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El lujo y la crisis

El lujo y la crisis

sábado 28 de agosto de 2010, 13:40h

¿Quién dijo que en época de crisis el lujo se moría de pena?  Es verdad que nada más empezar el bombardeo esta industria se resintió, pero con el tiempo ha experimentado una remontada, según indican los números, que como el algodón, nunca engañan. Por ejemplo, el mayor grupo de artículos de lujo del mundo, el francés LVMH, que cuenta entre sus marcas a Louis Vuitton, Givenchy o al champán Dom Pérignon, anunció a bombo y platillo el mes pasado que había aumentado un 53% su rentabilidad.

Es bien cierto que las tres potencias demandantes de estos exclusivos productos son Estados Unidos, Asia y Japón y en menor medida Europa, donde también se encontraría España, aunque a años luz del potentado trío. Joyas, sobre todo diamantes; pieles, bolsos, ropa, preferentemente informal pero exclusiva; coches, antigüedades y bebidas como el champán, forman parte de estos objetos deseados por los sibaritas del universo.

Las cifras no pueden ser más alentadoras para la firma de diamantes De Beers, que ha registrado un 84% de aumento en las ventas de piedras en bruto, hasta un total de 2.600 millones de dólares, gracias, sobretodo, a la demanda de Asia.

 

Relojes

Los relojes, dentro de la joyería, también se llevan la palma y una de las firmas con más prestigio entre los acaudalados de hoy en día es Bulgari. La marca italiana, a la que la clase media conoce por sus perfumes, ha vuelto a coger impulso y en el segundo trimestre de este año ha obtenido un beneficio neto de 600.000 euros tras registrar unas pérdidas astronómicas el año pasado.

Burberry, la marca de ropa informal pero de lujo, fue de las pioneras en remontar la crisis. En el tercer trimestre de su ejercicio fiscal, que acabó el 31 de diciembre de 2009, incrementó sus ventas un 15%, al facturar 434 millones de euros frente a los 376 obtenidos en el mismo periodo del ejercicio anterior.

El lujo vuelve a por sus fueros, quizás porque ha existido desde la noche de los tiempos. Concretamente, en el atavío, se manifestó en la época de Diocleciano. Entonces se bordaban las ropas con tal cantidad de oro y piedras preciosas que no había posibilidad de marcar ningún pliegue en el ropaje. Esta exageración se ha ido adaptando a las circunstancias de cada momento, pero el lujo es sinónimo de exclusividad y gente exclusiva hay mucha. La suficiente como para mantener esta industria. Se lo decía Enrique Loewe a mi colega Ana Calvo. “El lujo es exclusividad, sólo existe cuando es escaso, cuando es propiedad de unos pocos. En el momento en que se banaliza, muere”.

 

Una tribu

El lujo se ha guarecido en los últimos años en la palabra “vintage”, que viene a significar una pieza distinta y distinguida que cobra valor con el paso del tiempo. Lujo es ese bolso Hermès o Loewe que se revaloriza con su uso porque es una obra de artesanía procedente de unas firmas que han sabido mantener la tradición del saber hacer; ese sello que imprimieron sus fundadores y que las sucesivas generaciones han intentado mantener o al menos han intentado que perdure esa aureola de leyenda, aún a pesar de haberlas vendido a una multinacional.

El lujo sigue dando guerra después de haber sufrido un resbalón ante el temor de que volviera a producirse otro “crack” del 29, quizás porque la gente exclusiva también necesita reconocerse en un bolso, en una joya, en un coche. Porque la gente exclusiva también pertenece a una tribu, rica, pero tribu al fin y al cabo.

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