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Santa dipsomanía

jueves 21 de junio de 2007, 22:59h
TITO B. DIAGONAL
Barcelonés de alta cuna y más alto standing financiero, muy apreciado en anteriores etapas de este diario, vuelve a ilustrarnos sobre los entresijos de las clases pudientes

Ya tenemos el verano con nosotros, amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados y dipsomaneados niños y niñas que me leéis, dispuestos a vivir en plenitud esta estación, en la que, tras la floración primaveral, la tierra da sus ubérrimos frutos. Es el momento del relajo, y también –os recomiendo encarecidamente que lo instaléis, que la industria también tiene que vivir— del aire acondicionado de la climatización y todas esas cosas. Vamos, que más vale que os refresquéis adecuadamente, especialmente a partir de hoy, dado que los Rolling Stones, han iniciado en Barcelona su gira española, esa que tuvieron que suspender el año pasado, dada la afición de Sus Satánicas Majestades, casi todas ellas en la sesentena, a la dipsomanía full time.

Y ya que hemos citado la afición al alcohol, pues como que, en determinadas personas, hasta puede ser motivo de canonización, de elevación a los altares. Pensad en el buenazo de Boris Ieltsin (que en paz descanse), que falleció el 23 de abril pasado. El Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rusa –según me apunta Horacio Carballeira, mi dircom— planea canonizar al primer presidente de la Rusia post-soviética. Ieltsin, además de ser conocido como el político que acabó con la URSS, el hombre que provocó una risa incontenible a Bill Clinton (el marido de Hillary es que se tronchaba) y el mejor representante mundial del vodka, podría pasar a la historia por la santidad de su vida. Al menos eso es lo que dice el Patriarca de Moscú y Rusia, Alejo II, que calificó a Ieltsin como "un personaje histórico y brillante político" que apoyó el renacimiento religioso del país y devolvió numerosos templos a la Iglesia Ortodoxa.

Y es reconfortante que en estos tiempos de descreimiento, en el que los valores tradicionales están poco menos que en almoneda, y en los que, por lo que a España se refiere, la laicidad –con la imposición de la asignatura Educación para la Ciudadanía-- es dueña y señora de calles y plazas, de ciudades, de villas, de pueblos, aldeas y villorrios, que las Iglesias propongan modelos a los que imitar. Acordaos, por ejemplo de San Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás, prelado doméstico de Su Santidad, Gran Canciller de la Universidad de Navarra y marqués de Peralta, fundador del Opus Dei, hoy Prelatura Personal extendida por los cinco continentes. Este varón ejemplar, acuñó los términos de Santa Indignación, Santa Coacción y Santa Desvergüenza a la hora de vivir las enseñanzas de Nuestra Santa Madre Iglesia. Igual, de vivir ahora S. Josemaría, debería añadir el de Santa Dipsomanía.

Porque Boris Ieltsin, muerto a los 76 años de edad confortado con los auxilios espirituales de la Iglesia Ortodoxa Rusa, ya en vida fue doblemente bienaventurado, porque él, copa en mano, veía dos veces a Dios. Y no sólo las destilerías rusas le deben gratitud por ello, sino que todo el mundo occidental y cristiano está en deuda con él. Ieltsin supo, trago a trago, copa a copa, desmontar el satánico imperio de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el régimen creado por Lenin, el del Ateísmo de Estado.

El ex presidente fue el primer jefe de Estado ruso, en más de un siglo, al que le fue oficiada una misa de cuerpo presente en un templo cristiano, en la restablecida Catedral de Cristo Salvador de Moscú, el templo mayor de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Curiosamente, fue el propio Ieltsin, ya líder de la nueva Rusia, quien animó a las autoridades de Moscú a restablecer esa Catedral, erigida en su día con donaciones del pueblo para honrar la victoria sobre Napoleón Bonaparte, pero dinamitada por los bolcheviques el 5 de diciembre de 1931 para convertirla en una piscina pública.

Suba pues Boris Ieltsin a los altares. Y que los devotos ortodoxos rusos e, incluso, los cristianos de otras confesiones religiosas, se encomienden a su intercesión celestial. Lo que traducido a términos católicos podría resumirse en esta piadosa jaculatoria latina: “Sancte Boris Ieltsin, bibe pro nobis”.

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