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Y dale con transición como modelo

lunes 14 de marzo de 2011, 14:18h
   Se comprende que la tentación es grande, pero no parece del todo aconsejable poner como ejemplo el modelo de la transición española en países como Egipto o Túnez. En realidad no conviene ponerlo en ningún país porque este tipo de fenómenos sólo son válidos para un tiempo y un lugar y porque tuvimos la suerte de que la cosa -que no el modelo, porque no había modelo- salió bien. Pero primero fue el presidente del Gobierno en Túnez y ahora la ministra de Exteriores quienes en un ejercicio retórico más lleno de buena voluntad que de realismo, se empeñan colocar a España como espejo de camino que va de una dictadura a una democracia. Y no.    Para empezar habría que recordar algo que -nos guste o no- fue un hecho: Franco murió de muerte natural y no hubo revuelta popular alguna que lo mandara al exilio. Aquí tuvimos la oportunidad de apuntarnos a la ruptura o a la reforma, pero en Oriente Medio lo que se está produciendo es claramente la ruptura. En segundo lugar el sistema democrático es caro, no se improvisa y necesita de un contexto que lo haga viable. Cuando España llegó al trance de la libertad, existía ya una Seguridad Social, una educación obligatoria y un nivel de vida más que aceptable. Pese a las décadas de dictadura, sabíamos que lo normal era la democracia en la que vivían nuestros vecinos y que Europa era nuestro sitio, nuestra cultura. Y por último, tuvimos la suerte de que el propio dictador instaurara como Rey a un joven príncipe que entendió desde el principio que la Corona o se apuntaba a la democracia o carecía de futuro.    Nada de esto pasa en los países que hoy viven ilusionados el fin de las dictaduras. Las desigualdades sociales son tan enormes, que más que un ansia de libertad y de derechos, lo que les ha llevado a la calle ha sido la pobreza, la falta de esperanzas, el futuro cerrado con la complicidad -esto conviene decirlo- de una Europa complaciente mientras esos dictadores fuesen un freno contra el extremismo y/o nos surtieran de petróleo. A todo esto habría que añadir la fuerte presencia de la religión en esos países y problemas tribales infinitamente más fuertes que los nacionalismos que se puedan dar en España, Francia, Bélgica o la Gran bretaña.    No se trata pues de exportar modelos de transiciones imposibles y me temo que ni siquiera de imponer democracias; bastaría con que Europa ayudase a desmantelar la unos sistemas absolutamente corruptos. Afganistán o Irak no son lo mismo que Túnez o Egipto, pero resulta trágicamente cómico que nos hagan creer que las tropas internacionales están allí hasta que culmine la democracia. Democracia y Afganistán o Irak, son, hoy por hoy, conceptos imposibles.
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