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Crisis y seguridad

viernes 04 de febrero de 2011, 08:47h
     Sociólogos y policías hablan de “los delitos de la crisis” para referirse a la oleada de robos que se produce en las ciudades, y que se ha incrementado en los últimos meses. También se habla de “los robos de la miseria”: el recurso al delito en los tiempos difíciles. No es algo que sea justificable, pero es una realidad. Solamente en Barcelona se cometen unos 300 robos cada día, y lo mismo en otras grandes ciudades. Tampoco está libre de riesgos el mundo rural, ni siquiera las iglesias que, como ha ocurrido en Vigo, han tenido que reforzar la seguridad para evitar que los ladrones se llevasen el dinero de las limosnas o diversos objetos sagrados. La relación es interminable: supermercados, gasolineras, joyerías, automóviles y hasta metales como el cobre que son arrancados en los trazados ferroviarios. Cada día las páginas de sucesos recogen más casos, más tristes historias de robos a la fuerza, de asaltos a chalets cuando sus habitantes están dormidos, de fugas en las estaciones de servicio tras haber llenado el depósito de combustible, de atracos a una anciana que sale de una entidad financiera o a quien saca dinero en un cajero automático.

     Son episodios de la España en crisis, historias para no dormir que, en muchos casos, nada tienen que ver con la pobreza sino con el “río revuelto” de la pérdida de valores y de la falta de respeto a los demás. Insistimos en que nada justifica los delitos, pero es inevitable atender, en algunos casos, al contexto de desesperación en que se producen.

    Coexiste esta delincuencia callejera con otra de mayores dimensiones pero que hace menos ruido: la delincuencia de guante blanco, los casos de corrupción municipal, el tráfico de influencias, el abuso de poder para alcanzar objetivos ilícitos, el cohecho y la malversación desde las instituciones políticas.

    Seguro que los más viejos del lugar dicen eso de “nada nuevo bajo el sol”. Pero el panorama es triste y preocupante. Las fuerzas de Seguridad están en movilización permanente, pero a veces disponen de medios muy escasos y precarios debido a las limitaciones de los presupuestos. En estos asuntos hay que exigirle al Estado que no sea rácano y que dote a la guardia civil y a las diversas policías de los mejores instrumentos para hacer frente al delito. Se puede -y se debe-  ahorrar en protocolo o en asesores o en vanidades, pero en la Seguridad  (como en la Educación o en la Sanidad) no proceden los recortes. Porque está en juego la seguridad física y moral de las personas, su dignidad, su derecho a vivir en paz; a fin de cuentas, su sagrado derecho a la libertad.



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