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Cristo versus Aparecida

domingo 20 de mayo de 2007, 12:41h

Los Imperios han buscado y encontrado a lo largo de los siglos motivos para su expansión. Pero estos motivos no son previos o anteriores a la conquista real de los territorios. Tampoco son, como cabría pensar, posteriores, sino que son coetáneos, simultáneos. Las justificaciones y las acciones imperiales se dan al mismo tiempo y se refuerzan mutuamente según una lógica de: ‘nos expandimos porque somos superiores y porque somos superiores nos expandimos’. Y digo que se trata de fenómenos simultáneos en el tiempo y en la lógica discursiva porque no se trata de meras excusas buscadas ex post para justificar masacres o violencias gratuitas. Como muestra la postura paternalista en cuanto a la dominación de los pueblos no europeos por los británicos del gran teórico liberal John Stuart Mill, los conquistadores imperiales y los ideólogos que los impulsaban, y eran impulsados a su vez por éstos, han creído en general a lo largo de la historia que hacían lo correcto no únicamente para ellos y su propia gloria, sino para los pueblos conquistados. Las justificaciones siempre estaban ahí, y si no se encontraban a simple vista, se inventaban.

Francisco J. Peñas, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, hace referencia en su sugerente artículo ““Estándar de Civilización. Las Historias de las Relaciones Internacionales” (1999) a la institución del Requerimiento, un documento de gran interés para observar cómo funcionaba la lógica de las justificaciones morales en el avance del Imperio español en el Nuevo Mundo. El Requerimiento no era sino un texto legal redactado en 1514 por el jurista de la corte española Juan López de Palacios Rubio, según el cual se reglamentaba el régimen de conquistas en la América española. Los capitanes españoles, que se presentaban a sí mismos como “domadores de pueblos bárbaros” (sic), tenían la obligación de leerlo ante los indios antes de entrar en las aldeas. En la proclama se enunciaba el derecho de los españoles de tomar posesión de aquella terra nullius para mayor gloria de la corona y de la iglesia, que autorizaba a los Reyes Católicos a conquistar las tierras de ultramar en virtud de la bula papal Inter Caetera, emitida en 1493 por el papa Alejandro VI. Evidentemente, en las instrucciones del Requerimiento, escrito en castellano, no se mencionaba la necesidad de intérpretes.

Las palabras que pronunció Joseph Ratzinger en Aparecida, durante su visita a Brasil, en las que negaba que la evangelización hubiera supuesto en ningún momento una alienación de las culturas precolombinas ni una imposición, es sencillamente insostenible. La realidad es que los indígenas americanos hubieron de elegir, confrontados ante la espada y la cruz, profundamente entrelazadas hasta la Paz de Westfalia, en 1648, entre el bautismo y la sumisión o la esclavitud más absoluta. El cronista de las primeras guerras entre españoles e indígenas en el Nuevo Mundo Bernal Díaz del Castillo, que participó bajo mando de Hernán Cortés en la conquista de México, concluida en 1521, afirma que habían dejado Europa “…para servir a Dios y a su Majestad, para llevar la luz a aquéllos que estaban en la oscuridad y para hacerse ricos, que es el deseo de todo hombre”. Si el Cristianismo en América no fue una  imposición, que baje Dios y lo vea.

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