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El gobernador civil Montilla

El gobernador civil Montilla

miércoles 15 de septiembre de 2010, 00:54h

Cada catalán tiene su idea del catalanismo. Y todas son aceptables -incluso aquellas que cuestan de digerir para algunos- porque no se puede excluir a nadie en el concepto, excepto -y dejemos la corrección política para otro día- a aquéllos cuya presunta catalanidad sólo sirve de perversa excusa para atacar al país. Si quieren que precise más, a quienes cuyo principio ideológico ha tenido como único punto de partida ir contra Cataluña. De ahí que en otros escritos haya incidido en la necesidad de evidenciar la diferencia entre catalanes, sin importar su origen, y habitantes de Cataluña: que en algunos casos pueden tener sus orígenes bien enraizados. Es hora de desenmascarar. A partir de aquí, y en la modesta medida que me sea posible, quisiera ser didáctico: nada me haría más feliz que que todo el mundo me entendiera.

Y en este afán estoy cuando censuro la actitud del presidente de los catalanes, José Montilla.

Recordarán -sobre todo los más viejos del lugar que tengan a bien, voluntariamente, preservar su memoria sin excusas, por mucho que hogaño se quiera pervertir la idea inicial- que el Estado de las Autonomías nacía de la vieja aspiración, consolidada en la época republicana, de satisfacer, sobre todo, las ansias diferenciales de Cataluña y Euskadi. Sólo fue a partir del 23-F cuando la idea se pervirtió y se acabó encajando el 'café para todos'. Una solución que, por cierto, dejaba a España al nivel práctico del orden territorial marcado en regímenes anteriores, con el añadido que otorgaba ciertas características a pueblos que nunca habían mostrado especial afán en ostentar un nuevo estatus. Hoy, sí, claro que éstos se aferran al objetivo, pero porque ven en ello las legítimas ventajas de subirse al carro ideológico de los precursores. Y, es más, a veces, incluso son quienes defienden con más ahínco los derechos su terruño, tradicionalmente español, que otros cuyo ámbito territorial presenta más dudas en este aspecto.

Y esto nos lleva a la lógica de pensar que el principal objetivo de un presidente -o máximo mandatario de lo que sea- es defender a su país, a su comunidad autónoma, o a su escalera de vecinos aunque sea, incluso en este último caso, partiendo de la base de que la independencia de lo que sea es beneficiosa para su comunidad. Aunque la idea pueda no gustar, incluso. Pero la obligación moral se impone. ¿Verdad que, aunque parezca un chiste -y vaya por la pedagogía que me he propuesto hacer- hasta este último supuesto valdría?

Pues en estas andamos cuando, por enésima vez, en la celebración de la 'Diada' de Catalunya en Madrid, el 'leit-motive' de la ideología montillesca se basa en rechazar el independentismo. No voy a pretender obligar al presidente de la Generalitat a que sea independentista. Pero sí que entienda la realidad que debe defender. Un presidente de Cataluña no tiene porque ser independentista, incluso puede no participar de la idea. Pero lo que no puede ser -sobre todo, cuando da la sensación de que lo es refractariamente- contrario de por sí a la idea.

De darse el caso -esto parece que sucede con Montilla- es, en cierto modo, como tener a ese amigo con el cual no hacen falta enemigos. O, vaya, dicho de manera más fina, tener como máximo mandatario a alguien que es más parejo a un gobernador civil de los de antes que a un verdadero presidente de la Generalitat.

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