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Lo de Cataluña ¿va a ser una derrota personal de Zapatero?

Lo de Cataluña ¿va a ser una derrota personal de Zapatero?

lunes 22 de noviembre de 2010, 00:11h
Nadie sabe con certeza cómo quedará, al final, el futuro gobierno de Cataluña tras las elecciones del próximo domingo. Lo que es prácticamente seguro, de creer en las predicciones unánimes de las encuestas, es que no regresará el tripartito, que acabará gobernando el convergente Artur Mas –aunque a saber con quién, porque los sondeos no le conceden la mayoría absoluta-- y  que el actual president de la Generalitat, el socialista José Montilla, será el gran derrotado, junto con sus aún aliados de Esquerra Republicana. ¿Nada más? Bueno, hay algo más: el presidente del Gobierno central, José Luis Rodríguez Zapatero, también se va a ver lesionado por el presumible descalabro de sus correligionarios catalanes. Tal vez por ello, se ha implicado poco en una campaña que ha sido cuando menos desvaída, aunque lo cierto es que ZP acudirá, junto con Felipe González, a respaldar a Montilla casi en el cierre de esta carrera hacia las urnas.

A Zapatero, quienes quieran leer en clave nacional el resultado de las elecciones autonómicas del domingo, le van a recordar, amigos y enemigos, que lo que puede ser una debacle en Cataluña –aunque el PSC aún confía en salvar los muebles en esta recta final—se debe, en parte, a sus propios vaivenes. Entre ellos, a la “traición” que cometió con Artur Mas, a quien le prometió, a cambio de su apoyo al Estatut, forzar que fuese president de la Generalitat el cabeza de la lista más votada en las elecciones de 2006.

No fue así, y, al final, aunque Convergencia i Unió obtuvo más votos y más escaños, Zapatero hubo de plegarse a las exigencias de Montilla y acceder a la formación, por segunda vez, de un Govern tripartito, lleno de extraños compañeros de cama. Aunque siempre ha mantenido un tono prudente al hablar sobre el asunto, Mas no se lo ha perdonado. Y, presumiblemente, le pasará algún tipo de factura una vez que acceda al principal despacho de la barcelonesa Plaza de San Jaime.

Ese amenaza con ser el resultado más visible de estas elecciones catalanas cuando se contemplan desde el prisma de los intereses de la nación: puede que, si no se impone el pragmatismo, empeoren las relaciones entre Barcelona y Madrid, unas relaciones que ya difícilmente se han mantenido en un plano apenas correcto en los tiempos de Montilla. Y puede que Mas, como ha hecho ocasionalmente, aunque con la boca pequeña, durante la campaña, y antes, insista en airear sus tesis independentistas, para desesperación, por cierto, de su socio el democristiano líder de Unió Democrática de Catalunya, Josep Antoni Duran i Lleida.

Claro que también es posible, aunque menos probable, que Mas, persona que ha demostrado ser cabal y cautelosa, elija el camino más práctico y negocie, cesión por cesión, sus apoyos puntuales a la posible gobernación de Rajoy a medio plazo, y, a corto, de un Zapatero que este domingo pretendía, en unas largas e interesantes declaraciones periodísticas, actuar como si nada estuviera pasando.

Y, en el terreno catalán, es posible que, al fin y al cabo, nada nuevo pase, más allá de un cambio de rostros: he podido contrastar algunas opiniones relevantes en dos provincias catalanas en un rápido viaje en las últimas horas y he sacado la impresión de que nadie cree que su futuro personal dependa precisamente del resultado en las urnas el domingo. Desde luego, ni la falta de originalidad y profundidad de la campaña ni las tesis de los gobernantes, pasados o futuros, permite aventurar grandes mudanzas en el horizonte: todo seguirá, pues, en la permanente confrontación ambigua. Como siempre, vamos.
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