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Testimonios del conflicto

Historias desde la frontera: cientos de refugiados se amontonan sin ningún destino

Historias desde la frontera: cientos de refugiados se amontonan sin ningún destino

viernes 25 de marzo de 2011, 00:19h

Frontera Libia-Egipto. Estamos en territorio de Gadafi. Nunca he creído que existiera el cielo ni el infierno, pero si existe, seguramente se parezca bastante a esto. Ni Facebook, ni Twitter, ni redes sociales, ni nada por el estilo, esta es la guerra de los fusiles entre el gigante fuerte Gadafi y el ejército de Pancho Villa de la oposición. Libia ni es Túnez, ni es Egipto; esto es otra batalla.

Historias desde la frontera: cientos de refugiados se amontonan sin ningún destino

La de Túnez fue la revolución de Wikileaks y la de Egipto la de Facebook. Lo tunecinos conocieron por el informe las revelaciones del embajador estadounidense sobre la corrupción del dictador Ben Ali y su familia. En Egipto fueron los jóvenes, hartos de Hosni Mubarak y la opresión de su régimen, quienes se encontraron y  organizaron desde las redes sociales la revolución, idea que luego se contagió como la peste a toda la población gracias al movimiento unido en la plaza de Tahrir. El efecto dominó hace llegar a Libia el movimiento anti-opresión, pero esto es otra guerra que está lejos de parecerse a las de sus vecinos. Gadafi se ha reafirmado. Pocas son las ciudades que el dictador ya no controla. Como si se tratase de una ola, la gente, toda la prensa internacional a excepción de alguna cadena árabe y algunos que van y vienen desde Tobruk, han abandonado Bengasi, la capital rebelde. Los campamentos de ONG y de ayuda internacional van camino de Argelia y son pocos los periodistas que quedan incluso al este del país. La gente se amontona en la frontera, ya no quieren seguir en Libia, saben que la probabilidad de ganar la guerra es muy baja y que la sublevación se paga a un precio alto.  Historias desde la frontera Pone los pelos de punta ver a cientos de refugiados amontonados en la frontera. Sus historias tienen todas un punto en común pero la forma no se parecen tanto. Desde que he llegado tengo un nudo en la garganta cada vez que escucho el azar de estas pobres gentes. Sawhary, 25 años, procede de una pequeña población cercana a Ras Lanuf. Hace dos días que llegó a la frontera y lleva más de una semana sin saber de su marido y hermanos, ellos se quedaron a defender su país. “Ya no confío en que puedan estar vivos, seguramente las fuerzas de Gadafi los hayan bombardeado o tiroteado”.  Me cuenta Sawary apretando fuerte la mano de una niña que supongo no tendrá más de 6 años. Le tiembla el pulso y lleva el velo corroído por los pies y sucio. “Estoy muy triste, los militares nos están aplastando como si nuestras vidas no valieran nada, sólo queremos libertad, sólo reclamamos una vida digna y un futuro mejor para nuestros hijos”. “Hacemos un llamamiento a occidente, ya no queremos luchar, no queremos que se derrame más sangre, queremos que esta guerra se termine, estamos acabados” Mohamed es argelino. Trabajaba en Bengasi pero también ha abandonado la ciudad. Cuando empezaron los bombardeos decidió dejar la capital rebelde con su familia. Ahora, no puede salir del país ni entrar en Egipto. Argelia está al otro lado de la frontera con Túnez, pero no quería correr el riesgo de atravesar el oeste de Gadafi. Su país no le ayuda y no sabe cuál va a ser su destino. Está tranquilo, dice que en la frontera “no pueden hacerme nada”, aquí, aunque a nadie le importe qué pasará con ellos, siente que está protegido. Me cuenta que ha pasado mucho miedo, tanto por la actuación de las tropas del dictador como por los rebeldes. Estos ya no se fían en los hombres de color. Mohamed es negro y lo confunden con los mercenarios de Gadafi, por lo que ni él ni su familia está seguros ya en ninguna parte. Decenas de niños juegan ajenos a lo que está pasando. Todos levantan dos dedos -es el símbolo que han acuñado los rebeldes para reclamar ‘free Libia’- seguramente sin saber qué significado tiene. Aquí pasan los días rodeados de miseria, durmiendo en el suelo, casi sin comida, en unas condiciones higiénicas infrahumanas. Los niños me cuentan que los egipcios que trabajan en la frontera se están portando bien con ellos, que allí ya no hay ruido de ‘pam-pam’ (tiros) y ‘bom’ (bombas). Escuchar esto de unos críos de no más de 12 años es muy impactante. Esta son sus historias. La situación en la frontera es desgarradora, tanto o igual que en el interior del país. Bolsas enormes de plástico, polvo, gente apilada, gritos y lloros, este es el resumen de una jornada desde la tierra de nadie, en el borde de Libia y Egipto.
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