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El hurón: El ladrillo y la comunicación

El hurón: El ladrillo y la comunicación

jueves 24 de marzo de 2011, 21:23h
¿Qué es un ladrillo? Pues eso, según la Real Academia,  “una masa de barro, en forma de paralelepípedo rectangular que, después de cocida, sirve para construir muros, solares, habitaciones, etc.”. Y aquí quería llegar, a demostrar que ésta es una definición incompleta, que deja abierta la puerta de la imaginación a ese misterioso etc. Sí, como si se tratara del famoso y peliculero extraterrestre. -¿Y qué pretendes decirme?,  pregunta Gumer. Muy fácil. El ladrillo “vulgaris”, origen del ladrillazo, sinónimo de bienestar y progreso, es también dueño y señor de injustificables fortunas, de “torrentes” de historias que han contribuido a conformar la realidad. Un sector que ha movido la economía patria y que ha obrado el milagro de amontonar los billetes en manos de unos pocos. Pero bueno, no quería hablar hoy de la crisis y esas cosas. No, mi idea se centra, dicho con todo respeto, en la relación de los profesionales de la construcción con el mundo del periodismo. Una breve reflexión acerca de la sustitución de la figura del editor (amor al oficio) por la del empresario (amor al negocio). Te puedo asegurar, querido Gumer, que no es un tema baladí. -Al grano, jefe, al grano… Allá voy. Reconozco que he tenido la inmensa fortuna de trabajar con editores que han arriesgado sus dineros, porque les gustaba el sabor puro de la libertad. Unos, por motivos políticos, fueron apeados en el camino. Otros, por el amor al oficio, pudiendo amasar fortunas, apuraron hasta el final la “droga” del olor a plomo y a papel impreso, Fueron, lo reconozco, años inolvidables, de película. Y, aunque sólo fuera por eso, puedo asegurar y aseguro que ha valido la pena ser periodista. Ahora, con el filtro del tiempo por medio, puedo justificar, y justifico, su bendita locura, que permitió a un puñado de pirados vivir de y para el oficio. Pero esto ya es historia. -Y. entonces, ¿qué tiene que ver el ladrillo? Un día, con la llegada de los nuevos medios audiovisuales, el papel se fue arrugando y empezó a complicarse su existencia. La publicidad, cuesta abajo; las empresas,  apretándose el cinturón… Con las vacas flacas aterrizaron también los nuevos “mecenas”, gente que, con dinero calentito y abundante, pensó que era bueno invertir en comunicación. Empresarios del ladrillo y de otros negocios vieron clara la jugada: se trataba de inversiones que garantizaban un “status” social y, en muchos casos, una situación de privilegio (o más) ante los políticos de turno. El drama no ha había hecho más que comenzar: importaban los resultados, no la calidad. La consecuencia, plantillas muy ajustadas y mal remuneradas. Pero faltaba lo peor: exceso de compromisos y caída libre de la calidad del producto. Pecado de alta traición a los lectores que, hartitos de la falta de interés, se han declarado en huelga de kioscos. A los jóvenes periodistas, hambrientos de teclas, no les quedó más remedio que aceptar el juego. En paralelo, las redacciones dejaron de ser escuelas de periodismo. El rápido, rápido, empobreció los textos y el hasta entonces llamado “cuarto poder” se fue desinflando como un globo pinchado. Jamás los periódicos, me duele decirlo, han tenido la tensión tan por los suelos. -¿Pusieron el mismo interés en los periódicos que en los ladrillos?, demanda el  mustélido curiosón. Ojalá. El periódico era sólo un medio para alcanzar otro fin, notoriedad de la buena. Por la misma razón que entraron en política o en el arriesgado mundo del balompié. Lo importante era la foto. Y favor que me debes. Me pongo la venda, porque no ignoro que yo también he participado de este haraquiri periodístico. Mea culpa, mea culpa… Ahora, sin árboles por medio, veo el bosque de otra manera, más nítido, y siento una inmensa tristeza por todo lo que está sucediendo en el que siempre he considerado el oficio más bonito del mundo. Sí,  los otrora poderosos profesionales de la pluma  hemos tenido mucha culpa en la caída del imperio. Como ya he dicho en otras ocasiones, nos hemos mirado tanto el ombligo, tan altos y tan guapos, que nos han pillado la cartera. Ahora, a purgar al muro de las lamentaciones, porque no hay hormigón armado que resista la inevitable caída del imperio del papel. Otro día, quizás, tengamos que hablar de las Facultades de Periodismo, fábricas de parados más o menos ilustrados. Por cierto, si alguno de sus hijos le dice que quiere estudiar Ciencias  de la Información, llévelo corriendo al psiquiatra. Está muy malito, pero a lo mejor lo coge a tiempo. Félix Lázaro. Periodista. Las notas de Gumer. 1.-Ignoro si mi jefe tenía algún amigo constructor. Me temo que le quedarán muy pocos. Cuando estaba en la trinchera seguro que se le arrimaban, sobre todo por si podía evitarles alguna que otra bala. No somos nada. 2.- Hace algunas semanas, una enigmática Ana C. (si tiene valor que de la cara) puso en duda el coraje periodístico de mi amigo “El Rojo”. Que sepa que Paco Forjas, como siempre, está en las trincheras de Libia jugándose el pellejo. Envidiosa/o, así nos va. 3.- La pregunta del millón, ¿qué pasaría si J.V. Herrera, De Santiago Juárez y Tomás Villanueva se tomaran un año sabático?...Je, je, pues no pasaría nada, seguro.
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