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Malvivir en España

viernes 01 de diciembre de 2006, 14:52h

Estamos en que somos la octava o la novena potencia industrial del mundo, según el día y la hora en que se haga la medición. Pero uno de cada cinco españoles es pobre, sí, como suena: es decir, que malvive bajo el umbral de la pobreza. No se trata de una apreciación personal, en absoluto, sino que son cifras de la Encuesta de Condiciones de Vida, propiciada por la UE.

Semejante situación es equiparable a la de Portugal y Grecia, países a los que solemos mirar por encima del hombro en cuestiones de dinero. Y por supuesto que somos más ricos que ellos, en conjunto, pero nuestros pobres lo son tanto como los suyos.

Las estadísticas se muestran repetitivas y obstinadas: nuestras entidades financieras, por ejemplo, duplican cada tres años sus beneficios y, además, presumen de ello. En cambio, en la última década, la capacidad adquisitiva de los salarios ha permanecido estable (Esta vez es ADECO quien aporta el dato). O sea, que crece la renta per capita, pero son sólo unas pocas cabezas las que la acaparan, gracias a los sueldos astronómicos de los altos ejecutivos, blindajes salariales, stock options y otras gabelas,…

Curiosamente, además, mientras el fisco se muestra eficaz e intransigente con las rentas de los trabajadores, siguen existiendo enormes lagunas jurídicas que permiten el fraude tributario de las sociedades, la opacidad de ingresos empresariales y el desvío de dinero hacia exóticos paraísos fiscales.

Nuestras condiciones de trabajo, por otra parte, no son para echar cohetes. Claro que hay más empleo que en la fatídica década de los 80, y que sucesivas oleadas de inmigrantes han llegado para ahorrarnos las tareas más penosas y desagradables. Pero también somos el país con mayor tasa de temporalidad (uno de cada tres puestos de trabajo), con un acoso laboral creciente en nuestras otrora amables empresas, con despidos indiscriminados a la gente de mediana edad y con una explotación insidiosa y sin paliativos a los jóvenes mileuristas, aunque estén suficientemente preparados.

Llegar a los 60 años sin trabajo supone todo un trauma. Los sindicatos están sobre todo para defender a su gente en edad de producir, el antaño eficaz colchón de solidaridad familiar se hace jirones a cuenta del vertiginoso cambio en las relaciones personales, las empresas subcontratan cada vez más sus trabajos a terceros y el pago de la vivienda absorbe la mayor parte de nuestros ingresos.

O sea, que somos un país más rico, sí, pero con un 40 por ciento de gente que no puede permitirse una semana de vacaciones, un 20 por ciento de hogares que padece problemas de delincuencia y vandalismo y otro 30 por ciento que sufre ruidos procedentes del vecindario o de la calle.

En este país se vive, pues, estupendamente. Pero también se malvive. A lo peor es por culpa de las estadísticas: si éstas no se realizaran, la mayoría de nosotros no nos daríamos cuenta de nada y seguiríamos viviendo tan contentos.
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