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Orígenes del toro bravo

Orígenes del toro bravo

miércoles 22 de septiembre de 2010, 22:18h
Considérese éste un artículo de divulgación taurina, ahora que las corridas de toros están de capa caída, (nunca mejor dicho) visto lo visto. También puede considerarse un artículo de execración  o despabile catalanista.
 
Hemos sido los españoles los únicos europeos que hemos mantenido viva la especie del llamado toro bravo. No crean los aficionados que el toro es nuestro, y al decir nuestro, quiero decir que el toro no es un tipo de bóvido científica y originariamente español. No. Antiguamente el toro bravo, con casta y tendencias fieras, se daba en los bosques europeos en estado salvaje. Los científicos le han calificado como un animal del género “bos”, el “bos primigenius” o “uro” también conocido como “toro salvaje”. Este animal fue el auténtico ascendiente de todas las razas actuales de reses bravas que se han criado en España desde el siglo XVII en que empezaron a criarse los toros de forma organizada en dehesas cercadas.

Quien más quien menos, casi todos los aficionados hemos leído ese desarmado librito de José Ortega y Gasset titulado 'La caza y los toros' donde el conocido filósofo dice que “el zoólogo inglés H. Smith encontró en un anticuario de Augsburgo cierto cuadro que representaba un bovino de fina y grande cornamenta; en un rincón del mismo se leía la palabra “Thur”, que es el nombre polaco del “uro”. En otro párrafo deja al lector un tanto indeciso al comunicarle que “El toro primigenio, o uro, desaparece como especie vivaz durante la baja Edad Media. Sin embargo, a comienzos del siglo XV perdura en los bosques de Lituania lindantes con Prusia”.
 
Aunque el cuadro dichoso se perdió después, se conservaban restos óseos de alguno de aquellos ejemplares del animal, y analizados y comparados con los del toro bravo, dio como resultado una total coincidencia.
 
Sin embargo, fue preciso esperar al estudio de Hilzheimer (no era primo del señor alemán, el señor Alzheimer) sobre el aspecto del uro para que quedase plenamente establecido que el cuadro de Augsburgo era el retrato de uno de los últimos ejemplares, tal vez del último superviviente del toro primigenio. Es éste, con toda evidencia, el descendiente directo del “uro-toro”.
 
Si pudiéramos saber cómo era el comportamiento de aquel animal respecto al que los ganaderos españoles han sido capaces de amoldar para las corridas, sería interesante. Alberto Vera, más conocido por “Areva” entre los escritores taurinos, en su libro sobre 'Los orígenes e historia de las ganaderías bravas' comenta esta circunstancia y sugiere que aquél bicho era un “gigantesco toro de dos metros de altura desde las pezuñas a la cruz, pelo negro listón, con cuernos largos, doblados primero hacia adelante y después hacia atrás, era fiero, irascible y veloz en su carrera”.
 
En fin, que el toro viejo era de acometida pronta y descontrolada, de una acometividad ciega, de la que en ocasiones salía dañado. Esa “bondad en la fiereza” le sugirió al hombre, antecesor del torero, la posibilidad de “ponerse delante” y dominarlo y someterlo mediante engaños. En el cerebro de aquel hombre que así pensaba se estaba gestando el arte de torear.
 
A partir de ahí comenzó la caza de los toros, ya que éstos se criaban en toradas libres y salvajes. El hombre los cazaba a lazo montado sobre un caballo en el que, a veces, tenía necesidad de agotar al toro obligándole a correr, posiblemente acosado por algunos perros como elementos auxiliares en cualquier tipo de caza.

José Delfín Val. Periodista y escritor.
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