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Los niños de Chamberí

La Residencia Infantil tiene acogidos a decenas de menores que conviven a diario bajo la supervisión de un equipo de educadores

 

viernes 01 de diciembre de 2006, 17:47h
La Residencia Infantil de Chamberí amanece tranquila. Son las nueve de la mañana y apenas se ve a nadie por los pasillos ni las habitaciones. El bullicio del desayuno ha desaparecido y es que hace un rato que los niños se han ido al cole. Desde principios de siglo, el centro ha funcionado como un lugar de residencia de menores, pero no ha sido hasta hace año y medio cuando el proyecto ha tomado un rumbo diferente bajo la coordinación de un nuevo equipo de profesionales.

Fue en esta época cuando el  nuevo equipo, con Miguel Ángel Martín como coordinador y subdirector y diversos profesionales de la educación, decidió renovar la residencia. Desde entonces, el objetivo prioritario de Chamberí es que los niños consigan reincorporarse a sus respectivas familias. 
 
“Lo que buscamos es la reincorporación familiar. Trabajar con el menor, trabajar con la familia hasta que mejore la situación. Cuando esto se consigue, el menor puede volver con sus padres” afirma Miguel Ángel Martín. Normalmente son los Servicios Sociales quienes se encargan de estudiar y valorar las situaciones de riesgo: padres enfermos, drogodependientes, maltrato, son algunos de los motivos que pueden suponer el traslado del niño a la residencia. Sin embargo, “no queremos que la gente confunda a los educadores y los demás profesionales que aquí trabajan con los padres de los chavales. No somos sus padres, tampoco sus profesores. Hay gente que nos interpreta como sustitutos de las familias, es una concepción equivocada. Nosotros trabajamos precisamente para que el menor vuelva a su entorno familiar” asegura Martín.
 
La idea general del proyecto es que los niños o los adolescentes -el centro acoge a niños desde los tres años hasta los dieciocho- vayan de la escuela a casa, “y no de la escuela a la residencia y de aquí a su casa los fines de semana”. Sin embargo, esto no impide que en el centro se respire un aire familiar, acogedor y vivo. Por las mañanas todo suele estar más calmado: todos están en clase. Es a lo largo de la tarde cuando los chavales van llegando, entran, salen, se mueven, estudian y juegan. En el patio de la residencia siempre se puede ver a un grupo de chavales jugando al fútbol o al baloncesto.

Mientras, los más pequeños, juegan, bajo la supervisión de los educadores, en la sala de psicomotricidad -“sico”, como la llaman los niños-, o meriendan, ven una película y hacen sus tareas. Los horarios son diferentes dependiendo de las edades. A los más mayores, ya adolescentes, se les deja más libertad. “Esto es un centro de protección”, dice Martín, “no hay que confundirlo con un centro de ejecución de medidas judiciales o un reformatorio. Aquí los jóvenes tienen un horario, pero las puertas siempre están abiertas”.
 
La residencia Chamberí no es ajena a los cambios culturales que está viviendo la sociedad. Pese a que el incremento de la inmigración no se ha notado demasiado en este centro, en anteriores proyectos “sí que notamos el gran movimiento migratorio marroquí. Ahora supongo que empezaremos a notar el movimiento subsahariano. Pero es normal, se trata de corrientes migratorias que tienen que ver con la evolución del mundo”. En la residencia conviven menores de distintas nacionalidades, es algo que entre los niños se asume con normalidad, aunque “algunos de ellos a veces necesitan más tiempo para adaptarse. A muchos es necesario enseñarles el castellano, en otros, simplemente, hay que perfeccionarlo”. 
 
La relación entre mayores y pequeños también da una idea general de lo que es Chamberí. La residencia está dividida en dos pabellones según las edades, uno que ocupan los más pequeños, de tres a nueve años, y otro donde conviven los mayores, de diez años en adelante. Pese a esta división, los adolescentes suelen apoyar a los niños, sobre todo en las primeras semanas, las más duras. Según Miguel Ángel Martín, “los comienzos son complejos, los niños notan muchísimo el cambio de estar con sus familias a venir aquí. Sin embargo, después del primer mes se produce lo que llamamos un periodo de “enamoramiento” con la residencia, aunque también es verdad que esta fase también acaba a partir del primer año de estancia aquí”.  También es frecuente ver a parejas de hermanos que conviven juntos en la residencia. Por otro lado, los proyectos son muy diferentes para los niños y para los mayores. Con los que tienen entre tres y nueve años se trabaja sobre todo, según explica Martín, con la identidad personal, hábitos y orden. Con el adolescente se busca la autonomía, la responsabilidad y la introducción en el mundo laboral, “para que el chaval pueda tener una vida normal y adaptarse una vez salga de aquí”.  
 
A los jóvenes se les imparte el sentido de la responsabilidad. Un ejemplo de ello es el Consejo de Residentes: un órgano de participación de los chavales, compuesto exclusivamente por ellos mismos, donde hay representantes elegidos democráticamente que exponen sus quejas y peticiones relacionadas con el centro. Los más pequeños piden “chocolate, nocilla y ese tipo de cosas. A los mayores se les pide su opinión sobre el mobiliario o los espacios comunes. Pero en general todo está bastante bien”, dice Miguel Ángel Martín mirando a su alrededor. El centro de Chamberí actualmente está en obras,  pues están remodelando la residencia para conseguir que los espacios, enormes, sean más acogedores. “ Queremos una reducción considerable de los espacios, que sean más confortables. Las salas son muy grandes y antiguas y se está intentando mejorar la calidad”.
 
Para el director, el trabajo que están realizando “va evolucionando de forma positiva. Los objetivos se cumplen, aunque caminamos muy despacio. Pero con ganas se puede conseguir todo. Además hay un nivel vocacional y de implicación bastante elevado. Estamos viviendo una etapa bonita con un grupo de personas a las que les gusta su trabajo”. 

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