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Política y “presunción de inocencia”

domingo 20 de mayo de 2007, 12:02h

Miguel Sebastián es un lujo impagable para el PP. Sí, sí, han leído bien, más para el PP que del PSOE. Por si los asuntos de Intermoney y de la extraña oficina de La Moncloa no fueran suficientes, le ha bastado un gesto –uno de esos gestos despreciables que a veces se producen en política– para deshacer las últimas dudas de los electores moderados madrileños y elevar a Alberto Ruiz-Gallardón a los altares. El candidato del PP, con la compostura y oportunidad que le caracterizan, se ha apresurado a recordar la manera de hacer política “desde el respeto” que tuvo Adolfo Suárez, y ha quedado ungido como el hombre del por tantos añorado centrismo. Miguel Sebastián ha tirado por la borda la eventualidad de que, ante un PP sin mayoría absoluta, pudiera recibir los votos de IU. Ha dejado al partido de la izquierda sin el menor callejón ético por el que acudir en su apoyo.

Rodríguez Zapatero debe conocer a su tan cercano colaborador Miguel Sebastián. Siguiendo el hilo del razonamiento, Rodríguez Zapatero, si se me permite la broma, debe tener gran interés en que Ruiz-Gallardón gane brillantemente las elecciones, porque en otro caso le hubiera buscado un antagonista más digerible por la ciudadanía. Bueno, no es que Simancas sea un figura, y se verá en los confortables resultados de Esperanza Aguirre, pero comparado con Miguel Sebastián es por lo menos un candidato al que sus partidarios pueden votar sin taparse la nariz ni sufrir náusea.

Ya que Ferraz no sabe cómo defenderse del escándalo “Intermoney, CNMV, oficina económica de La Moncloa” –no sabe o no puede, porque el escándalo tiene un protagonista directo que es nada menos que el propio Rodríguez Zapatero, de quien directamente dependen los autores materiales de los hechos–, ha acudido el quinto de Caballería con todos los efectivos desplegados a poner al máximo el ventilador del reparto de basura, Carlos Fabra mediante. La verdad, inocultable, es que la dirección del PP ha sido connivente o por lo menos, negligente en este feo asunto, en todo caso menor si se compara con lo descubierto en torno a las actividades del círculo de Intermoney, que permite hablar de una auténtica oficina de influencias económicas nada menos que el corazón de la Presidencia del Gobierno del Estado.

Por menor que sea el asunto del polémico presidente de la Diputación de Castellón, es feo y parece que cierto. Como los procedimientos judiciales que afectan al también muy votado Miguel Zerolo, alcalde de Santa Cruz de Tenerife, y a otros dirigentes políticos y empresariales de la Isla, decididos por ello a impedir a toda costa que López Aguilar gobierne en Canarias, incluso si como parece probable gana las elecciones. Al fin y al cabo es lo mismo que, desde La Moncloa, Montilla mediante, se hizo con el ganador de las elecciones catalanas, el dos veces burlado Artur Mas.

¿Se asumirá alguna vez la obviedad de que cualquier cargo político, si resulta imputado por la Justicia, debe inmediatamente dimitir y suspender por completo su vida política hasta que la cuestión jurídica se resuelva? ¿Pero qué es eso de la “presunción de inocencia” trasladada a la política? Es al revés. En la actividad política, a cuyos honores y lujos nadie va obligado, la presunción de inocencia corresponde al cargo y no a la persona, que, precisamente por respeto al cargo y a la dignidad de las instituciones, debe retirarse hasta que resulte probada y sentenciada su inocencia. El voto otorga muchas cosas, entre ellas, nada menos que el poder y todo lo que el poder conlleva, pero la culpabilidad o inocencia se sustancia en los Tribunales, no en las urnas.

Dicen las encuestas que los españoles dan muy poca importancia a la corrupción en sus motivaciones de voto. No se compagina bien esa actitud con fundamentos radicales del alma española, por lo menos, del alma de Castilla y de todo lo que Castilla haya podido influir en el conjunto de la nación. Pero mientras la conciencia ética se indigna, quizá haya que creer que sigue vigente la luminosa y pesimista percepción de Ortega sobre la coincidencia del engrandecimiento de Estados Unidos con la terrible etapa del gangsterismo, lo que llamó “un Missisipí de inmoralidad pública”, para concluir que “las cosas son como son y no como quisiéramos que fueran”.

Al final del final, en estas circunstancias degradadas que atraviesa el país cobraría especial importancia un gesto de Pedro Solbes. Nunca he ocultado mi admiración por el vicepresidente económico del actual gobierno. Heredó en 2004 una situación magnífica de la gestión de su predecesor, Rodrigo Rato, pero también es verdad que Solbes había iniciado en 1994 los movimientos correctores de la desastrosa herencia recibida y los había encaminado en buena dirección. Ha tenido el buen sentido de mantener la línea de Rato y consolidar con ello el crecimiento de la economía española. Es un hombre inteligente, moderado, sensato, al que gusta hablar, como él mismo dice, “poco y bajito”. Pero hay ocasiones en las que la discreción, si va más allá de lo razonable, puede tener lectura de complicidad.

No es aceptable que el vicepresidente económico aparente ignorar la dimensión del escándalo sucedido en la rara oficina económica de La Moncloa y nada menos que en la CNMV, sin contaminarse, al menos, de cierta responsabilidad pasiva. Solbes no puede hacer nada respecto a que la oficina de tráfico de influencias económicas de La Moncloa siga, por vía de David Taguas, en manos del clan Intermoney, porque esa oficina depende del presidente del Gobierno y toda la responsabilidad de lo allí sucedido y de lo que probablemente suceda en el futuro es de Rodríguez Zapatero, directa y nominalmente.

Sin embargo, incluso supuesto que la lealtad política obligase a Solbes a cesar a Manuel Conthe por no querer éste ser cómplice de las raras actividades de los amigosde Rodríguez Zapatero, excede con mucho el ámbito de esa lealtad el nombramiento de Segura como nuevo presidente de la CNMV, una vez conocido y público que, méritos profesionales al margen, fue asimismo socio de las aventuras económicas de Intermoney, con lo que se mantiene a la CNMV bajo toda sospecha ante los mercados globales. Lo acaba de decir Rato, desde su relevante posición de director del FMI.

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