manera que, consultado en los 90 sobre la decisión de sacar el dinero de la Argentina, la respuesta de Kirchner hubiera sido “¿Qué quiere, con Alfonsín gobernando?”. O ¿Qué quiere con Isabelita o los militares gobernando?”.
El común denominador en este recorrido es que, cualquiera fuera el Presidente de la Argentina y el momento económico dominante, al final del día, lo que ha predominado, en materia de capitales, es la desconfianza en las instituciones locales y en el marco de seguridad jurídica y derechos de propiedad del país. Por lo tanto, el uso del sistema financiero de Estados Unidos, en primer lugar, de otros países desarrollados, en segundo lugar, o inclusive del Uruguay, fue la manera más clara de “cubrirse” de los avatares locales. Basta mencionar, en las últimas décadas, y sólo a modo de ejemplos desordenados, la inflación, el congelamiento de depósitos en dólares, la pesificación de esos depósitos, los doble, triple, o “n” mercados cambiarios, la hiperinflación, el plan Iones, el default, el ahorro forzoso, los fallos de la Corte aceptando cualquier barbaridad expropiatoria directa o indirecta, etc. etc.

Es cierto, complementariamente, que detrás de la salida de capitales, hay una historia de evasión impositiva y fondos no declarados, pero también este fenómeno se vincula con ataques permanentes a la estabilidad tributaria y al uso abusivo y generalizado de las “emergencias”.

¿A qué viene todo  esto? Se preguntará el (la) amable/a lector/a.

Viene, responderé, a que, cada tanto, los gobiernos anuncia algún “plan productivo” estratégico de largo plazo. Y cada tanto también, alguna entidad empresaria de primer nivel, sugiere “medidas para consolidar el futuro” y en ambos pronunciamientos, aparece, de manera rotunda, “la falta de crédito de largo plazo”; “el reducido tamaño del mercado de capitales”; “la necesidad de financiamiento a la inversión” u otras expresiones similares. Lo que surge como llamativamente peligroso, sigo insistiendo, lo siento, es la dificultad que tenemos los argentinos en general y los dirigentes en particular, para asociar un contexto de instituciones débiles y ataques sistemáticos a los derechos de propiedad, como causa central de la falta, precisamente, de un mercado de capitales de largo plazo amplio y profundo.

Resulta casi trágico que los mismos que reclamaron y aplaudieron la devaluación y la pesificación asimétrica; apoyaron el default o la postergación de las ejecuciones hipotecarias; alteraron las reglas de la Ley de Quiebras; o guardaron silencio ante la destrucción de la independencia judicial, o del INDEC, sean los que ahora lamentan la falta de crédito de largo plazo, o se quejan de la existencia de “tasas de interés abusivas”. O envidian a mercados financieros de otros países, en dónde la oferta de crédito es distinta, pero el imperio de la ley y las reglas de juego también lo es.

Y más trágico aún que quienes gobiernan, después de aplicar, alentar, enorgullecerse y defender esas medidas, ahora destaquen la realidad de un mercado de capitales local que no está “a la altura de las circunstancias”.

Pero lo paradójico, es que también hoy, las reservas del Banco Central, con las que saca pecho el Presidente, están invertidas fuera de la Argentina en instrumentos de muy bajo riesgo, “firmados” por el genocida Bush.

Obviamente que, bajo este contexto, la única forma de compensar la falta de arreglos institucionales razonables, respetables y estables, es mediante rentabilidades extraordinarias, el manejo discrecional de los fondos públicos o del direccionamiento de subsidios cruzados privados. Obviamente también, que para acceder a ese manejo discrecional hay que ser amigo del poder. Tener el poder. O “comprar” el poder. También surge la idea de nuevos Bancos de Desarrollo, o el Banco del Sur, para canalizar fondos públicos y privados hacia los proyectos de los amigos.

Pero lo más llamativo de esta esquizofrenia (pensando bien) o hipocresía (pensando mal), es que termina por volverse en contra de los mismos protagonistas, al afectar la tasa de crecimiento de largo plazo y, por lo tanto, su capacidad para mantener el poder.

En efecto, como hemos comentado más de una vez, sin instituciones políticas y sociales, la única “garantía” de supervivencia de los dirigentes es la billetera. Y la billetera depende claramente del crecimiento económico. Pero éste, a su vez, requiere de un mercado de capitales de largo plazo que financie los mejores proyectos a largo plazo.

Nótese que hoy, ese es el “drama” del mundo emergente, en general. La mayoría de los Bancos Centrales acumulan reservas provenientes de sus dólares “comerciales”. Una parte de esos dólares la “reciclan” comprando Bonos del Tesoro Norteamericano y otros instrumentos, sacando los dólares del país y dándole liquidez al mercado de capitales de New Cork. Como comentamos hoy con mi amigo Agustín Mackinlay en El Cronista, mientras la Reserva Federal trata de expandir menos la cantidad de dinero preocupada por la inflación estadounidense, la mayoría de los Bancos Centrales del mundo emergente expande la cantidad de dólares en circulación, al comprar bonos. Esa liquidez global vuelve al mercado de crédito a través de una sofisticada red de instrumentos financieros que atomizan riesgo, sujetos al marco institucional y legal de los Estados Unidos. Esto ha permitido mantener bajas las tasas de interés de largo plazo, una expansión inédita del crédito, y por lo tanto, un crecimiento económico y del comercio mundial también sin precedentes. (incluyendo el precio récord de las commodities).

Pero el problema es que esa “redistribución” del crédito la hace el mercado de capitales global en función de una serie de parámetros en dónde se pondera el tamaño de cada mercado, las oportunidades de negocios, la rentabilidad esperada, el riesgo asociado, la productividad y calidad de la mano de obra, y el contexto institucional.

En otras palabras, así como el sistema financiero argentino capta fondos en el interior del país y luego los presta en Buenos Aires, agravando los desbalances regionales. Así, el sistema financiero internacional capta fondos de los países emergentes y luego los presta en el mundo desarrollado y también en el mundo emergente, aunque no “proporcionalmente”. Es decir que, cuanto más pequeño sea un mercado, menos oportunidades ofrezca y más inestabilidad institucional presente, lo más probable es que termine siendo, en el “neto”, un “depositante” en el sistema global y no un receptor de “crédito” o inversión extranjera directa. Es decir menor contribución de ahorro del “resto del mundo”.

Pero con menor ahorro del resto del mundo, la única forma de crecer es con mayor ahorro local. Pero mayor ahorro local, implica menor consumo local. De manera que, otra vez, al final del día, menor institucionalidad implica crecer menos o crecer a costa del ingreso de los asalariados.

Pero la solución a este problema, no es crear el Banco del Sud, como no lo fue, internamente, tener bancos oficiales de provincia. Tampoco “cortar camino” con una convertibilidad o una dolarización, sin coordinación fiscal y sin instituciones respetables.

Es cierto que hoy existen fondos dispuestos a apostar por la Argentina, pero mucho menos que “proporcionales” a los que siguen fuera del país.

Tenemos que iniciar una batalla épica por tener instituciones que funcionen y sean respetadas y valoradas. Reconstruir el sistema de precios-subsidiando sólo a los que realmente lo necesitan-y generar un ámbito confiable para ser receptores netos de ahorro externo de largo plazo.

El verdadero “cuello de botella” del crecimiento argentino, sigue siendo el mercado de capitales de largo plazo. Tarde o temprano esa restricción aparece y todos los “inventos” en el medio terminan fracasando, costándonos caro a muchos y enriqueciendo a unos pocos.

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