Pongan ustedes los nombres

De vez en cuando nos gusta jugar a las adivinanzas. La de hoy por  la cantidad de los que pueden ser es muy fácil de resolver. Ha salido a la luz un estudio que examina la alta dirección, cuyo dato más sobresaliente es que el 38 % de los directivos españoles no está a la altura de las circunstancias para su propio equipo.

Si extrapolásemos el informe a Castilla y León y considerásemos a la alta dirección en la política observaríamos datos muy llamativos. En el Gobierno, por ejemplo, vemos que los que dominan el cotarro tienden a prescindir de los buenos y rodearse de los menos buenos con la condición de que les obedezcan. Y no vamos a dar ningún nombre, pónganles ustedes, hay muchos.

A algunos de ellos se les ficha como alto cargo. Cargo que les viene muy bien para añadir un nuevo titulo a su currículo y, además, abrirse puertas (en algún caso de manera descarada y con la anuencia de su consejero) con la tarjeta oficial que luego utiliza para objetivos particulares. Prevén que el mañana se les avecina negro y deben buscarse la vida.

Al dedicarse a sí mismo, el susodicho cargo desatiende el ámbito para el que fue nombrado. Dedica más tiempo a sus asuntos (asociaciones, conferencias…) que a realizar la función por la que le pagamos. Arrincona a los profesionales. Busca desesperadamente la notoriedad, ansía convertirse en el centro de atención, le vuelven loco las fotos. Permite que el pasotismo, la dejadez y la desmotivación se instauren en su departamento e intenta sacar adelante el “trabajo” con advenedizos, aficionados y serviles.