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Fármacos y rentabilidad económica

Fármacos y rentabilidad económica

lunes 18 de abril de 2011, 10:55h
La ciencia de la interacción entre las sustancias químicas y los tejidos vivos, o  farmacología, junto a la   cirugía, son posiblemente dos de los  campos  científicos en donde    la Medicina y la Farmacia  más han   contribuido  en  los últimos  decenios a  mejorar  y  prolongar  la vida humana. Hoy es maravilloso  asistir  al postoperatorio de  decenas y decenas  de  tipos  de  intervenciones -sean estas ordinarias o extraordinarias- y comprobar como el paciente  puede levantarse  de la cama  y  dar sus primeros paseos  por los pasillos del hospital apenas  transcurridas 24 o 48  horas de la  intervención.       Las anestesias y los fármacos utilizados en todos esos procesos preoperatorios, operatorios y postoperatorios, estoy seguro  de  que  -desde  la mirada de un profano  absoluto- tienen también  buena parte de responsabilidad  en  los éxitos conseguidos. Día a día Pero no es en la  parte “crítica” de la intervención  facultativa en la que quiero pararme, sino en esa otra mucho más cotidiana  del  resfriado común, la  gastroenteritis, el dolor de cabeza o de muelas, la  artrosis  incipiente   o  esos   cientos de  pequeñas dolencias que  aquejan, día a día,   a la media humanidad  que tenemos la suerte de vivir  en los  países más o menos ricos. En contraste con  la  facilidad con la que  uno parece salir  de un trance de  quiebra de la salud que, incluso,   exige pasar por un quirófano, una habitación de hospital, etc..., cuando  se trata solo de  acudir a la farmacia para   intentar  anular los efectos  de cualquier  enfermedad  liviana, la cosa es muy distinta. Una vez vencida la   generalizada  e inicial  resistencia a automedicarse, uno   acude al centro de salud más próximo y, bajo prescripción facultativa,  el paciente compra  la medicina  que el doctor  le ha  recetado y -aquí está el error- comete  la osadía de  mirar  el apartado de  contraindicaciones  e interacciones y puede  encontrarse  una leyenda de este  jaez: “reacciones generalizadas: picor, erupción en la piel, urticaria, inflamación de los vasos sanguíneos, alergias cutáneas, dolor en las articulaciones, fiebre, indisposición, ganglios linfáticos agrandados, hinchazón de tejidos, escalofríos, sensación de calor, enrojecimiento facial, palpitaciones (síndrome serotoninérgico), sensibilidad a la luz del sol y descamación de la piel (necrolísis epidérmica tóxica o síndrome de Lyell); reacciones en el aparato digestivo: diarrea, náuseas, vómitos, digestión difícil, dificultad para tragar, alteración del sentido del gusto, sequedad de boca; reacciones en el sistema nervioso: dolor de cabeza, sueños anormales, insomnio, mareos, anorexia, fatiga, somnolencia, sopor, euforia, espasmos musculares, inestabilidad, temblor, convulsiones, sensación de inquietud interior, acatisia (necesidad imperiosa de moverse), alucinaciones, reacciones maníacas, confusión, agitación, ansiedad, nerviosismo, dificultad para concentrarse, despersonalización, ataques de pánico y comportamientos y pensamientos suicidas; reacciones del aparato respiratorio: faringitis, dificultad para respirar y alteraciones pulmonares; reacciones en el aparato urogenital; trastornos del aparato reproductor: disfunciones sexuales (retraso o ausencia de la eyaculación y ausencia de orgasmos), erección prolongada y dolorosa, secreción de leche y otras reacciones genéricas como pérdida de cabello, bostezos, vista borrosa, dilatación de las pupilas, sudores, vasodilatación, dolor en las articulaciones, dolor muscular, hipotensión al levantarse, hinchazón de los párpados, hemorragias ginecológicas, gastrointestinales y cutáneas, hiponatremia (nivel bajo de sodio en sangre),...” Después de lectura tan intensa, inquietante y amenazadora, uno lo piensa mejor y decide  renunciar    a  esas inocentes   pastillas  que pueden acarrear  tan fatales  e irreversibles consecuencias y, por tanto, convivir  amablemente con su  soportable dolor  de cabeza o de lumbago... Y, de paso,  en medio de esa  especie de melancolía  e impotencia, vuelven a la memoria    de quien esto escribe las palabras  que  en una entrevista  leída en La Vanguardia (31/07/08)    y que  se ponían en boca del   ganador del Premio Nobel Richard J. Roberts, quien  denunciaba la forma en la que operan las grandes farmacéuticas, anteponiendo los beneficios económicos a la salud y deteniendo el avance científico en la cura de enfermedades porque  -decía el Nobel-  “curar no es tan rentable como generar cronicidad…”.  ¡Y Vd. que lo diga! Hay gente  preclara y valiente  que parece  dar voz a  quienes  sólo intuimos que esas palabras encierran una verdad tan razonable como políticamente incorrecta.
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